“La intimidad, una serie de violencias salteadas”, por Marcos Seifert

En breve cárcel, de Sylvia Molloy. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012, 155 páginas.


José Luis Pardo en La intimidad distingue lo privado de lo íntimo. Esto último, afirma el autor, remite a un resto de indeterminación inapresable desde la dualidad entre lo público y lo privado. Una distancia que violenta la enunciación y transforma cualquier búsqueda autobiográfica en una experiencia de lo ajeno, de lo extraño. La novela de Molloy, reeditada por FCE con prólogo de Ricardo Piglia, materializa este hiato en la decisión narrativa que instala una fractura entre la voz que narra y el sujeto de la acción. La novela, narrada en tercera persona, pero con un enfoque interno, propone una división entre un sujeto que escribe y otro que lo narra como una manera de poner en evidencia el asedio de ajenidad y extrañeza que socava la interrogación subjetiva. En el texto de Molloy la inmersión en los recuerdos fragmentarios, las anécdotas amorosas y los relatos de la infancia son parte, a su vez, de un cuestionamiento de los límites y alcances de la escritura fraguado en una suerte de desdoblamiento en la marcha enunciativa que retrocede y avanza, y mediante ese movimiento da pie a una reflexión sobre lo narrado: “Mientras espera escribe; acaso fuera más exacto decir que escribe porque espera: lo que anota prepara, apaña más bien un encuentro, una cita que acaso no se dé”. Junto al efecto de cercanía con los hechos, destacado por Piglia en el prólogo a esta edición, que parece volver al lector un espía de una “escena prohibida”, se establece también una distancia, una fisura que es, a la vez, un espejo en el cual se ve a sí misma como otra. La escritura, impulsada por un “desgarramiento inquisidor”, tacha, borra, inventa, desarma, reconstruye los encuentros amorosos con Vera y Renata, su espera, sus celos, su geometría de las pasiones. Al exponer el proceso de producción escrituraria, las dificultades y limitaciones del recuerdo y el registro de lo vivido, la novela no sólo desarticula las convenciones del relato autobiográfico, también evidencia sus vacíos, sus zonas oscuras. La intimidad, afirma Pardo, “aparece en el lenguaje como lo que el lenguaje no puede (sino que quiere) decir." En breve cárcel acecha y señala esta inaccesibilidad de lo íntimo.
En su prólogo, Piglia reconstruye su escena de lectura de la novela para destacar el modo en que lo atrapó “la voz que narraba la historia”. Un tono que toma forma en el vínculo emocional entre el que narra y lo narrado. Esta articulación es clave dentro de la novela ya que el forcejeo narrativo con los recuerdos elusivos se experimenta desde la voz como una bisagra fundamental entre el cuerpo y la palabra.
La contraposición entre phoné y logos es referida ya por Aristóteles en la Política. Por un lado, la capacidad para expresar placer y dolor, por otro, la de discernir lo justo de lo injusto. Se puede pensar cómo en la novela la emoción modula el tono, interviene en el ritmo, pero hay que advertir que la pasión se vuelve, también, un exceso que hiere y violenta la escritura, le enclava silencios, la mutila.
Su reedición, como toda reedición, desplaza la novela y la reubica en un nuevo contexto de lectura.  La aproxima no sólo a un corpus que es parte de una tendencia que Alberto Giordano llamó “el giro autobiográfico en la literatura argentina actual”, sino también a los criterios de lectura y los debates en torno a las “escrituras del yo” y a la idea del “retorno del autor” que dieron lugar a distintas denominaciones (“imaginación intimista”, según D. Link) e incluso al cuestionamiento o negación de este movimiento (“decir yo siempre estuvo de moda”, sostiene, por ejemplo, María Moreno). Si de alguna manera el texto de Molloy se vincula con lo autobiográfico, lo hace, más bien, en el sentido en que el pintor y filósofo Eduardo de Estal define este género: Una ´matriz de dispersión´ del texto literario resultante de la interacción disgregante de elementos particularmente inestables como yo, tiempo, memoria. Aquí se ejecuta el doble salto mortal por el que la primera persona del verbo Ser deviene la tercera persona del verbo Estar”.


 

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