Conversación con Jorge Lafforgue

 


La crítica, la edición y el periodismo cultural1

Por Carlos Dámaso Martínez


El libro de Jorgue Lafforgue, Cartografía personal (2005), es una síntesis muy representativa de su importante trayectoria profesional de crítico literario, docente, editor y periodista cultural. Como crítico y profesor, Lafforgue se ha ocupado principalmente de la literatura latinoamericana. En este sentido es una contribución muy valiosa su antología crítica La nueva novela latinoamericana publicada en 1972, donde reúne ensayos de varios críticos sobre libros y autores fundamentales de la literatura de América latina de esos años. Durante algunas décadas ha dictado cátedra de literatura hispanoamericana en la Universidad del Salvador y en la de Lomas de Zamora. Además, son muy reconocidos sus aportes al estudio del género policial en la literatura argentina, que junto a Jorge B. Rivera, iniciaron con la publicación del libro Asesinos de papel (1977), que luego fue reeditado en una versión ampliada en 1995. También sus trabajos críticos y ediciones de la obra de Horacio Quiroga.

A su vez, Lafforgue fue durante muchos años asesor editorial de Losada, del Centro Editor de América Latina (CEAL), de otras editoriales y en los últimos años dirigió Alianza Editorial de Argentina. Como periodista en el ámbito cultural su actividad también ha sido muy intensa, basta mencionar que estuvo a cargo de la sección literaria de la revista Siete días, del diario La opinión y que ha colaborado en diversas publicaciones y suplementos culturales de Argentina y el exterior.

A Lafforgue lo he frecuentado en relación a estas múltiples actividades que desempeña y hablado con él sobre libros y literatura en distintos momentos. En dos oportunidades lo entrevisté y esas conversaciones fueron publicadas. En esta ocasión, el diálogo fue concertado, grabador mediante, para incluir en El arte de la conversación. El encuentro se realizó en la oficina que por ese entonces ocupaba en la editorial Alianza en Buenos Aires.



¿Cómo fue qué te interesó la literatura, ya que en tus comienzos tu elección fue la filosofía y te graduaste en la Facultad de la Universidad de Buenos Aires? ¿Digamos, en qué época y atraído por qué motivos?

Esto me resulta tal vez fácil de contestarte porque es mi biografía. Y es extraño porque yo durante toda la primaria y en la secundaria era un buen estudiante y me destacaba en matemáticas, en física, pero en las Humanidades era, digamos, relativo. No eran mi fuerte. Lo que pasa que después en la familia, la influencia de mi tía abuela, Lidia Peradotto, que era profesora de Filosofía en la facultad empezó a pesar en mis decisiones. Entonces en los últimos años del secundario hubo como un cambio bastante drástico. Recuerdo que por dos motivos. Uno por la religión, teníamos la materia Religión. Yo vivía en esa época en Villa María, provincia de Córdoba. Y en cuanto a la religión, yo me la tomaba bastante en serio, tenían una biblia donde las notas eran larguísimas, y la estudiaba a fondo, no sólo sino con un grupo de compañeros y discutíamos con los profesores. En realidad, se fue formando un grupo que se oponía al de los comunistas, que encabeza por esa época José Aricó. Nosotros éramos radicales, del radicalismo que en ese momento era de la intransigencia radical. A nuestro grupo lo lideraba Sobral, que era el director del colegio donde yo iba, y era diputado de la tendencia que encabeza Frondizi. Ese fue como el fermento de mi elección por la filosofía. Entonces empecé a leer bastante. Leía en casa una colección austral que había con bibliotequita y todo y la revista Leoplán, que compraba mi padre. Por otro lado, iban varios escritores a Villa María a dar conferencias. Me acuerdo de dos que para mí fueron muy importantes. Una fue la de Luis Franco, un escritor hoy olvidado, que hacía giras por distintas ciudades de provincias. Me gustó mucho. Y otro que me quedó grabado fue Ismael Quiles. Su conferencia era sobre Sartre, sobre el existencialismo. Y fuimos con el grupito, nosotros estábamos en ese entonces en una mezcolanza pro Ortega y Gasset y pro Sartre, para nosotros era más o menos la misma cosa, y discutimos con Quiles, lo destrozamos. Bueno en esa época leí mucho. Me acuerdo que hice esos razonamientos propios de la edad de que como iba seguramente aprender francés e inglés, iba a leer autores de esas lenguas, pero que ruso nunca iba a aprender. Y así fue que empecé a leer autores rusos, no sólo los más clásicos, sino cosas menos conocidas, extravagantes, y llegué a saber bastante de literatura rusa. Cuando vine a Buenos Aires, leí libros de filosofías, el libro de Lógica de Romero y Puciarelli me gustó y fue otro elemento para interesarme por la filosofía. Cuando me iba a inscribir a la Facultad se me pasó por la cabeza estudiar Letras, pero finalmente elegí filosofía porque en esa época parecía una carrera más sólida. No había en los estudios literarios teoría literaria, no existían las materias optativas de otras carreras humanísticas.

