"Tragedias familiares", por Marcelo Damiani

Tragedias familiares, de Marcos Rosenzvaig. Bs. As., Leviatán, 2010.

Tragedias familiares de Marcos Rosenzvaig reúne tres inmersiones del autor en el universo del teatro clásico. “Hipólito o la peste del amor” se interna en el mito ya explorado por Eurípides y por Racine para repensar el problema del amor desde una perspectiva contemporánea. En “Edipo en la cruz” el recorrido es más amplio, ya que no sólo están implicados Sófocles y Freud, Deleuze y Foucault, sino también un autor menos conocido, Jean-Joseph Goux, autor de un libro muy interesante que Rosenzvaig conoce o intuye: Edipo filósofo (1988); allí se plantea que Edipo es uno de los primeros en creer y utilizar la razón como arma y mecanismo de poder. Por último, en "El sacrificio" es revisitada la historia bíblica de Abraham e Isaac a través de la mirada filosófica de Sören Kierkegaard. Evidentemente, como se puede apreciar a partir de la sola mención de las obras que conforman el volumen, Rosenzvaig es uno de los pocos autores argentinos, por no decir casi el único, decidido a embarcarse en la difícil empresa de actualizar la tragedia a través de una perspectiva filosófica también contemporánea. Tal vez no esté de más señalar que la tragedia y la filosofía han estado unidas desde sus inicios, pero no siempre esta unión ha logrado ser representada en términos actuales.
“Un motivo transversal a las tres piezas,” como muy bien anota María Gabriela Rebok en el prólogo, “es el imperio violento de la enfermedad.” El sustento teórico de este hilo conductor se encuentra en el penúltimo libro publicado por Rosenzvaig: El teatro de la enfermedad (2009). Allí hay un recorrido notable, desde la antigüedad hasta nuestros días, guiado un poco por el fantasma de Susan Sontag, por las metáforas y las significaciones de la enfermedad en los grandes momentos del teatro. La mayoría de los personajes están enfermos, enfermos por el destino (o la existencia), por la pasión (el amor enfermo, acaso la nueva versión del amor loco) o por la fe (la religión como enfermedad). Rosenzvaig parece haber captado el núcleo excesivo, adiposo, de toda enfermedad, y como contrapartida la esencia naturalmente equilibrada de la salud. A nivel formal las obras incorporan el sentido del humor y el absurdo, a sabiendas de que hoy en día toda tragedia también tiene su lado lúdico.
Por último, Rosenzvaig percibe que la verdadera tragedia de Edipo es el enigma del hombre, alguien que nunca puede estar seguro de dónde viene, adónde va ni quién es. En Hipólito… se sostiene que “el amor es la verdadera condena de esta tierra” porque “siempre yace escondido en una zarza ardiente de espinas”. El sacrificio parece arrojarnos a los brazos de la creencia que Dios es una proyección de nuestros propios deseos frustrados.
Rosenzvaig, con este duro diagnóstico vital, se convierte en una suerte de doctor especial que, en términos de Deleuze, es un título reservado para los pocos autores que logran captar el espíritu de su época, ese paciente rebelde que nunca hace caso y que prefiere morir a curarse.
El doctor Rosenzvaig, quizá, también está consciente de esto.

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