"Aceptar la desmemoria", por Emilia Cotutiu
Lo que demora el olvido, de Natalia Neo Poblet. Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2023, 144 páginas.
La historia que nos asiste es protagonizada por una madre senil de ochenta y cinco años, quien, tras un ACV isquémico sin parálisis, comienza a enfrentar un arduo proceso de pérdida de memoria. Mientras tanto, su hija tomará nota, en el sentido de intentar archivar lo inasible del olvido, y en el sentido de contar por su madre lo que ella comienza a perder estrepitosamente. "¿Traiciona la memoria?" (25), se pregunta la narradora. La autora nos propone la difícil tarea de contar, sobre la aparente nada, el olvido. "El olvido es también condición para que surja un decir" (113). ¿Cómo armar una narración sobre la base de lo inexistente, eso que se olvida? "Hay una desmemoria selectiva. ¿Qué es lo que se olvida?" (29), nos pregunta Natalia Neo Poblet. Estas son parte de las reflexiones con las que comenzamos la lectura de Lo que demora el olvido, obra que podría reseñarse sola, por sí misma, con sólo nombrar la suerte de máximas que introducen cortes, pausas, en el texto: "Cuando el olvido se desplaza, la soledad llega más rápido" (9); "Hay olvidos que se dejan recuperar, otros no" (23); "Si hay olvido, tal vez, hundimos el futuro por venir" (67).
Ciertamente, estos enunciados no se tratan de epígrafes porque pertenecen a la pluma de Neo Poblet. ¿Podríamos considerarlos entonces especie de titulares o de bajadas que establecen el tono de lo que sigue a estas preguntas-reflexiones y de la obra entera? En efecto, tampoco se trata de un texto separado por capítulos. Podría inferirse que, fiel a su propósito que reza "A veces olvidamos para componer un pasado poético" (67), Neo Poblet persigue el objetivo de narrar la desmemoria. En ello, no tienen lugar los cortes perfectos que implican los cierres y aperturas de capítulos, perfectos en el sentido literal de "completamente terminados"; así, la lógica acabada detrás de la decisión escrituraria de concluir un capítulo para dar lugar a otro nuevo, distinguido por una numeración, no parece ser parte del criterio narrativo. La autora trabaja sobre el olvido, la desmemoria, lo que se pierde. Y si las preguntas que arroja este texto bambolean en torno a la traición que implica esa desmemoria caprichosa y defectuosa, es decir, la pregunta en torno a "¿Por qué luchamos contra el olvido?" (95), se nos sugiere sensato omitir la capitulación con numeración. Consecuentemente, Lo que demora el olvido nos propone una narración tan dispersa como el propio olvido que se persigue narrar.
Asimismo, en el orden de lo escriturario, otra propuesta sutil pero contundente refiere al uso de las estaciones. Recurso histórico que por lo general se aplica para comenzar un relato en el verano feliz de un protagonista, para luego pasearnos hasta su invierno fatídico; o bien, por el contrario, contamos con esas otras historias que inician en un invierno doloroso que se superan en veranos exitosos. Lo que demora el olvido, sin embargo, se inaugura en un otoño, transcurre su invierno, luego su primavera y finaliza en un invierno que, contra todo pronóstico, trae el final pero también la definitiva aceptación del contrato con la amnesia humana: "Gran parte de nuestra vida está olvidada. Si pudiéramos elegir, ¿qué quisiéramos no olvidar?" (87). Lejos de la resignación, la lástima o los sentimentalismos, el libro es una propuesta por aceptar que de la desmemoria se trata la vejez. "Mientras jugamos, le pregunto a mamá cómo se siente. Y... un poco caída. Se me acabó el futuro, dice. En eso se cae el bastón. Se me acabó el futuro y el bastón, agrega sonriente. Nos reímos" (97). Incluso existe lugar para el humor, en medio de la experiencia de la pérdida. Y así, también, de los afectos: "Descubro en su forma de mirarme que el amor no entra en el olvido" (19).
Comentarios
Publicar un comentario