“La fragua de Fraguas”, por Walter Romero

Las grutas, de José Fraguas. Buenos Aires, Palabras Amarillas, 2020, 182 págs.

 

Siete capítulos componen la nueva novela de José Fraguas, narrador e investigador pero, sobre todo, semiólogo. Su reciente novela —publicada por Palabras amarillas editora— lleva por título Las grutas. Nuestro imaginario vernáculo se dirige a la ciudad balnearia cuya marea baja al mediodía y sube al caer la tarde. En ese espectáculo en que la mar danza, lo que queda es literatura del testimonio.

La novela describe en la persona (o en las máscaras) de su narrador “la educación sentimental” de una generación que padeció otros sistemas represivos de los años ´70: necesitamos cada vez más reponer infancias y adolescencias a la luz del acoso y los oprobios que se pagaban –y en muchos casos siguen pagándose– en y con el cuerpo.

Las Grutas será el escenario final de las idas y vueltas de un amor que, entre balbuceos, se anima a “decir su nombre”, pero que –como a todo amor– le caben las generales de la ley: cambios periódicos, fuerzas gravitacionales, la impronta intangible de los astros.

A cada etapa crucial –desde la salida de la infancia hasta el fin de la adolescencia– le corresponderá un ángel de intervención: ragazzi di vita  que –con los nombres augurales de Orlando, Gabriel o Sebastián– dejarán cada uno sus improntas para así fraguar un destino. El devenir gay se narra a modo de realidad aumentada, acaso como sólo la literatura puede agigantar la experiencia e idear –en un escandido de escenas– cómo se sorteaba en aquellos años la vasta playa de la heteronorma y sus “privilegios epistemológicos”.

En todo relato marica hay protoescenas: son los íncipit de la “inclinación”. En este caso el montaje de una escena transgender (bajo el signo amanerado de Nati Mistral) muestra en un esmalte de uñas que se derrama – o más bien en el forcejeo de ese equívoco frasquito– la  esencia de la mariconería rechazada en el marco de familias entendidas como “verdaderas escuelas de heterosexualidad”. Sólo en los tocadiscos o en los magazines epocales la música parece encauzar los apetitos: son los epígrafes de generaciones para quienes los armarios (mucho antes de las “políticas del armario”) fueron, más bien, la ropa, los tacos y la bisutería donde probar identidades.

José Fraguas escribe una Juvenilia que transfuga la aventura del robo de las sandías de Cané por la exploración en una fábrica a los fines de rozar por vez primera un cuerpo de varón. La experiencia es deceptiva: los erotismos se construyen. Para ello no hay nada mejor que exploraciones más a mano: la siempre primigenia “escena del doctor” (jugar al doctor) inscribe picos de orografías en los deseos emergentes: una birome hace las veces de termómetro en las cavidades axilares donde un vello más asequible que el pubis se ofrece, un estetoscopio de juguete mide las pulsaciones del corazón descendiendo con parsimonia hasta las planicies de la ingle.

Si Las grutas nos lleva a una suerte de bucle territorial y temporal donde el narrador nos traslada a un espacio/tiempo donde entender cómo era descubrirse por fin a sí mismo desde una subjetividad diferente, su vasto devaneo urbano (que no escatima escarceos en Rosario, La Plata o Montevideo) recorre como epifenómenos el Parque Lezama o la Boca como recodo colorido, verdadero “barrio arcoíris” donde el cromatismo portuario de Quinquela muta en comarca de diversidad: José Fraguas –que ha estudiado y publicado a Carlos Correas– parece agregar, a la Plaza Constitución iniciática de La narración de la historia, zonas de adyacencia amiga para nuestra literatura gay.

La secundaria, la colimba, la Facultad o las vacaciones son otros hitos que cuentan la historia de un modo tan lineal que exaspera, acaso entendamos que Fraguas quiso dejar el testimonio sucesivo de aquellos días en que ser un joven puto implicaba inventarse una gruta donde, de cualquier modo, la realidad supo abrir sus quiebres: “para contar esta historia era mejor internarse en las cavernas de la memoria lo más despojado posible, al natu, como decíamos con mis amigos, e ir iluminando el pasado de a poco y con cuidado, con la luz del corazón”.

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