“Análisis de una guerra total”, por Nicolás Rivero



La acción psicológica: Dictadura, inteligencia y gobierno de las emociones, de Julia Risler. Buenos Aires, Tinta Limón, 2018, 314 págs.

“Ganar la guerra para ganar la paz” puede parecer una contradicción de un ministerio orwelliano pero fue la esencia del conjunto de procedimientos psicosociales que los gobiernos de facto aplicaron durante años en Argentina. Esta estrategia fue investigada, recopilada y analizada por Julia Risler en La acción psicológica: Dictadura, inteligencia y gobierno de las emociones. Su trabajo se divide en dos partes: la primera brinda el desarrollo teórico de la acción psicológica que el régimen aplicaba sobre la sociedad; en la segunda, se realiza un análisis minucioso de la circulación de la propaganda como creadora de un sentido regulador y censor de la población.
Se podría considerar que la génesis de la metodología en el país comenzó con Jorge Heriberto Poli. En su libro Acción psicológica. Arma de paz y de guerra se detallan las escuelas norteamericana y francesa de AP, caracterizando a la europea como una doctrina defensiva en comparación con la primera. Esta diferenciación radicaría en que una apuntaría la batería de medidas hacia el enemigo, mientras que la restante se instrumentaría sobre la población en general. Poli buscaba la creación de una metodología propia tomando aspectos de ambas, aunque en el balance de lo que significó la guerra total al fin encontraría una mayor influencia la escuela francesa.
El enemigo ya no era claramente identificable, dado que se encontraba difuminado en la sociedad a modo de “enfermedad” que contagiaba a otras “células”. No bastaba solo con la represión activa haciendo uso de los nefastos procedimientos de la Junta, sino que también había que moldear a la ciudadanía para “limpiar” todo vestigio de subversión y, de paso, instarla una conducta que siguiera el plan de Nación que deseaban los altos mandos. Estas etapas son consideradas por la autora, siguiendo la documentación oficial.
En efecto, la guerra contra el “enemigo” interno había terminado favorablemente para la Junta. Se debía asegurar la “cura” del germen de la subversión a través de una campaña propagandística transversal. El reemplazo de la palabra “revolucionario” por “subversivo” sería una de las estrategias más repetidas. Se comenzó a realizar un antes y después del 24 de marzo de 1976, particularmente con fotografías y la idea de “libertad” oponiéndose a la del “miedo” desatado por la guerrilla.
También, la propaganda de la AP se vería en lo que se suele considerar publicidad. Las empresas fueron incluidas dentro del programa, exaltando el patriotismo y el trabajo argentino, cuando, contradictoriamente, se llevaba adelante un liberalismo altamente dañino para la industria nacional.
Por un lado, la propaganda (tanto comercial como estatal) hacía uso de un léxico belicista para generar un clima de combate constante proponiendo la idea de “soldados somos todos”. No se quiere decir con esto que se apuntaba a un compromiso políticamente activo de la población, muy al contrario, se borraba la participación en los asuntos públicos para retomar los valores morales, éticos y cristianos de la familia y el vecindario.
En este sentido, desde el Consejo Publicitario Argentino surgieron los Llamados a la responsabilidad individual. En esos carteles, se indicaba cómo debía obrar cada ciudadano para evitar la subversión y ayudar al país. Por otra parte, la Junta realizó numerosos acuerdos entre la Asociación Argentina de Publicidad y diversos medios para hacer efectiva la acción psicológica. Quienes no cumplieran lo demandado, serían castigados, en principio, con una quita de la pauta oficial, necesaria para mantener económicamente a las publicaciones.
En principio, una de esas demandas era que se resaltaran las noticias positivas mientras que otras, tales como la inseguridad y el desempleo, perdían peso. A la vez, se realizaba un seguimiento de la vida social de los miembros de la Junta para “humanizar” sus duras figuras ante la opinión pública.
¿Cómo se testeaba el éxito de estas acciones? Risler contradice lo expuesto por Gabriel Vommaro sobre que las encuestas durante la dictadura eran usadas mayoritariamente para testeos de mercado. Con una aceitada red burocrática donde destaca la articulación entre: el Ministerio del Interior, la Secretaría de Información Pública y la Secretaría de Inteligencia del Estado, las encuestas medían los “blancos” de la población a lo largo del país.
Gracias a esta información se empezó a vislumbrar, llegado el año 1980, una caída en la imagen de la Junta, particularmente por el fracaso en el plano económico. Ya no se podía sostener el silencio u omisión de los medios ni de la población. El exitismo del Mundial 1978 y la posterior conquista juvenil en 1979 se estaba difuminando. Ante la carencia de un enemigo interno, la Junta intentó generar consenso con la aparición de enemigos externos. Es cuando se orquestaron los conflictos por el canal de Beagle y la Guerra de Malvinas.
Tras el fracaso en las Islas, la dictadura se encontró sin respaldo de una población que pedía a la reapertura del diálogo político sugerido por Viola antes de ser reemplazado por Galtieri. Se podría decir que la realidad se contrapuso a la AP o bien, que el enojo de los medios desmantelaron lo que ayudaron ellos mismos a crear.
A modo de conclusión al impecable trabajo de recopilación de la autora, es menester el epílogo de Karina Mouzo. La acción psicosocial en el libro muestra, además de un claro ejemplo del estado totalitario, cómo los medios usan el terror de la inseguridad para que las fuerzas de seguridad pueblen las calles. Esa inseguridad quizás ya no sea llamada terrorismo, guerrilla o subversión, pero responsabiliza a un estrato social determinado sobre el que, algunos periodistas, sugieren “mano dura”. Es con el terror y la negación de la diversidad cuando la voz del poder genera la acción psicosocial. Una sociedad heterogénea, que comprenda mejor al otro, no será fácil de adoctrinar.

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