“Del nictógrafo a la tiza”, por Felipe Benegas Lynch
Vigilámbulo, de Arturo
Carrera, en: Vigilámbulo: poesía reunida.
Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2014, v. 1, p. 55-126.
En
el año 2012 se publicó en Cuba una antología de la poesía de Arturo Carrera que
abarcaba textos escritos entre 1972 y 2005. El título que la poeta y
compiladora Reina María Rodríguez eligió para la colección de poemas fue Bajo la plumilla de la lengua. Así
respondió Carrera cuando le preguntaron en Cuba acerca de ese título:
Fue una sorpresa enorme. Fue un
hallazgo poético más de Reina María Rodríguez. Quiero decir, la cita de Lorca,
tomada de Poeta en Nueva York ya estaba, es inquietante, yo la había elegido
para uno de mis poemas. Pero Reina hizo algo extraordinario: la incorporó como
comienzo de toda la antología. Y al volverla así en abrazo, contorno, cita
envolvente, le dio más sentido a lo que yo hago. Queda todo bajo esa lengua
precaria y tozuda como la del niño. El que llevaba según Lorca una plumilla en
la lengua. ¡Qué monstruo![1]
El
libro en el que Carrera había utilizado la cita de Lorca es Mi padre, editado por Ediciones de la
Flor en 1985. Allí figura como epígrafe de uno de los apartados en la página
trece. Adriana Hidalgo presentó este año la Poesía
reunida de Carrera, editada en tres tomos y ordenada en contra de la
cronología: el libro que abre el primer tomo es el más reciente. El título de
este último libro, que aparece como novedad, es Vigilámbulo. Y ese mismo título es el que se le ha dado a la
antología completa. Quisiera interrogar este gesto: ¿qué sentido tiene este
“contorno” para el resto de la obra? ¿qué es lo que trae esta novedad que viene
a abrir la cerrazón de una trayectoria? Al título y al libro-prólogo se le suma
un elemento más: la portada, compuesta por una “intervención gráfica de la obra
de Guillermo Kuitca Sin título, 2013,
óleo sobre tela, 35 x 50 cm, colección del artista, Buenos Aires”. En esa
imagen se observan una sucesión de lunas achinadas y bostezantes, o achinadas
por bostezantes, que flotan inmersas en un fondo gris que se difumina hacia
algunos tonos violetas, verdes, casi rosados según cuál de los tres tomos se
observe. Por allí flota también una pequeña figura que podría ser humana y que
podría estar parada sobre la punta de un peñasco o sobre un pequeño cohete en
el cual transitar esa especie de vacío originario. Y tal vez, de lo que se
trata en este caso es de vaciar: frente a la consolidación de una obra, frente
a su monumentalización, invertir el sentido de plenitud cultural que llena y petrifica
lo escrito. Lo que se busca aquí no es reafirmar sino difuminar. De ese modo se
logra revitalizar la escritura y su continuidad.
Vigilámbulo, al invertir la cronología,
ha tomado el lugar de Escrito con un
nictógrafo, la primera publicación de Carrera allá por 1972. Y creo que hay
que leerlo en “negativo”, como dos aspectos de una misma imagen que se
transforma según cómo se la mire. Hacia el final de ese texto inaugural decía:
“Se colma de vacío un conjunto lleno (…) –no se sabe quién escribe”; y en el
punto III del prólogo Severo Sarduy declaraba:
Ni negro sobre blanco, ni blanco
sobre negro. No hay soporte. No hay figuras. Positivo y negativo, yin y yang, noche
y día se evocan y sustentan. Los pintores de la dinastía Song y Franz Kline, de
este otro lado, nos han dejado ver ese equilibrio. El ciruelo de invierno, la
escarcha sobre las hojas, el puente quebradizo, las franjas sucesivas de las
bruma y, más allá, en las quebraduras de un farallón, la cabaña de los mudos
escrutadores del vacío, “todo forma cuerpo” con la frágil seda que se va
desplegando, cascada sobre el muro. (539, tomo III)
Ahora
nos encontramos con una portada digna de la dinastía Song y no con Kline sino
con Kuitca. Cuánto más difícil resulta ahora no saber quién escribe, y sin
embargo… La imagen propone un pequeño vigía recorriendo un espacio indefinido,
como de ensueño. Tal vez esa sea la coartada: no reconocerse en lo escrito,
aceptar que todo en un instante se podría borrar. Así dice el primer poema, la
“Canción del vigilámbulo”:
en este círculo me encierra,
en este otro me libera,
en este círculo me encierra,
no quiere que la muerte cercana
se apodere
de estas bandas de tiza,
y aquí en el sueño están sus
palabras
aunque no las reconozca;
aquí aunque no sepa qué dicen,
aquí aunque se posen sobre la
función
de un sinsentido equivocado;
pero eso tampoco existe
aquí aunque ya no sea la infancia
sino
su límite impreciso
en la lluvia, ahora, en esa
borradura lejana,
el arco iris, en esa banda gris
plomo
contra el amarillo vibrante del
campo.
Y ella sentadita sigue dibujando
rayas, rayas, círculos,
como si marcara el tiempo de su
alegría en mí,
de su abandono en mí, de su
presencia en
cada movimiento de su mano
pequeñísima en mí,
para alzar con su grafía la letra
que alza hoy
esta ínfima edad para su vocecita
milenaria,
los anillos de un destino del “ya
no sé quién soy”,
“en breve ya no sabré
sino apenas lo que miro” (62)
Y
así se colma de vacío un conjunto lleno: confiando en la percepción del
instante, sin dejarse avasallar por la arrogancia de la obra concluida. Porque
lo que un círculo cierra, otro lo abre. Es la niña la que escribe, la pequeña
nieta de “vocecita milenaria” –como aquel niño monstruoso que llevaba la
plumilla en la lengua–, pero también es el escriba que ha desaparecido en la
escritura, el escrutador de vacío. La niña es la continuidad de su sangre, lo
que borronea una presencia con otra. Pero “no se trata de la infancia de
nadie”, sino “la infancia de un mundo” (219, tomo I). Estas palabras de Deleuze
abrían Las cuatro estaciones. “Vigilámbulo”
también es un concepto deleuziano: “sonámbulo que se pasea en estado de vigilia
afectado por un exceso de presencia; en un ‘estado intersticial entre el sueño
y la vigilia, entre la vida y la muerte’” (57). Tal vez esa sea la forma de la
poesía, intersticial, y sólo de ese modo se pueda recorrer la propia obra sin
quedar preso en ella.
Vigilámbulo invita a seguir
oyendo lo que la vocecita de Carrera tiene para decir. Más allá de su
reconocido vozarrón y de su monumental Poesía
reunida, la escritura permanece viva y en transformación. Del nictógrafo a
la tiza, el mundo se lee en negativo. La lluvia va transformando lo dicho,
abriendo una borradura lejana que aclara la voz.
[1]
Friera, Silvina .“Arturo Carrera. Un barroco de la simplicidad”, entrevista con
Arturo Carrera. Disponible en: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=7324
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