“Pequeño homenaje a Sylvia Molloy” por Rosana Koch



SENTIDO DE SU AUSENCIA
si yo me atrevo/a mirar y a decir/es por su sombra
unida tan suave/a mi nombre/
allá lejos/
en la lluvia/
en mi memoria/
por su rostro/que ardiendo en mi poema/
dispersa hermosamente/
un perfume/
a amado rostro desaparecido
Alejandra Pizarnik


Desvío, flexión, pose, voyeur, closet, switching, el “che” (de Samuel Valverde o de Victoria Ocampo o de Sylvia Molloy), queer, back home, autofiguración, vaivén, retazos, errancia, contagio textual, unhoused, el lector con el libro en la mano, homecoming imposible, la casa de la infancia. Una enumeración a modo de constelación —o de costurero como en “Homenaje” de Varia imaginación (2003)— que intenta rescatar una experiencia de lectura, o una memoria personal que va al encuentro de mis subrayados “Molloy”. Se lee, se recorta, se apropia, se cita y se transforma. Y la memoria, inactual y dislocada, siempre en pedacitos, como nos enseñó Molloy, reproduce, compone y escribe esa lectura. 

Lo cierto es que estas palabras, a veces imágenes, aparentemente dispersas, oídas y leídas, coinciden en un recorrido lector por la poética de Sylvia Molloy a lo largo de varios años. Porque, ¿cuántas maneras hay de encontrarse con una obra, y por ende, con su autora? 

Al recorrer las calles de la ciudad de Buenos Aires, reverbera en mi memoria varias escenas de lectura. Recuerdo que caminaba por la calle Corrientes un domingo lluvioso pero igualmente atestado de gente. Antes de cruzar la Avenida 9 de julio, ingresé a la librería Kafka en busca de La lengua absuelta de Elías Canetti. Inspeccioné varios estantes, hasta que tanteé fortuitamente un libro chiquito de tapa dura amarilla. Y sí, los libros siempre llegan de la mano de algún escritor, o de un subrayado. Levanté la vista por un instante y recordé la biblioteca de la infancia que Molloy relataba en Citas de lectura (2017): ese libro amarillo era Memorias de un asno, de la Condesa de Ségur (colección “Mujercitas”, una edición de 1977), uno de los primeros que cautivaron a la niña-lectora. Otra página compartida, pensé. 

Por cierto, un recuerdo trae a otro. Estaba releyendo El común olvido (2002) cuando fui a una charla que Molloy daba en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, un noviembre de 2016. Ya era de noche cuando salí del encuentro. Había anotado unas cuantas páginas sobre el uso de la cita en su obra. Parada en Juncal, miré un jacarandá en la vereda de la esquina y sonreí. Cada floración anunciaba el regreso de la escritora a su país natal. “Caminemos juntas”, me dije. Y simulando (una suerte de impostación, al decir de Molloy) el recorrido de Daniel, el protagonista de El común olvido, bajé por Talcahuano cruzando Paraguay, Córdoba, Viamonte, Tucumán. La lectura intentaba retener un recorrido, pero al cabo de unas pocas cuadras, mi orientación —o el esquivo recuerdo—había fallado cuando me desencontré con Esmeralda, así que pegué la vuelta, para mí era un itinerario mudo e inestable. Por el contrario, en el cuerpo textual de Molloy, las calles y sus nombres han permanecido intactos en su memoria, configurando una suerte de mapa emotivo. Para Daniel, las calles de Buenos Aires son un referente espacial que ordenan sus recuerdos. La narración opera constantemente sobre un espacio de tránsito. También en el relato autobiográfico “Paseás por Florida” (2010) hay un uso cartográfico de la caminata, donde se describe una Buenos Aires como un archivo literario y la rememoración de sus calles adquiere una función sedante y terapéutica. Pensé en esa retórica del paseo como una “poética de la distancia” que intenta aprehender siempre desde un tono nostálgico una casa irrecuperable. Porque Buenos Aires siempre ha sido un refugio, un territorio íntimo donde el espacio textual de Molloy decidió regresar. 

Sus libros son mucho más que el objeto de estudio de mi tesis. Esos encuentros fortuitos, cómplices y silenciosos eran pura magia y felicidad. Una forma auténtica de hacer de la lectura “un acto de posesión”, de hacer de su mundo un poco el mío, o al revés, por qué no.  

