“El barrio y la poesía”, por Paula Tomassoni


El palomar, de Francisco Magallanes. Buenos Aires, Club Hem, 2021, 80 págs.


Hay una tradición argentina de interés por el barrio. El tango, la cumbia, Borges, Cortázar, Arlt. Boedo y Florida. La capital nacional dividida en barrios (aunque el gobierno de las libertades individuales haya impreso la denominación comuna en todos los carteles). La ciudad y sus alrededores. El conurbano. La periferia. El más allá.

El barrio es, de algún modo, un escenario inagotable para el arte, porque es un escenario inagotable para la sorpresa, la imaginación y el entendimiento. Esto conlleva un riesgo estético, porque inagotable no significa accesible. El barrio se dice a sí mismo todo el tiempo, pero de querer decirlo, hay que encontrar el cómo, es decir, atravesarlo con un ritmo, un lenguaje, que sean también un hallazgo. Ha sido dicho tantas veces que si no se encuentra una manera digna, mejor escribir sobre otra cosa.

Entre las novedades editoriales de este 2021 tan corto de barrio (y tan corto de todo) nos encontramos con El palomar, la primera novela de Francisco Magallanes. Sin lugares comunes ni golpes bajos, el relato atraviesa una historia de las que crecen al margen, donde nadie las espera. Los tópicos arrabaleros de uso habitual (el fútbol, el Lobo, la cumbia, los Redondos, el Mondongo, el remis, la droga, el apodo, el Gauchito) renacen en un modo del lenguaje que, gambeteando con poesía el estereotipo, hace a este libro un hallazgo. Magallanes nos trae un barrio genuino pero que, a la vez, no había sido dicho. La emoción no es tierra llana y El palomar nos invita a pensar con el cuerpo sin someternos a la catarsis, a la obligada empatía. Vemos la historia a través de un vidrio empañado. Esmerilado, para usar un adjetivo que remite a Saer porque el texto tiene también la cadencia del momento detenido, de evitar el golpe de efecto narrativo y de ir amasando nuestra lectura en un caldo cambalache preparado con las sobras de ayer.

El cielo es de quien lo vuela y la calle es nuestra”: El palomar es barrio y poesía, pensadas como sinónimos. Esa es la clave. Es el relato de un modo de nombrar lo que no se ve de las calles que transitamos a diario. Una marginalidad que no es geográfica, sino poética. Las barras de Gelman dando ritmo al miedo del buen ciudadano, arrancando la piedra de la locura y la belleza de la esquina y abriéndolo ante los ojos curiosos en nuestros escritorios o mesitas de luz. Magallanes no encuentra un lenguaje hermoso para narrar lo sórdido, sino que explora y encuentra en la palabra desechada del margen, materia y música bella para su literatura.

“…se piensan que uno toda la vida será un veintepeso”: El palomar narra un sueño colectivo. Sus personajes relegan valor individual para reconocerse engranaje de la existencia suburbana. La historia narrada los trasciende, atraviesa los tiempos y se vuelve un poco inmortal. A la ilusión clasemediera de la garantía de un destino prefijado, El Camisa, el Flaquito, El Arveja, la Ranita nos convidan la sensación de asomarse al futuro como a un abismo, del apego al instante, el impulso y la fe. Quedamos a la deriva, perdidos en el barrio y la poesía con la sorpresa imberbe del recién gestado. Eso es El Palomar. El cross que (no) esperamos a la mandíbula. En ella, Magallanes rechaza la mirada romantizada del margen y propone a cambio un paso literario bello, inteligente y profundamente conmovedor.





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