“La religión es el odio de los pueblos”, por Nicolás Rivero



 El sueño de los mártires. Meditaciones sobre una guerra actual, de Dardo Scavino. Barcelona, Anagrama, 2018, 255 páginas.

“Cuando nos matan a nosotros, ellos no hacen un minuto de silencio”: esa frase inicia, estructura y sintetiza el ensayo de Dardo Scavino, El sueño de los mártires. La premisa fue lanzada por un alumno musulmán al autor en la Universidad de Burdeos, tras  la retirada del resto de sus compañeros para conmemorar a las víctimas del atentado en Atocha. Scavino desglosa y profundiza las implicancias históricas, sociales, políticas, religiosas, filosóficas y hasta narrativas del enunciado en lo que supone un viaje teórico que no da respiro al lector.
Se podría asegurar que el ensayo se construye en la tensión de dos fuerzas que van mutando mientras avanzan las páginas: “nosotros” y “ellos”. Pero no se trata de etiquetar a “terroristas” e “imperialistas”, sino de comprender los discursos que se mueven a ambos lados y los intereses que arbitran estos discursos. No obstante, la confrontación entre Oriente y Occidente es mucho más profunda que la de sistemas económicos y sociales, se trata de creencias que exceden las escrituras sagradas. Scavino toma a los líderes mundiales como chamanes que para curar a los pueblos de la “enfermedad” que significa la carencia de rumbo generan la “posesión” de los gobernados mediante fantasmas asentados en un relato. Ese relato configura la cosmovisión de los grupos antagónicos: no se encuentra su exorcismo en atacar a un solo factor.
Por una parte, el ensayista recorre la historia del islam de Mahoma hasta el siglo XXI, lo cual permite abordar los conflictos propios a partir de una dificultad en la acepción de la palabra “califato” (en cuanto a guías o consejeros). En este sentido, Scavino precisa la necesidad de los califas de reinstaurar la tradición del Corán para eliminar al comunismo (en primera instancia) como problema latente en su territorio antes de la caída de la Unión Soviética. Por supuesto, que las numerosas matanzas de profesores e intelectuales contrarios a estas posturas conservadoras fueron avaladas por los Estados Unidos que consideraron a los dictadores como males necesarios para eliminar el problema rojo de Oriente. Una de las tantas acciones que lo demuestran se remonta al mandato de Reagan, cuando se permitió que los musulmanes reclutaran “nuevos fieles” en suelo americano. Una irónica estocada recibió entonces el país de las barras y las estrellas cuando fueron sus propios monstruos los que derribaron el World Trade Center en 2001.
Pero aún faltaba un asunto central para que la yihad sea posible: la aparición de los mártires. Un error común sería tildarlos de fanáticos religiosos y de cuestiones culturales que vienen desde la familia. Justamente, Scavino señala que la actual ola de atentados en Europa es llevada adelante por hijos de musulmanes no practicantes. En sumatoria, se sabe o puede saber que pasaron la mayor parte de su vida sin recibir un “adoctrinamiento”, por parte de los padres, así como también disfrutaban de la vida occidental en todas sus formas, asistiendo a clubes, tomando alcohol, noviando con parejas de otros credos. Tampoco fueron lectores ávidos del Corán, apenas conocían lo básico. Por lo tanto, se vuelve a la idea del “nosotros” y cómo es construida una comunidad fuera de la cultura propia. Los terroristas ya no eran simples rebeldes que adoptaban sus raíces para ir contra sus padres; se sentían, por un lado, excluidos por la mirada subjetiva de la sociedad que los había adoptado (o que habían adoptado). La libertad entonces, según los registros que muchos de ellos dejaron en distintos medios, era algo más similar al califato oriental que a la democracia occidental, pues allí se sentían capaces de desarrollar su identidad sin miradas acusadoras.
Pero volviendo al 11- S, la campaña antiterrorista pregonada por George W. Bush para logar un enemigo en común, terminó siendo fructífera para Al-Qaeda. El número de conversos al islam se incrementó producto de la exclusión resultante de los prejuicios que se despertaron o recrudecieron en América y Europa. Eso explicaría por qué los hijos de los musulmanes establecidos son los que comienzan a tomar las armas o, al menos, a separarse de una cultura donde se formaron, pero que les resulta impropia.
Hay también otro factor a destacar: el “ellos” que señala Scavino no lo incluía a “él” (siendo argentino, país occidental, democrático y católico formalmente). Por lo tanto, la idea de la yihad como una simple guerra mítica contra los infieles, donde se castiga a quien no la profese, pierde peso. Los muertos por drones norteamericanos en suelo árabe, donde los “blancos” no caen sin generar daños colaterales que ningún occidental llora, construyen otro tipo de guerra, la de una nación invasora que tiene la tecnología contra quienes tienen solo su sangre. Esta diferencia de fuerzas, más que menoscabar el espíritu de la yihad, lo enaltece puesto que la historia demuestra que todo sistema de creencias se establece con mayor efectividad cuando sus seguidores se sienten excluidos y perseguidos. Hablar del tratamiento que los medios de comunicación dan de los muertos de un lado o en detrimento o ninguneo del otro sería entrar en terreno harto conocido, solo cabe mencionar la desmemoria e invisibilización diaria de los fallecidos por las fuerzas norteamericanas en busca de la “libertad” o sus ocultos cómplices. Merece, sí, redactarse un apartado sobre la responsabilidad o, mejor dicho, inimputabilidad de quienes asesinan con máquinas desde el confort de una sala acondicionada, en la máxima expresión de la despersonalización y deshumanización de la muerte, lo que dificulta la toma de conciencia o la empatía ¿Qué empatía tienen los niños por los muertos en un video juego?
El libro de Scavino no puede terminar verdaderamente con una conclusión o una solución, puesto que el conflicto continúa y los “nosotros” y “ellos” del mundo son recreados en cada discurso político que necesita servirse de enemigos comunes para sus intereses. Hasta que llegue un “todxs”, la violencia y el odio van a seguir proliferando para mal de muchos y ganancia de unos pocos.




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