“A pelo sobre el lenguaje”, por Ana Ojeda
Convoy, de Esteban Bertola. Buenos Aires, Editores argentinos hnos., 2012, 192 págs.
Cómo hacer para no terminar el viaje. Cómo hacer para no llegar nunca. Ni volver.
E. Bertola, Convoy
“Con el movimiento del tren se mueve mi cerebro y escribe mi mano”: en dos palabras, la trama de este libro. Pero Convoy es mucho más que su argumento, es puro lenguaje, lenguaje en estado puro. Es palabras que se juntan para chocar o continuarse, armando cadenas fónicas libradas de sus significados, que también se trenzan (a la distancia, en otro plano) para organizar una deriva independiente. Convoy es una narración que fluye a pesar del lenguaje, a contrapelo de él, con un narrador que, una vez que comienza a cuestionar la adecuación de las cristalizaciones lingüísticas que nos son propias, que nos constituyen, no puede evitar la digresión, caer en: “toda asociación al paso”. En ese sendero, descubre –para el lector– que la vida es la que rima: “Llevar un libro a Salta, donde vive Peralta”. Aquí, otra esquirla argumental: excusa y objetivo del viaje que monta al narrador sobre un tren que –como el propio lenguaje– avanza lento y meandroso en una deriva plagada de “desperfectos de rutina”, desde Retiro a Socompa.
“Lo que se puede hacer es algo que no está hecho”. La yuxtaposición como reducción de la temporalidad a su mínima expresión organiza las declinaciones de la percepción del narrador, que mezcla presente y pasado, paisajes y recuerdos: “La imaginación está desatada por la realidad. Es un encuentro sangriento”. No hay en su deriva tensión argumental ni teleología posible: todo pasa en la llanura de un presente desembarazado de futuro. Abundan las informaciones temporales que, sin embargo –“diez años después”, “más adelante”, “años después”–, no anclan ni ordenan temporalmente lo sucedido, sino al contrario: contribuyen a crear la sensación de que todo ocurre al mismo tiempo o en un orden que no interesa dilucidar, que es –en última instancia– irrecuperable.
“Una estela de berretería en imágenes”. Sobre este fondo rítmico, Bertola obliga a su lector a no dormirse, no distraerse. Las palabras se encadenan velocísimas, construyendo escuetos pasadizos sin pasamanos, que dejan al lector librado a su capacidad, a su memoria, a su suerte. Van a los saltos, de un promontorio al siguiente, ágiles, etéreas. Nosotros corremos tras ellas a los tumbos, siguiendo sus huellas, recogiendo informaciones, datos, nombres: encajando las piezas de un rompecabezas móvil e inestable, que se arma durante un momento y luego es nuevamente como un viento que arrasa con todo. En este sentido, Convoy propone una superficie densa, de alto tránsito. Una primera lectura alcanza tan solo para intuir sombras, como amagues, de los movimientos tectónicos que arrebolan sus profundidades.
“Ahí ya miente y mete la cola el lenguaje”. Regodeándose en la sonoridad de las palabras, Convoy encarna un lenguaje alejado de la entelequia mítica del “español neutro o panhispánico”. Propone un trabajo con la oralidad que resulta en una lengua preñada de “literaturidad”. Es un lenguaje desceñido de su función referencial, que existe, simplemente, en ebullición. La lectura despierta a la conciencia de sí misma como un ejercicio de escucha. Escucha de un narrador crítico para con el lenguaje que utiliza, que es propio y también heredado: “Se miran –lo que se dice mal, que es muy bien y mucho”; “pregunta el guarda primero rompiendo un silencio que no se rompe y que se revela mayor, un silencio que existe con sonido y pregunta incluidos”. Los sintagmas cristalizados (los lugares comunes) se retoman para pensarlos, trastocarlos en una reflexión que deja en evidencia la irracionalidad de lo consuetudinario: “Metele la media en la cabeza, le dice Cecilio a Tocayo. La cabeza en la media, sería más preciso, pero no”. Así, el narrador va y vuelve, del plano de la historia al de su materia (el lenguaje) hasta que éste se vuelve también objeto de la narración: se narra por asociación fónica, por sonido. Otra vez: “La vida es la que rima”.
Publicado por el joven sello Editores argentinos hnos., que tiene en carpeta la redición de, entre otros, El riseñor y Un amor como pocos, de Leónidas Lamborghini, y Los envolventes, de Milita Molina, el Convoy de Bertola está organizado en tres partes, que articulan “estas líneas cruzadas, desparramadas y juntas, [que] se entremezclan como en la vida se mezcla todo. Sin ton ni son.” Al comienzo, una introducción sin título, que es un poco resumen de todo lo demás que está por venir. Luego, “Pajarracos” y a su cola “Caravanerías”. Dentro de ésta apolilla una bitácora: momentos, nada más. Sin orden, sin jerarquía: pura yuxtaposición y avance hacia ningún lugar. Porque en realidad quien viaja está clavado en su silla, libro en mano, un poco apocalipsicado por la escritura de Bertola que, a fuerza de literatura, lo deja con “un ametrallante jijijijí felizoide” como conclusión, en cualquier parte.
me entusiasmó el comentario de Ana y ya estoy experimentando la maravilla de leer este libro, gran trabajo con las posibilidades del lenguaje,
ResponderEliminarconvoy es una joya. Lo mejor que leí este año.
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