"Lo que da sentido al mundo", por Julieta Tonello

Balada, de Marcelo Cohen. Buenos Aires, Alfaguara, 2011, 136 páginas.

“Esta es una historia de deseo y sacrificio. Ya empieza” se anuncia desde la primera línea de la novela. Sin duda, estas palabras iniciales anticipan acertadamente el núcleo temático de la obra: Balada es, en efecto, una historia de deseo y sacrificio. Pero es, asimismo, mucho más. Se erige tanto en una reflexión sobre la ambición desmedida del hombre y sus consecuencias, como en una travesía hacia un mundo fantástico y en el relato de una búsqueda espiritual.

En una línea que se acerca a la ciencia ficción, aunque no se ciña a ella de manera exclusiva, la novela relata el reencuentro de Suano Botilecue, psicoanalista, y Lerena Dost, su ex paciente, quienes en el pasado sostuvieron una relación amorosa con final nefasto. Luego de dos años de separación, durante los cuales la vida de Suano fue desmoronándose sin pausa en todos sus aspectos, Lerena aparece en su vida para instarle a que la acompañe en una especie de misión espiritual. La ayuda solicitada se encuentra  ligada a la aparición de una misteriosa mujer, Dona Murava, responsable de que Lerena gane una fortuna en la lotería y, a quien, en consecuencia, ésta desea hallar para recompensar con dinero: “Lerena piensa que el mundo se ha descoyuntado, y ella con el mundo, y que no va a componerse hasta que ella haga una ofrenda a la rectitud”. Suano, quien en principio se niega a acompañarla, termina por embarcarse en una aventura que los conducirá al encuentro de los más descabellados personajes. La búsqueda de Dona Murava, una antigua cantante que se ha transformado en líder de una secta, será demorada de  manera sistemática por una serie de situaciones desafortunadas, y es justamente en esa búsqueda frustrada en la que se halla el material más rico de la historia.
Cohen ubica a los protagonistas en el paisaje del Delta Panorámico, espacio que, cabe destacar, fue elegido por el escritor para emplazar sus textos durante los últimos diez años de su carrera literaria. Quien aborde la novela se sentirá transportado a un universo poseedor de un vocabulario propio, cargado de neologismos, en donde rigen reglas muy distintas a las del mundo real. Parece como si el autor, a través de las particulares características del cosmos construido, intentara deliberadamente reforzar la idea de que se trata de un mundo ficcional, pincelado por su escritura.
Uno de los rasgos destacables de la obra es la elección de la voz del narrador, representada por un “nosotros”, por momentos difuso, que corresponde a los habitantes de los alrededores de la fonda Deluxin, un espacio marginal donde desempeña su trabajo el personaje masculino: “Entonces ella nos ve, se diría que realmente por primera vez. Y en cuanto nos ha visto bien entiende de qué se trata en este patio”.
Otra de las particularidades de la novela está constituida por la irrupción en el texto de versos sueltos tomados de diversas fuentes, como así también, en este mismo sentido, la mezcla de voces en otros idiomas que pueblan las páginas. Múltiples onomatopeyas y argumentos de canciones completan el espectro que ofrece como resultado un texto de absoluta libertad formal. 
Hay humor en la novela, pero no el tipo de humor que arranca carcajadas en el lector, sino, en cambio, una ironía sutil y refinada que matiza el dramatismo de ciertas situaciones, y que requiere de una lectura atenta.
Más allá de la agilidad de la odisea narrada y de la acabada construcción de los personajes que aparecen a lo largo de la obra, se llega a la última página con la sensación de que un hilo conductor invisible atraviesa el texto. “Un anochecer se le ocurre, como si en otras épocas no lo hubiera sabido, que lo único que da sentido al mundo es el amor” se relata en el corazón de la historia, y en esta reflexión sobrevuela la idea que parece ser el sentido último de la novela. Idea  que se refuerza por el  final elegido por Cohen, un desenlace abierto que insinúa la posibilidad de una continuidad amorosa entre los protagonistas y que permite, a su vez, que la lectura de Balada se transforme en una aventura interpretativa libre.

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