“El museo del fervor” por Analía de la Fuente



Colección permanente de María Negroni. Buenos Aires, Random House, 2025, 112 páginas. 


Colección permanente es una apuesta. Una rareza. El recorrido punzante y afiebrado por la biografía literaria, por el conjunto de circunstancias más o menos fortuitas que alcanzan el presente de una voz. Biografía es, en este caso, toda la realidad simbólica que late, respira y pelea en los textos y el cosmos que éstos nos ofrecen como panorama cuando nos adentramos en ellos. La música, el ritmo del fraseo, el baile de las palabras en su noche estrellada arremete contra la hegemonía del signo, contra el despotismo del sentido común. El afán es necesario para una empresa tal. No hay forma alternativa de descubrir las constelaciones escondidas en el armado de la imagen completa. 

Como en varias de sus publicaciones previas, María Negroni se instala en los bordes de lo esperable, mira a la distancia, vagabundea por lo ya escrito (lo ya leído, lo ya masticado) y se dirige a las expresiones del exilio. 

¿A qué tipo de escritura nos enfrentamos sus lectores? Al asentamiento de una visión de mundo donde la sustancia principal es la devota afición por la lectura y, en consecuencia, un darse desmedido a la emoción que piensa y su cuidado incondicional. Como en la declaración de principios de Utilidad de las estrellas que dice: 


que la palabra hambrienta

se amotine en otra parte

aquí se viene 

a morir en el lenguaje [1]


Al ir pasando las páginas, vamos a encontrar nombres de autoras y autores que habitan el corazón de la voz que escribe: Valente, Blanca Varela, Glück, Chitarroni, Borges, Pizarnik, Thénon, Oubiña, Libertella, Dalmaroni, Thomas Mann, Meschonnic, sor Juana, Poe, Wilde, Kristeva, Barthes, Gelman, Bruno Schulz, Henry James, Leminski… La lista sigue y ocupa pasajes profundos de la imagen sonora subyacente. Ocurre que en esta colección el hecho de escribir es inescindible del acto de haber leído, de haber estado con todos los sentidos alerta en los paraderos imaginarios que, extraña e inexplicablemente, devienen parte de lo cotidiano. Escribir es haber escuchado, es seguir en diálogo constante con nuestros subrayados y su apropiación. 

Las voces van y vuelven como en medio de una marea e, incluso, la guía y directriz del hilado coral se incorpora con espontaneidad al océano que se esconde detrás, por debajo, a los costados del palimpsesto. Por eso también, la autora explicita parte de los contextos de escritura de varios de sus trabajos: El sueño de Úrsula, Islandia, La anunciación, El testigo lúcido, El corazón del daño. Aparecen detalles acerca de la pulsión creadora, aspectos específicos sobre los procesos de composición, anécdotas y hallazgos que van colaborando con el fin último de Colección permanente: reflexionar sobre el lenguaje literario para ir alumbrando algunas conclusiones personales e íntimas sobre el oficio de escribir. Entre ellas: la epistemología del no saber, la poesía como saber alucinatorio, el hecho de que toda escritura es intrínsecamente femenina (tesis que nace de un análisis minucioso de la atmósfera gótica antes, durante y después del siglo XVIII), que la literatura apuesta siempre a lo absoluto, desmontando cualquier noción de certidumbre, y que la atemporalidad es, casi sin discusión, la búsqueda genuina de las grandes voces.

