“Un barroco asomante”, por Lucía De Leone
Nazca, de Sabrina Usach. Buenos
Aires, Gog y Magog, 2021, 50 págs.
Nazca es un libro difícil
de leer, y lo digo con alegría y buenaventura; dándole la bienvenida a esa
dificultad que da sacudidas al punto de sentirse expulsados si no se insiste
una y otra vez. Esa insistencia que se vuelve necesaria para llegar al corazón
de lo bueno, o mejor de lo que está bueno o muy bueno de leer. Hay que vérselas,
entonces, tanto con la historia que podemos deducir de este conjunto de poemas,
pero más que nada con la métrica, el léxico y todo aquello que en la escuela y
algunos libros de texto reunían como “recursos estilísticos”. Se trata de un poemario anotado, que trae el
plus de un glosario que nos invita a desasnarnos de esas palabras que no
conocemos. La poeta, erudita, no nos deja solas/os en esa misión y nos remite a
derivaciones del sánscrito, a etimologías grecolatinas y al armado de una
familia de palabras para “flor” en lengua quechua, mapuche, huarpe y guaraní
para hacer de su tierra una patria no racializada.
La lectura de este libro requiere de tiempo, pero del
tiempo que nos impone cada poema, que no sería el tiempo de las fechas, la
temporalidad productiva de la Nación, la de las cosas que corren y rápido. Más
bien es un tiempo parecido, por qué no, al que Tamara Kamenszain denominó
tiempo suspendido, el de las chicas, el de las poetas, ¿las poetisas?, ¿les
poetises? que se les atreven a las tradiciones masculinistas y consolidadas (la
retórica modernista, por caso) y nos vienen a dar otra versión del cisne, del
lago límpido, del azur en este presente tan convulsionado.
Sabrina Usach encara ni más ni menos un tema tan
ancestral como actual y le da un giro: cómo inscribir el propio yo para
poetizar maternidades, tan deseadas como imposibilitadas, cuando la fe está puesta
en engendrar en vez de concebir, en ahijar en lugar de maternar, cuando ya nada
tiene que ver con procesos de medicalización ni banderas propagandísticas y
menos aún estrategias publicitarias. La poeta nos avisa desde el segundo poema
que es ella misma quien habla “con el amor materno que anda sobrándome” (página
10). Claro que este contenido (por llamarlo fácilmente) o sustancia (para
dificultar más la cosa) se filtra y pierde protagonismo por el esquema
compositivo de esta poeta que se le anima una tradición (el barroco) que había
quedado embarrada por tanto uso. Y cuando lo hace, lo hace para revolver sus
estertores con sus propias herramientas, como si se tratara del rescoldo de
cenizas, aguas, sangre, leche, de alguna ceremonia primitiva.
Alguna vez se dijo de alguien que escribió con todas las palabras
disponibles del castellano. Sobre ese arcón sagrado y virilizado de
vocabulario, Usach dispone una treta y se convierte por un rato en nuestra Irma
Vep. Si la vampira de la serie basada en la película de Olivier Assayas (que a
su vez reversiona el clásico del cine mudo francés “Les Vampires”) hurtaba
cofres y mapas para encontrar un tesoro, nuestra etnolingüista cuyana roba
palabras para crear oraciones que la norma censura: humanizar los verbos que
forman las oraciones unimembres. (Como dato de color, la belleza y el parecido
entre la actriz Alicia Vikander y la poeta Sabrina Usach son impactantes).
Con una retórica de la brutalidad y una imaginería sin figuritas
repetidas, este poemario es un doble bautismo: da nombre a las cosas y da curso
al deseo de nacer. En ese don del nombrar encontramos una pedagogía que el
cuerpo inerme le cede al arte: “nombramos la vida como decir/ trigo caza cuenco
ignorando/ que esas palabras/ surgen del hambre y de la sed” (p. 13). El
nacimiento, la parición, la ovulación, la ovación o adoptar una bestia. Cada
origen redundará en un acto de enseñanza: alimentar, acunar pero también
enseñar a escribir.
Nazca es búsqueda de
conocimiento que anule los saberes estancados, los que heredamos sin más. Nazca nos fascina al tiempo que causa perturbación
en varias dimensiones: en sus esfuerzos de inmersión tribal para practicar la
fertilidad, en sus energías materialistas (el éter, la luz, la piedra hablan),
de mestizaje y fusión interespecies (ser cebra, nacer de boca de pez, hijar a
la bestia), en la obsesión por dar con el lenguaje justo para la maternidad (no
es útero es ovario, no es vientre es espalda chorreada en la lengua
esmerilada), en sus súplicas a dioses y en sus entregas a las magas; en su
armado de archivos lingüísticos y culturales. El verbo que da título –Nazca– no
toma partido por la gramática normativa, puede ser orden, ruego o deseo en el idioma
de la leche.
Los poemas en su conjunto abren una temporalidad sin
cronologías pautadas: la vida se mide en árboles (“a dos árboles de mí”), en
los hilares donde el tejido construye pasado hacia delante, en el cruce del
desierto que según la versión de Usach nos retrotrae a las de Eduarda Mansilla
y Gabriela Cabezón Cámara lo protagonizan las mujeres y siguiendo la dirección
que imponen los afectos, las emociones, las pasiones. La vida también se mide
estimulando las zonas del cuerpo que no responden a eróticas genitocéntricas:
se lamen las orejas, se acarician las gargantas, se susurra en la sien.
Para encontrar ese origen de la especie escrita, la poeta
inventa un idioma que llamo “barroco asomante”: aquel que enrarece la sintaxis
encabalgando una y otra vez, quebrando los cortes de versos con anomalías
vocálicas, abusando del anacoluto para cifrar la muerte más que la vida. En ese
coágulo barroco es donde lo mínimo que la poeta invoca se hace universo.
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