“Un cliché con patas” por Hache Pavón



Silencio Pentacker o una breve historia europea de Martín Lombardo. Villa María, Eduvim, 2018, 202 páginas.

Un manual de estilo: “Orson Welles decía algo más o menos similar a lo siguiente: todo el peso de una historia radica en el momento y en el lugar en el que decidimos ponerle punto final a esa historia” (p. 22). En Silencio Pentacker o una breve historia europea, Martín Lombardo narra una historia, por todas y todos conocida, con la clave del wifi abierta: el cliché. Asistimos, desde la primera hasta la última palabra (la marcha, como en un cuento clásico, no admite desvíos), al desmoronamiento de un hombre; para más señas, de un intelectual contrariado que desconfía del lenguaje. Un tal Pentacker, exiliado o autoexiliado en Europa Central, en una zona de los Alpes, es profesor de literatura en una universidad de provincia (siempre se puede estar peor, ¿se puede?, “sí se puede”) y deviene en escritor de informes de lectura para una editorial y deviene, finalmente, en guardia de un edificio (de esos que pierden la vista y la vida frente a la pantalla de un monitor). Previsible, la novela no evita, no intenta evitar, lugares comunes, más bien los busca, los encuentra y se revuelca en ellos: el profesor de literatura seduce y/o es seducido por una de sus alumnas: “Al día siguiente, por más que no viniera a cuento, Pentacker empezaría la clase de literatura frente a los párvulos y las paparulas –frente a esa paparula también of course, siempre sentada de manera sugerente, con esas piernas tan largas, con esa caidita de ojos, con esos labios tan rojos, tan apetecibles, con esos gestos de niña inocente y puta a la vez– recitando en español el comienzo de La Ilíada” (p. 43).
Dos notas, entre otras, atraviesan toda la historia: el ejercicio del lumpenaje, vinculado al desmoronamiento (o descenso a los infiernos) del héroe y el tono sentencioso. Según la primera, es posible ser un profesor lumpen, un escritor lumpen y un guardia lumpen. Lo que cuenta, desde la tradición marxista, para el ejercicio del lumpenaje, es la falta de conciencia de clase y el constituirse en una fuerza regresiva (Pentacker completa el formulario). El riesgo de esta caracterización es que, como sugiere el narrador, se puede ser novela y ser lumpen. Según la segunda, en Silencio Pentacker…, no se trata de narrar o describir sino de sentenciar. En su camino el héroe cae en la melancolía (tras una ruptura de pareja), luego en el escepticismo y finalmente en el cinismo. Como sabemos, la sentencia es hija del presente del modo indicativo y del cinismo y tanto al narrador como a Pentacker las sentencias se les caen de los bolsillos como a Sancho Panza los refranes. Sirvan como muestra dos ejemplos: de melancolía, “Acumulamos pasados, se cubren de capas espesas, unos sobre otros, hasta que, aplastado, perdemos el presente” (p. 32); y de escepticismo, “¿Tenía alguna esperanza Pentacker de encontrarse con algo que valiera la pena entre tanta letra impresa?” (p 114). 
En suma, Martín Lombardo, como tantas veces ha ocurrido en la breve historia de la literatura argentina, se sirve de la melancolía y del escepticismo para contarnos, una vez más, la triste fábula de un cínico, de un cliché hecho hombre, que desconfía, y lo bien que hace, del presente y de la lectura (“Pentacker, en cambio, nunca había estudiado con ahínco, sino que leía por pura pasión o aburrimiento” p. 25). Pero, más allá de lo sabido, la novela gana la partida (y la gana ampliamente) porque, ya lo dijo Freud, a la compulsión a la repetición no hay con qué darle.   

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