Entre el tejido sónico de poéticas que conforman este gabinete de curiosidades, la autora se permite jugar, nos lo anticipa en la carta introductoria. Asistiremos, dice, a entrevistas apócrifas, cuyos protagonistas son Vicente Huidobro, Emily Dickinson, Erik Satie, Paul Valéry, Hilda Doolittle, Macedonio Fernández y Robert Walser. La propuesta nos recuerda ese libro inclasificable que es Cartas extraordinarias (que en su primera edición de 2013 cuenta con las ilustraciones de Fidel Sclavo) donde Negroni logra transformarse en médium para comunicar desde las subjetividades de Johanna Spiry, Louisa May Alcott, Emilio Salgari, J. D. Salinger y Jack London, entre otros. Biografías, fábulas, versos, teogonías, diálogos releídos en un sinfín de vueltas conforman el vaivén de un libro a otro en la ópera negra de esta hacedora radical. En la operación se esconde una niña incapaz de soltar las manos de sus padres, hundida en su obstinación por pronunciar, una vez y otra, cada letra que, unida a la que sigue, avanza hacia sus nombres. El nacimiento de toda lengua propia (de cada identidad) está allí, instalado con férrea voluntad en apenas tres fonemas, tres letras de nuestra lengua materna. ¿Existe, incluso en esta era tan amante de los trending topic, música superadora de la voz que llama al misterio de su origen? Tres fonemas, dos palabras, unión y vagido. Nacimiento y subsistencia, rebelión de vocablos. Difícil contestar con seguridad. Sólo la intuición puede bambolearse ante acertijos tan enormes. Mientras tanto, la niña piensa en los modos coloquiales de su progenie. E insiste en tironearle las manos (ocho sílabas, tres fonemas) para que la acompañen al parque lingüístico que la maravilla. No hay soledad posible una vez que hemos entrado al mundo de la ficción. La genealogía textual es también una familia. 


| Entre el tejido sónico de poéticas que conforman este gabinete de curiosidades, la autora se permite jugar |


Otra de las excentricidades del libro son las cartas a un maestro imaginario, sí. Suerte de personaje que podemos asociar a quien acompañó el proceso de escritura del primer poemario de María Negroni publicado en 1985: de tanto desolar. Es él quien, cuarenta años atrás, inaugura y nos da la bienvenida a una obra, en aquel momento, en ciernes, hoy, acaudalada y celebrada en distintos países e idiomas. Y lo hace con una carta entrañable. El maestro dice y repite a la joven discípula y a sus lectores, en el presente eterno de la apertura de cualquier libro: “Sé, en suma, que pude enseñarte, porque leyéndote puedo aprender”. Y agrega: "Tu voz afable y solidaria cedía, en la escritura, a un tono, a un murmullo cortante, que lindaba, sin reservas, con la crispación, con las tensiones de una mente empeñada en rehuir las celadas tendidas por alguna ilusión de sosiego, de certeza última, de inmovilidad". [2] 

Aquella descripción lejana sigue caracterizando las nociones que acompañan el trabajo de la poeta, ensayista, narradora, docente y traductora argentina. Ella misma declara en Colección permanente que “se escribe para entrenarse a perder” y se pregunta: “¿Pero no tiene todo en contra quien empieza a escribir?”. 

Gracias a la carta inicial o “Nota de la autora” nos enteramos de la filiación de este último libro con “Seis fragmentos a favor de lo indócil” (conferencia compartida en la apertura del FILBA 2022, hay un video disponible en el canal de YouTube del MALBA). De inmediato llegamos al primer micro ensayo, “ET IN ARCADIA EGO”. Allí se dedican unas palabras a la peculiaridad de Derek Jarman y su film, sin imágenes, Blue. Este mismo texto aparece en La idea natural (2024). La transmigración es un guiño a las lectoras y lectores, por un lado, pero, además, un modo de señalar que todo puede desarmarse, ser demolido y reaparecer a su antojo, como fénix del caos. Todo texto, en definitiva, puede ser un forastero. Y si escribir es buscar el origen, este migrar de un libro a otro de los textos (operación en la que Negroni itera) no logra sino sacudir el suelo de seguridades de quien pretenda ordenar de algún modo su poética.    

Por último, el libro tampoco se priva de una dedicatoria a quienes emprendamos la aventura consciente y en presente pleno de sus líneas: "Este libro está dedicado a quienes confían en los claroscuros, las paradojas y las inconsistencias, acaso porque intuyen que la escritura es un ejercicio sin modelo, hecho de perdición y de fe, de renuncia y de promesa, de gravedad y anhelo absoluto".   

Animémonos a ingresar a este museo del fervor, en él la calma escasea, habrá sobresaltos, y será necesario revisitarlo para extraviarnos con la añoranza de acaso conquistar un fragmento que nos pertenece. 




[1] Negroni, María. Utilidad de las estrellas. Valencia, PRE-TEXTOS, 2024.
[2] Negroni, María. De tanto desolar. Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1984, p.10.

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