“Poemas del soy”, por Miryam Pirsch

La novia de Sandro, de Camila Sosa Villada. Buenos Aires, Tusquets, 2020.


Créanme amigas, merecemos mejores soledades”

Camila Sosa Villada


Un recorrido por cualquier solapa de sus libros, portal o reportaje presenta a Camila Sosa Villada como actriz, ensayista, cantante, poeta, narradora, dramaturga, comunicadora social; artista travesti inquieta, desafiante, provocadora… Profusamente entrevistada en los últimos tiempos, Sosa Villada es todas esas Camilas que antes enumeré y una nueva cada vez: Camila ES.

¿Por qué comenzar a escribir sobre un libro refiriéndome a la identidad de su autora? Porque La novia de Sandro es un poemario sobre la identidad, sobre quién y quiénes somos cada vez que conjugamos el verbo ser en primera persona del singular. “Soy una negra de mierda…” comienza el primer poema con que se encuentra quien lee La novia de Sandro. Pero tal vez podamos pregutarnos: ¿soy una negra de mierda? o ¿(me dicen que) soy una negra de mierda? Este poema de la autodefinición no es más que una puerta que se abre a una multitud de yoes que, entre otras tantas posibilidades, también puede afirmar: (yo soy) la novia de Sandro. Y eso es este libro, una recorrida a través de los pasos para construir esa identidad que es una sumatoria de identidades que la atraviesan.

A lo largo de estas páginas, ese yo que es Camila, es negra, travesti, mujer, madre, hija, amada, amante, trabajadora, prostituta, bruja y ángel, vecina, hermana; es bella y fea, feroz, errante, viajera, apasionada, adolorida, solitaria, solidaria, miserable, marginal, relumbrante… Siempre líricamente, a veces narra, a veces declama un cúmulo de sensaciones que empiezan siendo experiencias individuales pero, a medida que la pluma corre, se transforman (como la vida de cualquiera) en experiencias colectivas. “Soy madre del niño que fui” (27), “Mi hija, que antes fue mi madre, que antes fue huérfana y luego la esposa de un hombre que no la trataba bien” (69) son solo dos ejemplos de la dolorosa experiencia de crecer a la que a todes nos coloca la vida: nos volvemos mapadres del niñe que fuimos, nos convertimos en mapadres de nuestres mapadres en un ciclo infinito que trasciende nuestra identidad, seamos cis o trans, pero siempre miembros de una trama que nos supera.

Es, justamente, en el ámbito de la intimidad donde estos poemas se vuelven universales, en los pequeños rituales de la privacidad. A veces la privacidad puede ser pública, como un banco frente al mar Báltico que permite pensar en todo lo que debió suceder antes para que ese instante fuera posible (“Helsinki”) o la Marcha del Orgullo Gay donde una epifanía atraviesa a madre e hija hasta perder de vista a quién corresponde qué rol. Otras veces, la privacidad coincide con lo doméstico: la casa que se limpia y perfuma un día feriado o cuyas ventanas se cierran para que no se escape el olor del amante ausente (“A veces, simplemente estoy en mi pequeño mundo./ Tiene trincheras de amuletos y conjuros,/ aquí los fantasmas son bienvenidos,/ negociamos la convivencia y cuán horribles podernos ser…”, 27) o desde donde reconocerse en la soledad de la vecina que vive al otro lado de la pared.

Los textos de La novia de Sandro nos atraviesan, nos conmueven, nos interpelan en tanto sociedad, en tanto seres humanos porque nos hablan de aquello que nos incluye a todes. Y de poemas inclusivos se trata, de poemas donde un yo singular se vuelve un nosotros que supera categorías individuales. Y es allí, justamente, donde radica lo político de la escritura de Camila Sosa Villada, en la construcción de la fábula de las identidades.



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