“¿Todo está guardado en la memoria?”, por Nicolás Rivero


Los archivos. Papeles para la nación de Juan José Mendoza. Villa María, Eduvim, 2019, 300 páginas.

 

Estamos ante un momento histórico en el que la contención de datos parece haber alcanzado su pináculo, dado que la producción y registros de la memoria y de lo dicho son múltiples, económicas y generan huellas perdurables, en apariencia. No son pocos quienes apuntan, mayormente desde las neurociencias, que la superabundancia de soportes y registros generan, más que memoria, olvido. Pero la fiebre archivística que oscila de la utopía a la distopía -¿hay acaso utopía que no derive en distopía?- es un mal histórico que tiene sus antecedentes.

Si solo lo archivado merece ser memorizado, ¿cómo se puede asegurar que no existe otra memoria y otro archivo? Tal vez esta pregunta se vuelva más incómoda cuando se vuelve sobre el análisis que Jacques Derrida realiza, en su texto de 1992, titulada Mal de archivo. Una impresión freudiana.

Cuestionarse sobre el archivo en la era digital es menester para aquellos que trabajamos de una forma u otra con la biblioteca. Más aún en un escenario en que los datos trascienden la materialidad y se entremezclan con la biología, es decir, con el cuerpo. “Los imaginarios de convergencia entre genética e información han llevado adelante experiencias de distinto rango”, señala Juan José Mendoza en su obra Los archivos. Papeles para la nación.

Mendoza realiza un análisis exhaustivo sobre la cuestión del archivo en un mundo en que la nueva mercadería es el contenido archivo y se ha llegado a un nivel, de técnica y tecnología, capaz de registrar compulsivamente cantidades obscenas de información. Sin embargo, el investigador y docente escribe desde la pregunta y no desde la acusación: “Si tienes un archivo, tienes una vida: ese pareciera ser el imperativo de nuestro tiempo. ¿Si eso no es una política de archivos, qué es? ¿Cómo resistirse entonces a la infernal técnica archivadora del presente? Al parecer, alguien le ha dicho a nuestra época: ‘archívese’. ¿Quién ha dado esa orden?”, señala.

El archivo digital parte también del miedo a la desmemoria y de la muerte. Salvar bibliotecas y museos, a través de la digitalización, parece ser parte de la utopía que se comentaba al principio de esta reseña. Pero algunas preguntas son inevitables: ¿Qué es lo que se salva? ¿Acaso lo salvado no mantiene el estatus quo de los modelos de pensamiento establecidos?

Frente a este panorama en el que Occidente se decide a digitalizar y resguardar sus documentos, dejando a Google como bibliotecario encargado de la protección y selección de los documentos, ¿cómo se posiciona Latinoamérica? En un mundo que se debate entre la digitalización, como sinónimo de disponibilidad de la información, y la destrucción de cualquier archivo, ¿qué rol deben cumplir las políticas públicas nacionales?

Lo que Mendoza nos lleva a preguntar es: “¿Realmente está todo en Google?” “¿Cuáles son las cosas hechas con palabras que todavía no están en Google?” “¿Cuánto tiempo pasará para que comiencen a estar ahí?” “¿Cómo evitar que Google lo capture todo?” Preguntas que llevan a un debate mucho más localizado en nuestro continente: “¿Qué estamos haciendo con nuestros archivos analógicos?” “¿En Latinoamérica existe una verdadera ‘conciencia documental’ o sólo rige la cultura de la inercia y la ‘desidia archivística’?”

Una de las respuestas inmediatas que nos da el libro parte del recordado Horacio González: “Se digitaliza mucho en la Biblioteca Nacional, pero no está articulado con lo que hacen otras instituciones. Todo el mundo digitaliza, pero no hay un ente nacional o hispanoamericano que trate al más alto nivel la digitalización de repositorios en español. Eso hay que hacerlo. Es necesario construir políticas de archivos o voluntades nacionales más explícitas. Me parece que toda la aventura humana es interesante y que siempre están abiertas las puertas a la discusión. Con Google tarde o temprano habrá que discutir un acuerdo que sea relevante para nuestras instituciones y que no sea confiscatorio. Las bibliotecas nacionales, como repositorios históricos de las culturas de los países, se ven enfrentadas a los desafíos de Google”.

Pero el análisis de Mendoza va mucho más allá, no se limita a la oposición entre digitalización y no digitalización, y su respuesta no es sólo histórica, sino que es histórico-literaria. En este sentido, son fascinantes los pasajes del libro dedicados a la evolución del archivo a lo largo de la historia, nutridos magníficamente por las distintas variantes de archivo que la literatura presentó en escritores como Arlt, Borges o Cortázar, sólo por mencionar a algunos.

¿Acaso pensar nuevas variantes de archivo no genera una desestabilización de los actuales modelos de “archivación”? Como se puede ver, Papeles para la nación es un libro que despliega un tendal de preguntas, otorga posibles respuestas y, también y principalmente, desafía a pensar nuevas estrategias capaces de activar resortes institucionales y críticos en este complejo mundo digital nuestro.

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