“María y el licenciado vidriera”, por Hache Pavón


Documento de María, de Martín Glozman. Buenos Aires, La Bestia Equilátera, 2017, 184 páginas.

A comienzos del siglo XVII, en la Universidad de Salamanca, se licenció un joven de nombre Tomás Rodaja, quien bajo el hechizo de una dama de todo rumbo y manejo vino a dar en la más extraña locura: “Imaginose el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían, que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio, de pies a cabeza.[i]” (p. 208)  
Cuatro siglos después, en Documentos de María, Martín Glozman escribe una novela con un cuerpo “todo hecho de vidrio” que, ante la mirada del primer lector, estalla en 386 fragmentos. Claro, no encontramos uno parecido al otro, aunque todos son igualmente filosos (los unos parecen trabajados, como reliquias, por las manos de un orfebre y los otros por el azar de un golpe de dados). Si es cierto que el cuerpo de la novela está hecho de vidrio, también lo es que presenta otros cuerpos, el de la narradora y el del narrador, por citar dos casos, también hechos de vidrio y también fragmentados. Para muestra sobra con un botón (o dos), dice la narradora, apartado 25: “No hay mujer sólo en la mujer” (p. 26) y dice el narrador, apartado 88: “Si esperara del pan que me alimente estaría muerto, o dormido” (p. 62). El primer botón, negación polifónica de “sólo hay mujer en la mujer”, le permite al narrador, ¿y a Glozman?, apropiarse de la voz de María, manifestarse en tanto mujer. María, que aparece fragmentada entre dos hombres, su padre: “Soy la hija del rabino” (p.11) y su marido: “Ya no sé quién soy. Soy María y no sé quién soy. Cuál es mi libreto. Si soy tu madre, tu esposa, tu señora o tu hija. O tu profeta o tu musa” (p. 93). El segundo botón advierte de la existencia de una necesidad más allá de la fisiología, más allá del cuerpo y, sin embargo, cada palabra está anclada, viene de una fractura del cuerpo, de los cuerpos.
En Documentos de María, Glozman presenta una, dos y hasta tres neurosis: “Considero que es literatura, pero es también material de terapia” (p. 152). Como Tomás Rodaja, el narrador siente que su cuerpo es todo de vidrio y “con palabras y razones concertadas” grita que real y verdaderamente él no es como los otros hombres y que, si alguien se le acercara, lo quebraría. Ese contacto que no se concretó a comienzos del siglo XVII con un licenciado en leyes viene a realizarse a comienzos del siglo XXI con un licenciado en letras. Un piedrazo quebró al sujeto y lo hizo estallar hasta perderse en otros: “María, vos sos yo y yo soy vos. Estamos juntos en esto, esta novela. Nunca nos vamos a casar. No vas a ser mi amor. Porque somos hermanos” (p.128). Pero, como hemos señalado, además de los cuerpos de María y del narrador, lo que estalla es el cuerpo mismo de la novela. Una y otra vez este narrador declara, a voz en cuello, que no tiene nada para narrar y, una y otra vez, toma el control de la trama, ¿qué trama?, ¿existe algo que podamos llamar trama, en tanto tejido, de la novela?, ¿el narrador trama, planea, algo?: “Ya voy a tener más trama y voy a contar historias. Ahora me estructuro con Jesús y lo trascendente, además le rezo a los orishas y voy a ver a la Yemanyá” (p. 86). No hay trama, ni historia, ni ficción. Lo que hay, en cambio, es negación y un fraseo que deviene de la interjección, del grito: “Soy el mesías o soy Jairo, o estoy solo o solo quiero narrar mi dolor, mi locura, y no tengo historias para contar, o no quiero contar ficción, o prefiero el delirio, o quiero jugar con ustedes al encuentro en la literatura, a nuestros mitos, a nuestras búsquedas, a nuestro pasado incierto, a que formamos parte de lo mismo” (pp. 102 y 103).
En definitiva, pero nada tiene carácter definitivo en Documentos de María, se trata de un texto tan fragmentado como la vida y cuya potencia radica en una constatación: la fragilidad de lo humano, por la fuerza del contraste, pervierte lo sagrado: la Biblia, el Corán o la Torá. Sirvan dos últimos ejemplos del retorno del enfrentamiento entre David y Goliat: “Nací por tercera vez este año al desear a Josue y querer junto a él desvestirme” (p. 15) y “Yo me acuesto con Jesús” (p. 54).     






[i] Cervantes Saavedra, Miguel de. “El licenciado vidriera”. En Novelas Ejemplares. Buenos Aires: Losada, 1996.

Comentarios

  1. Por qué en Cúspide o en El Ateneo nunca encuentro este tipo de literatura cuando voy con sed literaria? Ni siquiera entre las ferias de Plaza Italia... Es increíble como cada libro está a la altura de su lector ...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario