“Rebelde amanecer indígena (Espectros III)”, por Jimena Néspolo
La historia se sucede dentro de una casucha miserable, hecha de palos, chapas de zinc y paredes de adobe, que se han ido agregando para ampliar el campamento original, recostado sobre un barranco. Han pasado muchas gentes por allí: capataces, curas, dinamiteros, hasta maestras supo haber cuando la mina todavía amontonaba colonos y esperanzas en la zona. Pero de aquellos años ahora solo queda miseria. Y recuerdos. Voces fantasmales que se reúnen en torno a una vitrola que no funciona y un candil que desfallece junto a los alcoholes de la noche. Mientras, afuera, arrecia la tormenta y la destrucción del paisaje operada por manos invisibles, por sujetos que nunca se dejan ver. “Estos hombres recorren la casa, fuman, beben. Los demás, los que dinamitan el cerro, nunca existieron. En esta tierra los únicos extranjeros son los indios” [1] –leemos en un cuento de Héctor Tizón. Lo indígena hoy es un discurso identitario que afirma y exige la libertad de quedarse, de no sentirse extranje