"Coreografías complejas: la veloz multifocalidad del presente" por Walter Romero
Escenario móvil. Cuestiones de representación, por Susana Cella (ed.). Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2012.
Acaso el realismo sea una de las constantes de la historia literaria; sus “aplicaciones” son transnacionales, transculturales, transhistóricas. El problema central de la mímesis y sus derivas (y avatares) son parte constitutiva de la literatura en términos de arte de representación, del orden de lo que está representado, o de aquello que -en un determinado marco- es presencia y mostración de ese recorte que asume la imitación de la vida.
Las cuestiones de representación, entendidas en sentido amplio, son un tembladeral no ajeno a una contemporaneidad que no logra reponerse de una posmodernidad ya deslucida o muy deshilachada; sobre todo en tiempos en que todo arte de representación aguarda a sus nuevos gurúes, sus nuevas tendencias, a una nueva y “viral” denominación, que, obligadamente será –lo sabemos e intuimos- también de muy vasto, de muy amplio espectro.
Acaso sólo Reinaldo Laddaga ha tentado en nuestro medio, entre conceptos tan variados como emergencia, volatibilidad, contemporaneidad y representación cauterizar un poco el sentir de una época, a modo de “torniquete hermeneútico” que aborde un presente lábil, difuso y complejo. Las figuras se mueven con rapidez insospechada, el corrimiento y las tensiones se multiplican, los desdoblamientos en los que el artista queda preso de su obra (la presenta por sí mismo, la representa, es parte de ella y, a su vez, la vuelve más que nunca un objeto), son el constructo o el gesto de los tiempos que, más que correr, vuelan. “Coreografías” todas que intentan capturar una verdad –una realidad– escurridiza, cuyos “procedimientos constructivos” se mueven en agrupamientos (o apareamientos) insospechados, en una multifocalidad de “complejo estatuto”.
El volumen, editado por la Facultad de Filosofía y Letras, que compila acertadamente la doctora y directora de investigación Susana Cella, no viene a reponer otra cosa que ese estado de la cuestión en un amplio abanico de modalidades de representación (autores y obras) cuyo “escenario móvil” intenta, del mismo modo en que una buena fotografía, la captura de un momento que, en su conjunto, es y será irrepetible.
Este libro es una muy buena serie de viñetas de la forma en que, sin prisa pero sin pausa, la literatura, de manera casi recidiva –cada tanto, y más pronto que tarde (y mucho más cerca de nosotros que la imagen que ilustra la tapa, donde una madame decimonónica contempla un fuera de campo, aunque regalándonos, a su vez, un reflejo de “la otra cara” de su rostro)– vuelve, una y otra vez, sobre la cuestión del realismo, de las condiciones de representación y sus muchos conflictos, o malentendidos.
El resultado es vario porque variada es la suma de trabajos que aborda, pero la introducción guía en su recorrido algunos trabajos que bien podríamos entender en una liminaridad que completa el “tema”: lo sabemos, el “engarce” hace más preciosa la joya.
Puestos en la molesta e incómoda tarea de elegir algunos estudios más destacados de esta compilación, diremos que preferimos aquellos trabajos que parecen ir un poco más allá, emprendiendo un abordaje más decididamente teórico, que siempre se agradece, y, que parece responder mejor al horizonte de lectura que este trabajo construye.
Así, el trabajo contrastivo entre Molloy y Semprún que emprende Guadalupe Maradei implica una idea de la forma en que la memoria se representa, la interesante lectura de Gorki que elabora Omar Lobos nos da a conocer las diferencias notables entre shazkas y bilinas de noble tradición, y, el estudio benjaminiano de Martha Fernández Arce anuda la memoria al problema interminable de la mimesis; sin dejar de señalar lecturas, también de interesante recorrido, en la voz de Leonardo Candiano, Roxana Ybañes, Diego Alonso, respectivamente dedicados al realismo de los 60, a las configuraciones de la palabra poética, y, en una celebrada deriva, a la poética de Tarkovski y su “realismo”: otra vez esa maldita palabra.
Mención aparte merecen dos trabajos: por un lado, el del riguroso Eugenio López Arriazu que enlaza una concepción del realismo á la Henry James con técnicas de notoria aplicación en el maestro norteamericano, y, por otro, el estudio de Ruth Alazraki, donde el realismo –y sus reflejos– están abordados en términos de apresar, de alguna manera, lo que Barthes sostenía respecto de cuál era en definitiva la función crucial de la literatura: es decir, cómo hace la literatura para institucionalizar una subjetividad, en este caso, referida al arrinconado pero grandioso Enrique Wernicke, y sus acuáticas e inolvidables metáforas.