Claro, la filosofía era más la reflexión teórica.

Si. Y bueno, ahí empezó todo. Digamos empecé a escribir también. Escribía cuentitos. Después volví a leerlos y, por suerte, no los publiqué. Escribí poemas y como eran mejores alcancé a publicar unos cuantos.

¿Y tu interés por la literatura latinoamericana, por la investigación, por la docencia cómo fue apareciendo?

En el año 1956, Risieri Frondizi tuvo en la Universidad una actitud muy generosa con los estudiantes. Los notables no nos prestaban mucha atención, y Risieri vino a una de las reuniones que hacíamos en un sótano de la calle Las Heras y sacó de su portafolio un número de la revista Centro, que nosotros editábamos y empezó a hablar de su contenido, se la había leído toda y le habían gustado mis poemas. Desde ese momento quedé enganchado con Risieri. Luego le pedí trabajo y entré a trabajar en la Universidad. Para mí en esa época era importante la poesía. Por suerte, esas cosas que publiqué ahora han desaparecido. La revista Contorno fue determinante, me hizo interesar por la literatura argentina y que leyera a todo Arlt. Pero, en realidad, la cosa vino por el amigo Vargas Llosas, el amigo Arguedas. Leí La ciudad y los perros, leí Los ríos profundos más o menos por los años sesenta y comenté la de Vargas Llosa en la revista Capricornio, que dirigía Bernardo Kordon y yo era el secretario de redacción. Arguedas me deparó una alegría bárbara porque le comenté a Javier Fernández, que había sido embajador en Lima, y él me dijo que le escribiera diciéndole que me había gustado mucho su novela. Y le escribí y me contestó y me envió dos de sus primeras ediciones y, años después, lo conocí personalmente.

Y la crítica de Vargas Llosa ¿tuvo un efecto parecido a la carta a Arguedas?

A la crítica de Vargas Llosa que publiqué, el mismo Javier Fernández. que fue embajador con destino a la Unesco en París, se la pasó a Vargas Llosa. A Vargas Llosa le gustó y al año fui a París y lo conocí. Leí también bastante literatura hispanoamericana, pero no con fines académicos sino como lector. Y luego en un momento, a fines de los sesenta, vino a verme David Viñas a quien le habían encargado la colección Letras mayúsculas de la editorial Paidós y me propuso publicar algo en ella. Entonces me puse a trabajar seriamente y salieron en esa colección esos dos tomos con distintos ensayos críticos sobre la literatura hispanoamericana actual para ese momento. Y así fui especializándome en esto.

¿Después seguiste trabajando más sistemáticamente como crítico?

No. En realidad, vino más la actividad como editor. Pellegrini trabajaba en la editorial Huemul y me encargó varios prólogos y antologías. Un poco después Schapire me encargó la edición de las obras completas de Florencio Sánchez.

¿Y el periodismo cultural?

Cuando me fui de la universidad y comencé a buscar otro trabajo tenía ya cierta experiencia en periodismo cultural, porque trabajaba en la edición de la revista de la Universidad de Buenos Aires que dirigía José Luis Romero. Luego, por un amigo, entré a colaborar en la revista Siete Días como crítico cinematográfico, que era el puesto que había quedado vacante. Finalmente terminé dirigiendo la sección cultural. Y durante muchos años simultáneamente escribiendo reseñas críticas de libros.

¿Cómo surgió su interés por el género policial?

