“La magia de existir”, por Ana María Shua
El Libro de las Siniguales y del único Sinigual, de María Rosa Lojo (textos) y Leonor Beuter (imágenes). Buenos Aires, Editorial Mar Maior, 2016.
Están aquí, están entre
nosotros, hay que tener cuidado. ¿Cuidado de no dañarlas? Esa es la primera y
falsa impresión cuando las vemos, etéreas, frágiles aparentemente precarias y
sin embargo eternas, siempre bellas, creadas por las manos de Leonor Beuter.
¿Creadas? ¿O son ellas mismas las que se reproducen a través de extraños
métodos de ingeniería textil? En su perfección, en sus colores, en las posturas
que la artista ha elegido para perfeccionar cada una de sus obras, Las
Siniguales podrían ser sin palabras. Basta con su imagen, con su presencia.
Pero a los humanos no nos basta con percibir. Necesitamos explicar, comprender,
analizar. Y para eso está aquí el texto de María Rosa Lojo, esta pequeña
enciclopedia de las Siniguales y el único (pero importantísimo) Sinigual. Esta
enciclopedia de la delicadeza.
Lojo es una gran novelista,
pero aquí trabaja con pulso de poeta. Y de microficcionista, en una combinación
de poesía y relato que hace de este libro algo Sinigual.
Hay que tener cuidado, dije.
Pero no es fácil dañarlas ¿Acaso son peligrosas, entonces? Tampoco. Son
testigos. Están con nosotros desde siempre, acompañando el transcurrir de la
humanidad, esos cambios de modas y
costumbres que los humanos llamamos pomposamente historia.
Se desplazan a través de los
siglos, sobreviven. Atraviesan guerras, pestes y décadas de nada. En costureros
y llanuras desiertas; en cortezas, chapas y bolsas de residuos. Vuelan, montan
leones, cuelgan aferradas a las crenchas apelmazadas de la barba de un vikingo
sanguinario. Y sin embargo, ¿qué más delicado que una Sinigual? Vaporosas,
inclasificables, ausentes incluso de los catálogos mágicos, estos seres
cargados de electricidad hádica, terciopelos, alambres y luz no se parecen sin
embargo a las criaturas sobrenaturales que conocemos. No son brujas ni hadas
–aunque a veces lo parezcan-; no son dioses ni humanos: son lo no comparable.
Traen una música que llega de lugares lejanísimos, música de estrellas muertas
a este mundo, el abigarrado, denso y ruidoso de los humanos. Su única magia es
existir, es la persistencia de la más extrema sutileza.
El libro de las Siniguales
tiene de enciclopedia y bestiario tanto como de libro de aventuras. Pero el
acento siempre es el mismo: lo sutilísimo se sostiene, resiste, permanece. Y lo asombroso no reside en sus
poderes –aunque también los hay, por supuesto– sino sencillamente en su ser diáfano,
translúcido, que sobrevuela la frontera de lo enunciable. Tan raras y etéreas y
exóticas son las Siniguales que su alimento no es la comida, es su olor; que
se reproducen mediante métodos de ingeniería textil y nacen con un cuerpo lleno
de ojos que miran al mundo (con desilusión o alegría, nunca de la misma manera)
y que con cada parpadeo ven un nuevo
universo. ¿Pero acaso no es eso lo que ofrece este libro? Un universo extendido, uno invisible: el de la
exquisita finura. ¿Y no es ese el mundo que busca Isolina, la heroína, la niña
de Finisterre? Y sin embargo, el libro insiste: están aquí, entre nosotros, nos
rodean. Las siniguales pululan como un
enjambre de puntos brillantes que vacilan en la frontera delicada entre la luz
y la oscuridad, perturban el aire con las vibraciones de su vuelo, que
irradia música, que transporta.
La escritura, el estilo de
Lojo, se entrelaza con las imágenes de Beuter de una forma no menos sutil. Para
darle vida a sus criaturas, las dos artistas, a través de la imagen y la
palabra, se lanzan a un exquisito trabajo de minería y orfebrería. El libro en
sí es una suerte de excavación: el indagar de una lengua poética, de una imagen
poética, que busca y encuentra maneras para decir, para mostrar lo impalpable.
En esa lengua no hay tules ni brocados de oro y plata: hay precisión, hay filo,
hay superficies bien pulidas. La aspiración de levedad no se logra a través de
la sencillez y el despojamiento sino, al contrario, del artificio y la
sobredeterminación. Los rasgos de su escritura diseñan una trama inconsútil y
abigarrada al mismo tiempo.
Con una prosa rítmica, de
una constante hegemonía musical, Lojo elabora imágenes con sencillez y maestría.
Desde la palabra, hay símiles exóticos –siniguales como góndolas y barcas
vikingas, libélulas como coronas doradas.
Y se destaca una notable
sensibilidad para la luz: fulgores, transparencias, irradiaciones, luminosidades,
reflejos, en la palabra y en la imagen. Todo forma parte de la misma
arquitectura. Los estados de ánimo de las Siniguales emanan bruma, los efectos
de las hierbas medicinales las vuelven transparentes. Para mí uno de los puntos
más altos del libro consiste en las peripecias, angustias y triunfos del único
Sinigual del mundo copulando con libélulas… las imágenes desafían al lector en
las trincheras de la imaginación. Por otra parte, tanta sutileza no está exenta
de dolor y crueldad. La preocupación acerca del destino y el presente de una
humanidad injusta, que es parte de la literatura y el pensamiento de las
autoras, encuentra también su lugar entre las Siniguales.
El lenguaje de Lojo y las
imágenes de Beuter son una misma cosa con la trama del texto: un misterio de
delicadeza que persiste en cada lectura. Las Siniguales sobreviven. Regenerándose, creciendo como crece la
semilla bajo la tierra del incendio, vueltas a nacer y a coser con las manos
quebradas, con los retazos de los cuerpos, con los hilos del pensamiento.
Imposibles
de borrar, inmortales e inexplicables huellas de una belleza que persiste.
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