“Acerca de sentirse extranjera”, por Miryam Pirsch

Concierto, de Ángeles Durini. Buenos Aires, Conejos, 2017, 87 páginas.

“Algo me dice que para encontrar un cuerpo, es mejor que esté en el mismo lugar en que dejó de ser persona para ser justo eso, cuerpo”. Esto afirma, un tanto confundida, la protagonista de “Concierto”, el primero de los tres relatos que integran el volumen del mismo título de Ángeles Durini. En el cuento, la narradora recibe un extraño llamado donde alguien, que la confunde con una tal Marta, le pide instrucciones acerca de qué hacer con un cuerpo; mientras tanto, la comunidad del balneario donde transcurre la historia se encuentra convulsionada por la desaparición de una adolescente. La lectora que escribe esta reseña no pudo evitar pensar inmediatamente en  el caso de Lola Chomnalez[1] y esta será una clave de lectura recurrente en las tres historias: mujeres acechadas, espiadas, observadas, que andan en puntas de pie para no ser escuchadas ni vistas; hombres amenazantes, hostiles, ambiguos. 
Los tres relatos están protagonizados y narrados por personajes mujeres. Poco sabemos acerca de ellas: ninguna tiene nombre; nos encontramos con una madre evocada a través de la música en el cuento que da título al libro, un marido que solo aparece dormido y al que es mejor no despertar en “Formby”, una huida de no se sabe quién o qué en “Mirada de caballo”. Ninguna de estas narradoras está en el mismo lugar donde dejó de ser persona. Errantes, todas se han convertido o podrían estar a punto de convertirse en cuerpo. La extranjería las vuelve vulnerables al acecho de los locales, quienes disponen de ellas bajo  diversos formatos. Porque el peligro acecha en masculino, en miradas y voces, en órdenes que presentes o sugeridas invaden bajo el formato de la policía que busca sospechosos, el duro y formal dueño del hotel, el quesero que “rescata” e invade la privacidad de la turista, el chofer del ómnibus con su mirada cortante, el griego que mira desde la puerta de su casa, el negro desfachatado que carga verduras. En “Mirada de caballo”, además, el acecho a la turista toma forma no humana bajo la presencia del perro que no se sabe quién suelta durante la noche y que obliga a la protagonista a permanecer encerrada en la casa que le prestaron (“En cuanto cerré la puerta, lo soltaron. Ya lo tenía oliéndome la cerradura. Di otra vuelta de llave. Me andarían espiando, estarían alertas a mi llegada y lo soltarían nada más escuchar la llave”), las yaras que pueden morder entre los arbustos o el caballo del título, que fisgonea en la playa desierta.
Sin instalarse plenamente dentro de géneros clásicos como el policial o el fantástico, el desplazamiento aporta la impresión de vulnerabilidad necesaria para que la extrañeza se apodere de la lectura de estos relatos y sea la auténtica protagonista. Más allá de la peripecia que atraviesan las mujeres, todas resultan extranjeras de su propia identidad, de sus movimientos y de sus cuerpos en ese escenario que recorren accidental y temporariamente (“Extranjera y sola. Extranjera es un decir, todos hablamos el mismo idioma”) porque ya no dispondrán libremente del espacio, del tiempo ni de sí mismas.
Reconocida como autora de literatura para niñxs y jóvenes, consagrada a partir de la saga del pequeño vampiro Demetrio Latov, Ángeles Durini incursiona con Concierto en las publicaciones para público adulto. De todos modos, su novela juvenil Playa de almas (Edebé, 2014) nos ofrece la posibilidad de ser leída en diálogo con Concierto. En ella, dos hermanas, Marina y Lucrecia, parten de vacaciones a las playas del Cabo, sin padres ni novios por primera vez, en un viaje iniciático y en esas playas no solo reencontrarán su vínculo fraterno sino también un pasado y aprenderán que la realidad está compuesta de muchas capas. Playa de almas puede leerse como un texto de transición entre el terreno donde Durini se mueve desde hace más de una década y este en el que se instala (al menos públicamente) a partir de ahora.






[1] Lola Chomnalez era una adolescente argentina que a fines del año 2014 apareció muerta en el balneario uruguayo de Barra de Valizas donde se hallaba de vacaciones. Según la autopsia, murió asfixiada contra la arena el mismo 28 de diciembre en que desapareció. Hasta el día de hoy no hay rastros de su asesino, la causa va por el cuarto juez y continúa el reclamo por el esclarecimiento de este femicidio.

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