Los disparadores son medios azarosos. A mi padre le gustaba mucho el policial y yo empecé a conocer el género leyendo Leoplán, que él compraba regularmente. Ese fue como el primer escalón, que miles de personas lo pueden tener. Luego tuve otro impulso que fue debido a que Norberto Firpo, el director de Siete Días, me encargó que organizara para la revista un concurso de cuentos policiales en el año 1974. Se hizo por una única vez, después vino la dictadura y todas estas iniciativas se interrumpieron. Por esa época conocí también a Jorge B. Rivera, que ya había publicado algunos trabajos críticos sobre el género. Con él finalmente hicimos un trabajo bastante completo que salió en la revista Crisis. Continuamos investigando juntos el tema y poco después editamos Asesinos de papel en editorial Calicanto.

¿Así te convertiste en un especialista del género?

Bueno, eso es un decir. Me encargaron otros trabajos editoriales, vinieron invitaciones a congresos y bien, uno se va entusiasmando y de pronto se va, digamos, aproximando a eso que llaman ser un especialista en tal o cual tema.

¿Podría decirse que entonces esta especialización no surgió de la docencia universitaria?

No, en absoluto. Porque la docencia es una incorporación un tanto tardía en mi caso. En realidad, me he ganado la vida con la actividad editorial y en algún momento acompañado muy de cerca por la actividad periodística. Combinaba esas dos cosas. Y la docencia vino muy esporádicamente, primero en los sesenta, antes del golpe militar de Onganía en 1966, cuando Noé Jitrik es nombrado titular de la cátedra paralela de Literatura Hispanoamericana. Los ayudantes éramos Eduardo Romano, Alberto Spumberg y yo. Después fui profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad del Salvador. Nunca fue mi fuerte la docencia.

Con tu experiencia, ¿qué cambios podés observar en el periodismo cultural que en el comienzo de este siglo XXI se practica?

Hay como vaivenes. No creo que haya un cambio profundo, ni hay influencia de los teóricos de la Facultad. En otras épocas se ha dado. Lo que yo veo en cualquiera de las actividades, ya sea en la docencia, en la crítica, en el periodismo cultural es que hay que tener en cuenta a quién te dirigís, vos no podés ir con divagaciones, eso apunta a un lucimiento personal y no sirve para nada.

¿Te referís a un momento de predominio del análisis textual, de una escritura más críptica, más barroca en los medios, realizada por gente que provenía de la Universidad y que se apartaba de la función de orientar o trazar una guía de lectura a nivel periodístico?

Sí, exactamente. Una crítica periodística mínimamente tiene que informar quién es el autor, su obra, y después el análisis de la obra que está reseñando. A parte de eso hay que orientar al lector, decir o sugerir si el libro es bueno o no.

Respecto a la narrativa policial argentina de estos últimos años ¿qué podrías decir, ya que se te considera uno de los “especialista” en su estudio e investigación, como decíamos antes? ¿Hay una nueva tendencia o se sigue cierta tradición?

Yo te digo francamente que no me gusta convertirme en especialista, en estos últimos años he leído novelas policiales, pero no sistemáticamente. En la actualidad, lo que sí he leído es esto del “neo policial latinoamericano”, tipo Paco Taibo II y me parece que si bien en los primeros libros inauguraban un nuevo estilo, una nueva modalidad del género, lo que publican después no tienen algo muy distinto de lo que ya se ha escrito. Son novelas que tienen ingredientes fuertes del policial, como se ve en Sepúlveda y toda esa camarilla. Pero en la actualidad, me siento algo decepcionado, no veo nada original y nuevo en esa corriente. Es una línea que hace ya un tiempo han tratado de imponerla, pero la verdad que es una mezcla, ellos lo dicen explícitamente, donde hay todas las claves del policial: intriga, crimen, detective, investigación; junto con una especie de novela de aventura. Es un género híbrido.

¿Y en donde entra lo político de un modo explícito también?

Sí, eso lo hizo Paco Taibo II con el Subcomandante Marcos. Son libros que por otra parte se leen muy fácilmente.

¿Estarían muy cerca del gusto o el canon del mercado editorial actual?

Sí. Me arriesgaría a decir que totalmente. Aunque todo es muy confuso. Yo me preguntaría o me pregunto: cómo se construye un canon actualmente.

