“Parlamento: el segundo semestre ya está aquí”, por Román Setton


Debut del festival Invierno en escena con la obra Parlamento, de la compañía chilena Tryo Teatro Banda.



El sábado 1 de julio comenzó la primera edición del festival Invierno en escena, organizado por Ruben (sic) Monreal. Y el debut no podría haber sido mejor de lo que fue –salvo quizá por la lluvia–. Parlamento fue la obra que dio inicio al festival, de la compañía Tryo Teatro Banda, y durante los 80 minutos que duró la pieza estuve convencido de que, efectivamente, y a pesar de todos mis resquemores y previsiones, había comenzado el segundo semestre. Porque la obra me hizo creer que todas las dichas y virtudes (teatrales) por tanto tiempo esperadas y anunciadas ya estaban allí. Y además afuera llovía torrencialmente –y aunque no eran dólares ni inversiones, allí estaba la lluvia, y en grandes cantidades.
La obra es un unipersonal que recorre la historia de las tierras patagónicas que en algún momento pertenecieron a los mapuches, el territorio que el francés Orélie Antoine de Tounens quiso convertir –y en parte lo logró– en el Reino de Araucaria y Patagonia [Royaume d'Araucanie et de Patagonie] –un tema recurrente e inquietante en las tradiciones narrativas argentina y chilena, cf. por ejemplo La película del rey. Francisco Sánchez es el actor, músico, pintor, manipulador de objetos, hacedor de sombras, etc., etc. etc., que logra que este unipersonal sea un espectáculo de artes y técnicas variadísimas, que es a la vez una prolongada e intensa serie de estímulos a los sentidos y una invitación a razonar de nuevo la historia de ese pedazo de territorio y de los (des)encuentros de los pueblos que allí confluyeron desde la llegada de los españoles hasta nuestros días. El punto de partida de esta reflexión son los prolegómenos, vicisitudes y consecuencias del Parlamento de Quilín (6 de enero de 1641), un tratado fronterizo que fue ratificado y firmado por el rey de España Felipe IV. De este modo, la obra invita a pensar esa historia concreta de pactos, transacciones y diálogos interrumpidos, de negocios avaros, de choques culturales y, obviamente, del surgimiento de las naciones sudamericanas con sus mitos, símbolos, dependencias y pretensiones coloniales. Y en un sentido más amplio, la obra se propone pensar el encuentro con el Otro y la posibilidad del diálogo.
De hecho la pieza es de manera explícita una apología de la charla, del parlamentarismo en su mejor tradición burguesa, esa tradición que Carl Schmitt burlaba denominando a la burguesía la clasa discutidora, apropiándose de una denominación acuñada por Donoso Cortés. Según esta teoría autodenominada decisionismo político, que contribuyó a otorgar un fundamento teórico-filosófico a la Alemania de Hitler, el moderno liberalismo burgués tendría una actitud de evasión respecto de llegar a una instancia decisoria. En lugar de tomar una decisión, e incluso respecto de la batalla entre las fuerzas del bien y las del mal, la burguesía liberal comenzaría una discusión que acaso podría devenir en una charla interminable. Este desplazamiento de la arena política al ámbito de la discusión en la prensa, en el arte, en el parlamento, es aquello que Schmitt condenó como la decadencia de los tiempos modernos, y es aquello que la obra con gran sabiduría intenta retratar, rescatar, y proponer como la via regia para el entendimiento de los pueblos –una idea también presente en la gran novela argentina que cierra el segundo milenio, Inglaterra. Una fábula, de Leopoldo Brizuela.
Con enorme sofisticación de técnicas y un virtuosismo infinito, de una manera constantemente entretenida e intensa, la obra logra transmitir una idea sencillísima y hacernos reflexionar al respecto. Como si esta idea del diálogo fuera el pilar fundacional de un nuevo sistema de entendimiento político, un nuevo cogito cartesiano para la fundación de un sistema de ideas políticas.
Como ya he dicho, la obra es excelente en su concepción y en su realización, y conjuga altísimas dosis de belleza, inteligencia, ingenio, virtuosismo técnico, entretenimiento y profunda reflexión. Un solo punto, una mínima objeción, una única quinta pata al gato cabría encontrarle, si uno tuviese muchas ganas de buscar. Me refiero al contraste entre el único actor –que nos recuerda a los tiempos remotos de Esquilo, antes de la revolucionaria innovación que incorporó al segundo actor–, y la propuesta del parlamentarismo como modo privilegiado de la comunicación. Queda, entonces, la pregunta de si una obra tan excelente, con una propuesta tan sugestiva no peca sin embargo de un personalismo más propio de la defensa de un fornido, casi omnipotente Poder Ejecutivo que del parlamentarismo, así como también de una concepción demasiado romántica, genial y personalista del artista, que atenta quizá contra la idea de diálogo y entendimiento. En relación con este tema, en la charla con los periodistas que siguió a la obra, Francisco Sánchez destacó el carácter dialogal de la obra, a partir de una votación que tiene lugar durante el espectáculo y en que se pide al público que levante la mano para pronunciarse respecto del conflicto de las tierras, y si estas deben ser devueltas o no a los indígenas. Podemos cederle la derecha en este punto al magnífico prestidigitador, y destacar también el diálogo que se establece entre las técnicas y las artes –y que de seguro se encontró, asimismo, en el surgimiento y desarrollo de la pieza, entre el director Andrés del Bosque, la diseñadora Gabriela González y el dramaturgo e intérprete Francisco Sánchez–. Para una obra que es una apología tan vigorosa del parlamentarismo, nos sigue faltando el contrapunto del segundo actor, al menos una voz diferente que quiebre el discurso monolítico, fascinante, hipnótico del artista genial.
Como indicamos el festival internacional Invierno en escena ha debutado de un modo maravilloso. Esta es la primera edición, si bien su director Ruben Monreal es uno de los referentes asentados del teatro independiente, uno de los imprescindibles en La Plata. En esta primera presentación, el festival contará, además, con otra compañía chilena –Ñeque Teatral, con la obra Ningún pájaro canta por cantary una compañía de Portugal –Do Chapito, que presentará versiones de las tragedias Edipo y Electra–, además naturalmente de la presencia de la compañía Tryo Teatro Banda y su excelente Parlamento, que ya tuvo lugar (los días 1, 2 y 3 de julio). Tanto Ñeque Teatral como Do Chapito son compañías que se caracterizan por llevar a cabo formas innovadoras, experimentales del teatro y la puesta en escena.
Uno de los puntos que destaca Monreal en la selección de las obras es la calidad artística de los grupos y su calidad de artistas itinerantes. Podemos suscribir y subrayar su opinión en lo que refiere a Tryo Teatro Banda y esperar que la veracidad del director del festival sea idéntica en las representaciones que quedan todavía por realizarse este año, Ningún pájaro canta por cantar (29 al 31 de julio), de la compañía Ñeque Teatral, y Edipo (jueves 1 y viernes 2 de septiembre) y Electra (sábado 3 de septiembre), de la compañía Do Chapito. Las otras se llevan a cabo en la Sala 420, un espacio teatral ya clásico en La Plata, cuya existencia data de 1988.

Parlamento
Dirección: Andrés del Bosque
Dramaturgia e intérprete: Francisco Sánchez
Asistente de dirección: José Araya
Diseño integral: Gabriela González
Sonido: Julio Gennari
Iluminación: José Tomás Urra
Producción: Carolina González
Asistente de producción: Ignacia Goycoolea 

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