“Envolturas biocomunitarias femeninas: Björk + Martel”, por Alejandra Laera
Björk performance enThe Shed, New York, mayo de 2019. |
Pétalos
de colores que se abren y se cierran en gigantescos hologramas, tallos y flores
que parecen avanzar hacia nosotrxs desde el fondo y los costados del escenario.
Líneas y manchas que se alargan, se expanden, se fugan. Luces destellantes que
con intermitencias enfocan también a la inmensa platea. Todo nos envuelve en Cornucopia, el último espectáculo de
Björk, inspirado en Utopía, su disco más
reciente (2018), y dirigido por Lucrecia Martel, la misma que en su último
filme nos hizo regodear ante, entre los cuerpos brillosos de Zama (2017). Todo nos envuelve en Cornupia, entonces. Como en las
fantasías futuristas de otros discos de la artista islandesa, como en los
realismos sensoriales y densos de la directora argentina. Mientras tanto, Björk
se desplaza con movimientos mínimos y ondulantes, tras una máscara brillante
que le cubre los ojos y dentro de un vestido blanco con grandes mangas
tubulares, bien retrofuturista. Ella es ante nuestra vista, por momentos, casi
imperceptible, pero a la vez ubicua. Y canta: “I care for you, care for you...
If you care for me, care for me...”, esos versos afectuosos que se repiten, con
diferentes tonos, en The Gate, el
tema elegido, precisamente, para la apertura.
Si
fuera de escena la acompaña (y la comprende, sobre todo, Lucrecia Martel), en la
escena la rodea un elenco de etérea potencia: vibra, el ensamble femenino
islandés de siete flautas, que recorre levemente el escenario, y que, en uno de
los tramos más altos del show, toca en conjunto una flauta circular, como si
fuera una ronda armoniosa que se separa solo para poder unirse otra vez; una
arpista, cuya imagen evoca mundos de otros tiempos y espacios, y el
percusionista Manu Delago, el mismo de la experiencia musical surgida de Biophilia, el álbum del 2011, que hace
maravillas con el hang y apela para sus sonidos a elementos naturales como el
agua y la piedra. “Blissing me”, otro punto culminante del show, es el tema
cantado hermosamente con serpentwithfeet, otro músico experimental, con quien
realmente parece celebrar en vivo un estado de felicidad. La animación visual a
cargo de Tobías Gremmler, con sus fantasías digitales que combinan maravilla
con sci-fi, lo retro con el futuro, el mundo de las hadas con el de las
superheroínas, contribuye a exhibir las posibles conversiones de la amenaza
ambiental en un biobienestar común. Porque quizás todo se trate de eso: del
cuidado entre nosotrxs, de la protección del mundo. De una suerte de biocuidado
afectivo, naturalmente poderoso, como solo las manos femeninas saben dar y el
canto femenino decir. Y nunca lo dicen mejor que cuando Björk se desliza hacia
una suerte de capilla blanca que le permite reencontrarse con una voz despojada
de artefactos: un sonido originario, primario. Algo de todo esto lo anticipa durante
casi media hora, a modo de preámbulo, el coro de cincuenta chicos y chicas
islandeses que entonan, siempre sonrientes y dispuestos, temas tradicionales o
temas de la propia Björk, y que, tras una ordenada disposición en el proscenio,
descienden hacia las butacas y se ponen casi al alcance del público.
Después,
vendrá el espectáculo björkenergético: ecológico, ambientalista y matriarcal
(palabras implicitas y explícitas a lo largo del show), que se hace más patente
o más tenue, que tiene más o menos mediaciones según se active la marteliana
cortina de tiras finas que filtra las imágenes, las luces, los movimientos,
casi a la manera en que el foco de la cámara opera en el cine, casi a la manera
en que el granulado altera la percepción. Y entonces, de pronto, cuando
parecíamos formar ya parte de esa biocomunidad provista de armonía, aparece el
cine, el documento, con el primer plano gigante de Greta Thunberg, la
adolescente sueca conocida por su activismo a favor del cambio climático, que
no deja de hablarnos, de interpelarnos, incluso de increparnos. Y nos provoca,
como puede ir verificándose a medida que avanzan y se alargan los minutos en
los que vemos su rostro poniéndose cada vez más duro, una empatía incómoda.
Porque finalmente, lxs que estamos ahí, ¿podemos ser parte en serio de una
misma comunidad? Me lo pregunté en ese mismo momento: ¿compartimos la utopía
biocomunitaria?
Cornucopia
es una pura entrega utópica, una vía para salvarnos del desastre. Quiero decir:
no es solo un espectáculo que, con su sofisticación musical y sus deslumbrantes
animaciones digitales disfrutamos y admiramos. Es también una intervención
profunda en el presente. Más todavía: es como si Björk, esta vez con Lucrecia
Martel, convirtiera un show musical no solo en un espectáculo sino en una
suerte de activismo artístico.
¿Dónde
vimos todo eso? En The Shed, el espacio cultural recién inaugurado en Manhattan,
que fue diseñado por Diller Scofidio + Renfro y está a cargo de una
organización independiente sin fines de lucro; su sala mayor, un espacio que se
adecua a proyectos multimedia a gran escala, albergó más de mil personas esa
sola noche, la última de las ocho funciones que se dieron en Nueva York, antes
de la serie que en agosto se iniciará en México. Nosotras llegamos temprano
para ver el predio, al final de la High-line, el circuito aéreo de esparcimiento
y arte que empieza en el Whitney Museum y termina en la calle 30, ya casi en el
Midtown West. Buscamos un poco ansiosas el complejo cultural The Shed, pero
primero nos topamos con The Vessel, la nueva e impresionante estructura
arquitectónica de la ciudad, emplazada en un jardín de césped y cemento y
bastión de un lujoso complejo comercial y de una enorme inversión inmobiliaria.
The Vessel, otro tipo de envoltura, que nos evoca las escaleras autorreferenciales
de Escher mientras el color cobre de su forma circular y vertical multiplica nuestros
reflejos al infinito, nos fetichiza, nos deslumbra. The Shed está justo
enfrente. Ahí lo vemos, finalmente, pero antes de entrar vienen las fotos, los
pedidos de fotos, el turismo total, la suspensión de todo juicio que no sea el
de la entrega al placer visual... Estamos instaladxs en el puro revés de la
cornucopia björkeana, estamos frente al otro cuerno de la abundancia. Hasta que
entramos a Cornucopia y nos invitan a
la biocomunidad. Y entonces al salir de allí, y ante la misma e imponente escena,
la utopía se recarga de fuerza, nos envuelve a futuro.
Próximos
shows: 17, 20, 23 y 27 de agosto en México, Parque Bicentenario.
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