A ver si es así. La tradición del policial argentino podría definirse, como decís en uno de tus ensayos, a partir de Borges como una especie de constante “degeneración del género” y de algún modo esto significa un cambio en la literatura argentina más allá del género. ¿Esa sería una línea que se da en la novela de los años noventa? Por ejemplo, Saer en La pesquisa, en Piglia, en Feinmann. ¡Hay un intento de repensar el género y de búsqueda de un cambio en el sistema literario? Por cierto, existe un cambio en la recepción, no es una literatura policial que sea de gran éxito de ventas como en otro momento histórico del género. Y este neo policial latinoamericano ¿es acaso algo opuesto? O tal vez algo nuevo, y en ese sentido desde otra zona de América latina se está gestando un cambio del género policial que implica un cambio, como en el la literatura rioplatense, dentro de la narrativa latinoamericana.

Y sí. Es una mezcla de novela de aventura y de periodismo también. Está en este grupo Echavarría, que es un escritor de origen uruguayo que vive en Cuba. Además, está el chileno Sepúlveda que es un fenómeno de ventas en Europa. Es como una cofradía, son todos amigotes y todos van a ese festival de novela negra que se realiza anualmente en Gijón, en España. De todas manera, saliendo de América latina, en la misma España hay actualmente algunos escritores que están modificando el género. Existen también otros escritores como el sueco Hennig Mankell, que ha sido traducido al español, que es muy bueno. No es alguien que rompa totalmente con el género, pero escribe relatos policiales muy originales.

No hay en estos momentos ninguna colección nueva de policiales de escritores contemporáneos.

No. Creo que por una parte ha cambiado el público. O las editoriales no quieren correr ningún riesgo. Fijate, las colecciones reeditadas de Séptimo Círculo han fracasado. Es evidente que se ha perdido el éxito masivo del género. Aunque hay novelas con gran éxito de ventas como la de Guillermo Martínez, que fue premio Planeta y no salió en ninguna colección. Claro, es una novela que sigue fielmente las reglas clásicas del género. Tal vez sólo sea eso.

Pensás que esta crisis del género no es parte de un síntoma de la crísis de la narrativa argentina actual, que los cambios de las políticas editoriales y el contexto de la globalización está influyendo en la finalización de una concepción de la literatura. Me parece que esta gran novela que es La grande, lamentablemente la última de Saer, es como una metáfora de una especie de final de lo que fue extraordinariamente una poética de la invención, de una concepción estética de la literatura que apostaba al riesgo y la libertad creativa.

Yo coincido con vos que esto que acabás de describir pueda ser así. Lo que puedo decir, es que no veo cuál es la alternativa. En un momento yo trabajé Rodolfo Walsh, Operación Masacre y sus otros libros, y pensé que esto iba a crear toda una tradición importante de periodismo de investigación y literatura, y que iba a ser muy fuerte, que Bonasso y otros iban a crear una nueva vertiente literaria. Lo mismo sucedió con Puig, los que lo han seguido no han sido nada interesante, ninguno de ellos le llega ni siquiera a los talones. Volviendo a Walsh yo pensé que era un camino que se abría, algo que va a ser distinto, pero después me di cuenta de que fue como un momento que se vivió en la literatura, donde se puede rescatar algo de Poniatowska, de Barnet, se puede armar un buen corpus que corresponde a los fines de los años sesenta. Pero evidentemente, no hay después un desarrollo ni una alternativa, ni acá en Argentina ni en ningún lado. Incluso, en Estados Unidos ya no hay un Norman Mailler, un Tom Wolf. Resumiendo, siento y observo que hay cosas que se están cerrando, lo que vos decías de la póetica de Saer, pero al mismo tiempo no veo las alternativas. Tal vez esto tiene que ver que uno está medio como inmerso en el presente y en el presente uno no tiene la suficiente perspectiva para valorar mejor la situación.

Y en el ámbito editorial, ¿qué sucede, ¿cuál es su papel en todo esto?

En la actividad editorial creo que pasa lo mismo, respecto de la ficción pienso que no hay proyectos. No se lanzan nuevas colecciones, no se eligen ni publican a nuevos autores. Te confieso que ya no sé cuál es la relación autor, lector, publico, todo eso. Además de la gravitación de una política de mercado, pienso que el fenómeno es más complejo. Ese es para mí el estado de las cosas.



1 Publicado en El arte de la conversación, libro de Carlos Dámaso Martínez, Alción editora, 2007.

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