“La justa medida de una obra colosal”, por Enzo Cárcano
Adán Buenosayres, de Leopoldo
Marechal. Ed. crítica, introducción y notas de Javier de Navascués. Buenos
Aires, Corregidor, 2013, 768 páginas.
En una reseña publicada en la
revista Sur en noviembre de 1948,
Eduardo González Lanuza despachaba, con descarnada ironía y visible desdén, la
primera novela del que había sido uno de sus compañeros en la vanguardia
porteña de los años veinte: Adán
Buenosayres, de Leopoldo Marechal. El autor de Prismas criticaba, entre otras tantas cosas, la falta de
originalidad de la novela —a
la que consideraba una mala imitación del Ulyses
joyceano— y el
estilo de la prosa marechaliana, que le resultaba bajo y degradante: “Al lado
del [lenguaje] que utilizan los personajes de Adán Buenosayres, el empleado en nuestras canchas de fútbol es
digno de una fiesta de fin de curso en un colegio de monjas”. Juicios como
estos eran la opinión generalizada en aquellos primeros años de vida del texto.
Las tendencias políticas de Marechal, militante peronista, y
su enemistad con el grupo que se reunía en torno a las figuras de Jorge Luis
Borges y Victoria Ocampo, fundadora de Sur,
hizo que no solo González Lanuza, sino también Emir Rodríguez Monegal —quien
ensayaría una tibia rectificación en 1969— y otros tantos reaccionaran
negativamente contra el libro. Como bien señala Javier de Navascués: “Solo se
levantó una voz discordante: la de Julio Cortázar, quien firmaba un artículo
laudatorio en la revista Realidad,
dirigida entonces por Franciso Ayala. Esta reseña [...] tuvo el mérito de
señalar caminos interpretativos solo encauzados décadas más tarde. Pero su
defensa, por muy talentosa que fuera, no pudo impedir que una conspiración de
silencio rodease a Adán Buenosayres
durante más de quince años” (12).
No obstante el tiempo que
transcurrió entre la publicación y el redescubrimiento, la novela de Marechal,
como todas las grandes obras, consiguió hacerse un lugar entre las más
importantes —las
indiscutiblemente canónicas—
de la literatura argentina y latinoamericana. La vigencia e
importancia de esta obra se comprueba cabalmente en una nueva edición crítica,
tercer volumen de la colección Ediciones Académicas de Literatura Argentina
Siglos xix y xx (eala) del sello argentino
Corregidor, que confió a Javier de Navascués, profesor titular de Literatura
Hispanoamericana en la Universidad de Navarra, la preparación del texto introductorio
de Adán Buenosayres. La introducción
contempla tanto el análisis de la novela como el de su recepción e influencias,
y es acompañada de una selección de bibliografía crítica, cuatro anexos, una
detallada bio-cronología preparada por la hija del autor, María de los Ángeles
Marechal, y abundantes notas que, además de aportar datos esenciales para la
lectura, informan sobre las variaciones entre los distintos manuscritos de la
obra.
Pero además de
la cuidada elaboración, esta edición de Adán
Buenosayres ostenta otros atractivos singulares: es la primera publicada en
la Argentina (las otras dos, la de Pedro Luis Barcia y la de Jorge Lafforgue y
Fernando Colla, se editaron fuera del país), la primera en la que se contó con
todo el material preparatorio de la novela (diez manuscritos de puño y letra
del autor proporcionados por la hija de este a Navascués) y la primera que
aparece acompañada de algunos documentos de inestimable valor
histórico-filológico: fotografías, facsímiles de dibujos, el plan sobre el
capítulo i del Libro i (anexo i);
la transcripción, hasta ahora inédita, de parte del diálogo que Marechal
mantuvo con el público luego de una conferencia pronunciada en 1969 (anexo ii); algunas notas del plan sobre el
Infierno de los violentos (anexo iii);
y un par de cartas, una de ellas inédita, entre Marechal y Julio Cortázar
(anexo iv), en las que se adivina
el cariño mutuo de estos dos grandes escritores: “A mi entender —señala el
autor de Adán Buenosayres—, La Rayuela y Sobre héroes y tumbas, de
Ernesto Sábato, son los dos monumentos de nuestra narrativa que se yerguen,
insólitos y ariscos, entre las pequeñeces que dejó ese género literario en
nuestra última década” (759).
En aquella
reseña de 1948, González Lanuza justificaba la rigurosidad con la que juzgaba
la novela de Marechal aduciendo que este mismo había sido quien la había tildado
de “novela genial”, y que a él, como crítico, no le quedaba más que colocarse
en ese punto de mira: “Así, pues, creo proceder con lealtad si juzgo esta obra
por todo lo alto, desde el pináculo de la genialidad en que su autor quiso
colocarla” (88). Quizá este haya sido el único juicio crítico acertado de
González Lanuza, cuya filosa ironía no hace más que subrayar la grandeza de Adán Buenosayres; grandeza que, en la
reciente edición de Navascués para la colección eala
de Corregidor, encuentra su versión más propicia.
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