“Carlos Busqued (1970-2021)”, por Bernardo Beccar Varela



Pensar en escribir sobre Carlos es pensar en escribir algo que esté a su altura. Y eso es de verdad muy difícil. Al menos para mí.

Un mail, un tuit, un texto para una revista, un mensaje privado, una novela. Todo lo que Carlos escribía era distinto. Único. Y esa particularidad se explicaba por el respeto que sentía por la literatura (o lo que él consideraba como literatura). Su anhelo, su propósito era generar en el lector algo parecido a las sensaciones que le habían provocado las lecturas de Ballard, N. West, Bukowski, Green, Chesterton y otros, y con esa premisa trabajaba hasta lo inimaginable sus textos. Con un rigor y una paciencia infinitos.

Hace unas pocas semanas salió publicado un texto suyo en la revista Cerdos y Peces. Un texto que corrigió hasta el hartazgo, en el que aparecía un reportaje a uno de los personajes de su próxima novela (de nombre “Cherasny”). Cuando le pregunté en dónde se situaba ese texto en relación a su proyecto, su respuesta fue: “No, loco, eso es diez años antes de la novela”.

Así trabajaba Carlos. Podía escribir un texto (corregirlo miles de veces) sobre un reportaje de radio a uno de sus personajes, que sucedía diez años antes de lo que, finalmente, nos iba a contar en su novela. Con ese rigor armaba sus universos. Para que todo tenga su lógica perfecta, para que nada, pero nada sobre. Y para que sus textos, finalmente, te peguen una piña al leerlos.

Sobre ese último proyecto en el cual estaba trabajando hablamos muchas veces. Carlos te iba contando los progresos en la definición de sus personajes, sus relaciones y sus acciones. Como dicen que hacía Borges con sus cuentos. Los iba contando en voz alta a sus amigos. Porque Carlos, además de un grandísimo escritor era un gran conversador. Y un gran amigo. Pero eso debería ser materia de otro artículo.

Ya la tengo nos dijo más de una vez. Pero qué significaba para Carlos el ya la tengo. Que en su cabeza iba encontrando la solución a todos esos engranajes que requería su texto. Ya la tengo podían ser dos años o más de trabajo. Un trabajo que era el que más disfrutaba.

Por todo esto, pensar en escribir sobre Carlos me parece un desafío inabarcable. Porque ese rigor y ese respeto por la literatura los imponía no solo sobre sus propios textos, sino también sobre los que aceptaba corregir. La vez que se me ocurrió trabajar con él fue exactamente igual. Con una generosidad inmensa aceptó corregir una novelita en la cual yo estaba trabajando. El pago por su servicios, unos encuentros cada quince días con unas cervezas de por medio. Y ahí me fue compartiendo su método, sus experiencias, con una dedicación fuera de lo común. No me dejaba pasar una. Y cuando digo una, me refiero a que no dejaba pasar ni una palabra que estuviera de más en la historia. En un diálogo, en una descripción, en un remate, cada palabra tenía que tener un sentido y una explicación para estar en el texto, si no sobraba. Y eso era agotador, casi inhumano. Me refiero a corregir una novela palabra por palabra.

Su proyecto literario era escribir tres novelas. Tres obras que trasciendan. Tres libros que al leerlos te desestabilicen los sentidos. Sabiendo el trabajo y la dedicación que se auto imponía esa era una tarea enorme. Pero estaba cerca de lograrlo. Bajo este sol tremendo (2009) y Magnetizado (2018) son obras que van a perdurar, no me cabe ninguna duda. Cuando murió el pasado 29 de marzo, estaba en pleno desarrollo de su tercera novela. Después sí, se iba a permitir robar (como llamaba él al mero hecho de escribir sin nada para decir). Y comprar un perro, tal vez. O irse a vivir a un lugar inhóspito de la costa argentina.




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