Notable escritora, crítica, investigadora, maestra de generaciones, la obra de Sylvia Molloy se desprende de los lugares comunes y nos convoca a inspeccionar los desvíos que formula, siempre desde un estado de interrogación. Lectora suspicaz y lúcida, nos deja un modo de leer que se erige en la re- flexión de los territorios demarcados y de los sistemas hegemónicos. Una pluma inquieta, insumisa, nómade, que ha hecho del desplazamiento su espacio de enunciación y una instancia productiva de creación. “Una pedagogía de la errancia, desde la literatura y la vida”, dirá Gabriel Giorgi en el emotivo homenaje de la presentación virtual de “Todo sobre Molloy” de la Revista CHUY

Sus abordajes sobre teoría de género, traducción, bilingüismo y multiculturalismo, han sido preocupaciones constantes en su militancia académica, en sus repertorios críticos y configuran una política del conocimiento que, situado en la misma academia norteamericana o centralidad, operan como una forma de “descentramiento epistémico”, según plantea Nelly Richard (2005). Fue pionera en el abordaje de los estudios queer. El género como categoría de análisis impulsó un modo de intervención crítica sumamente productivo que puso en crisis las representaciones convencionales de la subjetividad. Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la modernidad (2012), entre otros ensayos*, ponen en escena esa mirada crítica que desarticula las lecturas canónicas de la modernidad latinoamericana. La pose, en este sentido, se constituye como una herramienta de observación metodológica que apela a la agudeza visual para detectar microscópicamente en la teatralidad que se observa en los cuerpos, un desvío por donde discurre una otredad, una forma aún encubierta por la crítica, pero que su pericia revela en toda su potencialidad. 

Crítica y ficción en la obra de Molloy se reúnen en una sana “contaminación textual” y exhiben un perfecto correlato. Las letras de Borges (1979) y Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica (1991, 1996), por nombrar sólo dos, son materiales ineludibles para la práctica crítica. En el ámbito de su producción ficcional, su primera novela tiene un carácter fundacional. En breve cárcel (1981) inaugura un nuevo imaginario, la historia relata por primera vez en la literatura argentina la pasión lesbiana entre mujeres. 

Ahora bien, ¿cuándo se escribe la primera página, ese gesto inaugural donde serpentea “el primer paso en la producción intencional de sentido?” (Said, 1985). Ese trazo puede pensarse como una pulsión donde anidan varios núcleos de una obra por venir. La revista Sur, en este sentido, significó una puerta de entrada para la experiencia de escritura de Sylvia Molloy**. “Historia de una amistad” (1963) es el primer artículo que la autora escribe en la revista, y se centra en la relación de amistad entre el escritor Ricardo Güiraldes y el francés Valery Larbaud. En el texto se advierte un cúmulo de temáticas y posiciones subjetivas que van a persistir en su obra: el interés por las escrituras autobiográficas y las estrategias de figuración del yo, el espacio dislocado y las subjetividades desplazadas, la experiencia de viaje como motor y posibilidad de escritura y una historia que se entreteje in-between: “entre Buenos Aires y París, entre Vichy y Luján, entre los pasos de Areco y la isla de Elba (…)” (1963: 72). 

Sylvia Molloy falleció el pasado 14 de julio de 2022 a los 83 años en Estados Unidos. Con su ausencia, los noviembres de primavera tendrán un sabor más a intemperie. Su obra me ha interpelado en el más amplio de los sentidos…

Dice George Steiner en su libro Lecciones de los maestros: “Ningún medio mecánico, por expedito que sea, ningún materialismo, por triunfante que sea, puede erradicar el amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un Maestro. Esa alegría no logra en modo alguno aliviar la muerte. Pero nos hace enfurecernos por el desperdicio que supone: ¿ya no hay tiempo para otra lección?” 



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* Hago referencia especial al texto “La cuestión del género: propuestas olvidadas y desafíos críticos” (2000). Disponible en: https://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/view/5818

** “Fue una influencia capital (…). A pesar de que yo ya escribía, tímidamente, no sé si lo hubiera seguido haciendo sin el respaldo de la revista. Acababa de volver de Francia, me sentía extranjera en mi propio país. Sur me dio un lugar y una comunidad, me permitió conocer no solo a escritores consagrados sino a escritores y críticos más jóvenes con los que inicié un diálogo que duró muchos años (…)”. En Revista Ñ. “Cosmopolitas ante un mundo poco global”, Osvaldo Aguirre (29/07/2017).  

                                                                                                                                                   


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