Acaso el realismo sea una de las constantes de la historia literaria; sus “aplicaciones” son transnacionales, transculturales, transhistóricas. El problema central de la mímesis y sus derivas (y avatares) son parte constitutiva de la literatura en términos de arte de representación, del orden de lo que está representado, o de aquello que -en un determinado marco- es presencia y mostración de ese recorte que asume la imitación de la vida.
Las cuestiones de representación, entendidas en sentido amplio, son un tembladeral no ajeno a una contemporaneidad que no logra reponerse de una posmodernidad ya deslucida o muy deshilachada; sobre todo en tiempos en que todo arte de representación aguarda a sus nuevos gurúes, sus nuevas tendencias, a una nueva y “viral” denominación, que, obligadamente será –lo sabemos e intuimos- también de muy vasto, de muy amplio espectro.
Acaso sólo Reinaldo Laddaga ha tentado en nuestro medio, entre conceptos tan variados como emergencia, volatibilidad, contemporaneidad y representación cauterizar un poco el sentir de una época, a modo de “torniquete hermeneútico” que aborde un presente lábil, difuso y complejo. Las figuras se mueven con rapidez insospechada, el corrimiento y las tensiones se multiplican, los desdoblamientos en los que el artista queda preso de su obra (la presenta por sí mismo, la representa, es parte de ella y, a su vez, la vuelve más que nunca un objeto), son el constructo o el gesto de los tiempos que, más que correr, vuelan. “Coreografías” todas que intentan capturar una verdad –una realidad– escurridiza, cuyos “procedimientos constructivos” se mueven en agrupamientos (o apareamientos) insospechados, en una multifocalidad de “complejo estatuto”.
El volumen, editado por la Facultad de Filosofía y Letras, que compila acertadamente la doctora y directora de investigación Susana Cella, no viene a reponer otra cosa que ese estado de la cuestión en un amplio abanico de modalidades de representación (autores y obras) cuyo “escenario móvil” intenta, del mismo modo en que una buena fotografía, la captura de un momento que, en su conjunto, es y será irrepetible.
Este libro es una muy buena serie de viñetas de la forma en que, sin prisa pero sin pausa, la literatura, de manera casi recidiva –cada tanto, y más pronto que tarde (y mucho más cerca de nosotros que la imagen que ilustra la tapa, donde una madame decimonónica contempla un fuera de campo, aunque regalándonos, a su vez, un reflejo de “la otra cara” de su rostro)– vuelve, una y otra vez, sobre la cuestión del realismo, de las condiciones de representación y sus muchos conflictos, o malentendidos.
El resultado es vario porque variada es la suma de trabajos que aborda, pero la introducción guía en su recorrido algunos trabajos que bien podríamos entender en una liminaridad que completa el “tema”: lo sabemos, el “engarce” hace más preciosa la joya.
Puestos en la molesta e incómoda tarea de elegir algunos estudios más destacados de esta compilación, diremos que preferimos aquellos trabajos que parecen ir un poco más allá, emprendiendo un abordaje más decididamente teórico, que siempre se agradece, y, que parece responder mejor al horizonte de lectura que este trabajo construye.
Así, el trabajo contrastivo entre Molloy y Semprún que emprende Guadalupe Maradei implica una idea de la forma en que la memoria se representa, la interesante lectura de Gorki que elabora Omar Lobos nos da a conocer las diferencias notables entre shazkas y bilinas de noble tradición, y, el estudio benjaminiano de Martha Fernández Arce anuda la memoria al problema interminable de la mimesis; sin dejar de señalar lecturas, también de interesante recorrido, en la voz de Leonardo Candiano, Roxana Ybañes, Diego Alonso, respectivamente dedicados al realismo de los 60, a las configuraciones de la palabra poética, y, en una celebrada deriva, a la poética de Tarkovski y su “realismo”: otra vez esa maldita palabra.
Mención aparte merecen dos trabajos: por un lado, el del riguroso Eugenio López Arriazu que enlaza una concepción del realismo á la Henry James con técnicas de notoria aplicación en el maestro norteamericano, y, por otro, el estudio de Ruth Alazraki, donde el realismo –y sus reflejos– están abordados en términos de apresar, de alguna manera, lo que Barthes sostenía respecto de cuál era en definitiva la función crucial de la literatura: es decir, cómo hace la literatura para institucionalizar una subjetividad, en este caso, referida al arrinconado pero grandioso Enrique Wernicke, y sus acuáticas e inolvidables metáforas.
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