“Un barroco asomante”, por Lucía De Leone

  

Nazca, de Sabrina Usach. Buenos Aires, Gog y Magog, 2021, 50 págs.

 

Si bien los primeros poemarios de la poeta mendocina Sabrina Usach ya daban fe de esa impronta en su forma de escribir poesía, con su tercer libro, titulado Nazca y publicado en 2022 por la editorial Gog y Magog, se produce un hiato tanto en su producción como en su vida literaria.

Nazca es un libro difícil de leer, y lo digo con alegría y buenaventura; dándole la bienvenida a esa dificultad que da sacudidas al punto de sentirse expulsados si no se insiste una y otra vez. Esa insistencia que se vuelve necesaria para llegar al corazón de lo bueno, o mejor de lo que está bueno o muy bueno de leer. Hay que vérselas, entonces, tanto con la historia que podemos deducir de este conjunto de poemas, pero más que nada con la métrica, el léxico y todo aquello que en la escuela y algunos libros de texto reunían como “recursos estilísticos”.  Se trata de un poemario anotado, que trae el plus de un glosario que nos invita a desasnarnos de esas palabras que no conocemos. La poeta, erudita, no nos deja solas/os en esa misión y nos remite a derivaciones del sánscrito, a etimologías grecolatinas y al armado de una familia de palabras para “flor” en lengua quechua, mapuche, huarpe y guaraní para hacer de su tierra una patria no racializada.

La lectura de este libro requiere de tiempo, pero del tiempo que nos impone cada poema, que no sería el tiempo de las fechas, la temporalidad productiva de la Nación, la de las cosas que corren y rápido. Más bien es un tiempo parecido, por qué no, al que Tamara Kamenszain denominó tiempo suspendido, el de las chicas, el de las poetas, ¿las poetisas?, ¿les poetises? que se les atreven a las tradiciones masculinistas y consolidadas (la retórica modernista, por caso) y nos vienen a dar otra versión del cisne, del lago límpido, del azur en este presente tan convulsionado.

Sabrina Usach encara ni más ni menos un tema tan ancestral como actual y le da un giro: cómo inscribir el propio yo para poetizar maternidades, tan deseadas como imposibilitadas, cuando la fe está puesta en engendrar en vez de concebir, en ahijar en lugar de maternar, cuando ya nada tiene que ver con procesos de medicalización ni banderas propagandísticas y menos aún estrategias publicitarias. La poeta nos avisa desde el segundo poema que es ella misma quien habla “con el amor materno que anda sobrándome” (página 10). Claro que este contenido (por llamarlo fácilmente) o sustancia (para dificultar más la cosa) se filtra y pierde protagonismo por el esquema compositivo de esta poeta que se le anima una tradición (el barroco) que había quedado embarrada por tanto uso. Y cuando lo hace, lo hace para revolver sus estertores con sus propias herramientas, como si se tratara del rescoldo de cenizas, aguas, sangre, leche, de alguna ceremonia primitiva.

Alguna vez se dijo de alguien que escribió con todas las palabras disponibles del castellano. Sobre ese arcón sagrado y virilizado de vocabulario, Usach dispone una treta y se convierte por un rato en nuestra Irma Vep. Si la vampira de la serie basada en la película de Olivier Assayas (que a su vez reversiona el clásico del cine mudo francés “Les Vampires”) hurtaba cofres y mapas para encontrar un tesoro, nuestra etnolingüista cuyana roba palabras para crear oraciones que la norma censura: humanizar los verbos que forman las oraciones unimembres. (Como dato de color, la belleza y el parecido entre la actriz Alicia Vikander y la poeta Sabrina Usach son impactantes).

Con una retórica de la brutalidad y una imaginería sin figuritas repetidas, este poemario es un doble bautismo: da nombre a las cosas y da curso al deseo de nacer. En ese don del nombrar encontramos una pedagogía que el cuerpo inerme le cede al arte: “nombramos la vida como decir/ trigo caza cuenco ignorando/ que esas palabras/ surgen del hambre y de la sed” (p. 13). El nacimiento, la parición, la ovulación, la ovación o adoptar una bestia. Cada origen redundará en un acto de enseñanza: alimentar, acunar pero también enseñar a escribir.

Nazca es búsqueda de conocimiento que anule los saberes estancados, los que heredamos sin más. Nazca nos fascina al tiempo que causa perturbación en varias dimensiones: en sus esfuerzos de inmersión tribal para practicar la fertilidad, en sus energías materialistas (el éter, la luz, la piedra hablan), de mestizaje y fusión interespecies (ser cebra, nacer de boca de pez, hijar a la bestia), en la obsesión por dar con el lenguaje justo para la maternidad (no es útero es ovario, no es vientre es espalda chorreada en la lengua esmerilada), en sus súplicas a dioses y en sus entregas a las magas; en su armado de archivos lingüísticos y culturales. El verbo que da título –Nazca– no toma partido por la gramática normativa, puede ser orden, ruego o deseo en el idioma de la leche.

Los poemas en su conjunto abren una temporalidad sin cronologías pautadas: la vida se mide en árboles (“a dos árboles de mí”), en los hilares donde el tejido construye pasado hacia delante, en el cruce del desierto que según la versión de Usach nos retrotrae a las de Eduarda Mansilla y Gabriela Cabezón Cámara lo protagonizan las mujeres y siguiendo la dirección que imponen los afectos, las emociones, las pasiones. La vida también se mide estimulando las zonas del cuerpo que no responden a eróticas genitocéntricas: se lamen las orejas, se acarician las gargantas, se susurra en la sien.

Para encontrar ese origen de la especie escrita, la poeta inventa un idioma que llamo “barroco asomante”: aquel que enrarece la sintaxis encabalgando una y otra vez, quebrando los cortes de versos con anomalías vocálicas, abusando del anacoluto para cifrar la muerte más que la vida. En ese coágulo barroco es donde lo mínimo que la poeta invoca  se hace universo.

 

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