“Devenir peronista”, por Hache Pavón


Hijos del Pueblo, de Guillermo Korn. Buenos Aires, Las cuarenta, 2017, 336 páginas.

 

Uno: ¿Cómo leer un libro peronista? Desde los bordes, siempre. Desde la periferia hasta el centro, ese es el movimiento dilecto; desde Los Toldos, digamos, hasta la Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación. El libro de Guillermo Korn subraya esta disposición, se abre con una serie de sentencias de Hugo Savino: “Acá nada ilumina a nadie. Es el juego a secas. Estamos de espalda. Al mundo.” Y se cierra con unos versos de Jorge Luis Borges: “Dios ha creado las noches que se arman/ de sueños y las formas del espejo/ para que el hombre sienta que es reflejo/ y vanidad. Por eso nos alarman.” Impresiona el claroscuro en ambas tramas, en la negación de la alegoría de La Caverna (¿que se puede leer, también, como una negación del foquismo?) y en la “unánime noche”. Este contraste tiñe la posición de los intelectuales frente al Peronismo Clásico (1945-1955).  
Dos: Si tal como nos advertía Leopoldo Marechal: “con el número dos nace la pena”[i], bien podríamos decir que con el número cuatro nace el peronismo. En la década ‘40, una década en la que sucederían tantas cosas en la Argentina, el golpe del 43, el 17 de Octubre del 45, las elecciones del 24 de Febrero del 46 (en fin, la cadena de sismos que dieron lugar al primer lustro del Peronismo Clásico), cinco intelectuales de las izquierdas: Luis Horacio Velázquez (1912), Elías Castelnuovo (1893), José Gabriel (1896), Jorge Newton (1901) y César Tiempo (1906), seducidos por la figura del General Juan Domingo Perón y por las políticas del Estado de Bienestar, pasaron a integrar el Movimiento Nacional Justicialista.
Tres: Como dicen que dijo Osvaldo Pugliese: “los espero a los cuarenta”. El peronismo, el tango y el vino tinto detentan, según parece, la misma paciencia. Los intelectuales de Korn arribaron al peronismo alrededor de sus cuarenta, venían desde las izquierdas (como gustaba de decir David Viñas para nombrar esa amplia tradición no exenta de tensiones y contradicciones), desde el Partido Socialista o Comunista, en su tradición china o soviética, desde las redacciones de la revista Claridad o del periódico La Vanguardia.
Cuatro: Puede leerse, resulta atractivo leer el libro de Korn, no sólo como la transfiguración de una tesis de doctorado, sino también como una novela de viaje (acaso toda tesis lo sea). Aunque en este caso, uno ya sabe cuál es el punto de partida y cuál el de llegada, el subtítulo del libro lo declara abiertamente: “Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha”, como cuando Julio Verne nos avisaba: De la tierra a la luna o Viaje al centro de la tierra. Entonces, todo el suspenso del libro está en saber qué provocó esa otra transfiguración, ya no la del texto sino la de esos cinco hombres que emprendieron un viaje inusual para la época, antes de que las izquierdas, consumada la autodenominada Revolución Libertadora, revisaran sus posiciones en relación con el peronismo, y mucho antes de que en la década del ʻ70 algunos jóvenes soñaran con la Patria Socialista por vía del peronismo. ¿Por qué emprendieron ese viaje estos “adelantados”? Esa es la cuestión.
Cinco: La respuesta a la pregunta que interroga por esta causa justa se desarrolla a lo largo del viaje y tiene su punto de partida en uno de los bordes del libro, el epígrafe del “Prólogo”: “Para muchos intelectuales de los años 40 –y en adelante–, a los que el peronismo les toleró que no hablaran el lenguaje creado por su gozosa amalgama, fue posible declarar que ese nombre, peronismo, significaba el imperio mismo de la lucha de clases en términos canónicos, pero hablada con un idioma vocinglero. Se lo podía acompañar sin redundar con él ni tomarlo como liturgia acabada”.
Horacio González da vuelta la culpa inveterada, donde se acusa al peronismo de alianza de clases, señala la lucha con otras armas y sobre todo con otras voces. Son las voces (el plural es deliberado) del pueblo que, como cuenta Scalabrini Ortiz: “Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos”.
A esas voces se sumarán, como quien de súbito se suma a la marcha del 17 de Octubre de 1945 a la altura del Riachuelo, las de estos cinco intelectuales, el libro narra ese devenir y el precio que pagaron por cruzarlo.



[i] Marechal, Leopoldo. El amor navegante en: Obra Poética. Buenos Aires, Leviatán, 2014.


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