“Tres al hilo”, por Hache Pavón
El aborto. Una novela ilegal, de
Ariel Magnus. Temperley, Tren en Movimiento, 2018, 122 páginas.
No
una, no dos, sino tres historias para narrar un hecho maldito. Ariel Magnus
cuenta en clave de comedia y en clave de drama una novela policial. El aborto. Una novela ilegal puede
leerse como un desborde de la siguiente tesis de Piglia: “un cuento
siempre cuenta dos historias” (Piglia, 2000, p. 105). Si en el cuento clásico se
narra una historia en primer plano y se construye otra en secreto, en la novela,
como género, los medios expresivos se multiplican y es posible alternar en el
primer plano los pasos torpes de la comedia con los pasos tristes del drama,
mientras se desanda el suspenso policial. En el primer plano, Magnus nos
presenta una historia simple y directa: una pareja feliz, extrañamente feliz
diríamos, Lara, profesora de filosofía, para más señas especialista en
Descartes, y Tom, actor y aspirante a director de teatro, emprenden un viaje
desde Buenos Aires hasta Montevideo con el propósito de practicarse un aborto.
El viaje se inscribe, al mismo tiempo, en la tradición de la familia (los
padres de Lara, presuntamente, se habían casado en Bolivia cuando en Argentina
el divorcio no era legal) y en la de la literatura (el aborto, luego, es a Lara
y a Tom lo que Ítaca a Ulises, tanto así, que el viaje se vuelve una verdadera
Odisea).
Los
comediantes, tal es su oficio, tambalean. Sin embargo, sus vacilaciones responden
más bien a una perturbación. Se trata, a todas luces (y sombras), del ejercicio
de un humor incómodo, de un humor que necesita, y no puede, ser caracterizado
por los personajes: “Si con los muertos es humor negro, me pregunto de qué
color será con los no nacidos” (p.14), Tom se interpela y a Lara interpela y a
los lectores interpela. Porque el humor de la pareja, según nos advierte el
narrador, no es fruto del cinismo sino de la necesidad de ahuyentar un fantasma,
ya no el del padre ni el del comunismo sino el de un hijo. Sin embargo, para el
humor, no sólo se trata de espantar un fantasma sino también de “llenar” y de
“dar vida”. Veamos: en la novela, el tiempo entre abordar y descender de un
ferry o entre orinar en un papel y conocer el resultado de un test es elástico,
se estira (no se puede medir). Es un tiempo vacío, al que hay que llenar, o
un(o) muerto, al que hay que dar vida. El humor, eminentemente lingüístico
(abundan los retruécanos, los juegos de palabras y las dislocaciones de los
lugares comunes), asume, también, estas otras tareas.
En el segundo
plano, en tanto, el drama va in crescendo.
En la medida en que los chistes, en la pareja, suenan más y más contrahechos y
los pasos se vuelven más y más torpes, la angustia que asoma, como muchas, con
una falta, en este caso, con la falta de un sangrado, cobra fuerza y lo
impregna todo. Las certezas, así, entran en crisis, pero si Lara y Tom se
permiten dudar, ensimismados, es para confirmar, cada uno por su lado, su posición.
Entonces la angustia se desplaza de una falta a otra falta, porque lo que los
zozobra es la ausencia, posible y definitiva, del otro. El drama, también es
cierto, puede leerse en términos retóricos, se trata de la puesta en escena de
los argumentos de quienes, en la arena vernácula, militan por el Derecho al
Aborto Legal, Seguro y Gratuito y de quienes proclaman el lema “Salvemos las
dos vidas”. Aquí la puesta en escena no es metafórica, en tanto los argumentos,
sobre todo los de los segundos (los contraargumentos), son parlamentos en boca
de malos actores que sobre un mundo-escenario realizan la puesta de una farsa.
Sin embargo, por qué no asistir al espectáculo, con la predisposición de una
filósofa que estudia los debates entre académicos y sofistas. Asistir y elegir,
en soberana libertad, a quienes detentan los mejores axiomas y silogismos,
simplemente porque se está del lado de la verdad. Y, finalmente, lucir esa
elección, lucir el aborto como quien luce una panza.
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