“Tonalidades de un presente” por Cintia Córdoba
[Enconvichadxs. Reflexiones sobre la crisis viral, de Florencia Eva González y Jimena Néspolo, con ilustraciones de Paula Adamo (CFP24 Ediciones, 2021), se presentó el pasado 8 de diciembre en la librería Caburé de Buenos Aires. Aquí ofrecemos la lectura realizada por Cintia Córdoba, participaron además Isabel Quintana y Dora Barrancos.]
Un fuerte impulso surrealista –arriesgaremos– atraviesa este libro. Como pintura que compone escenas simultáneas, de combinaciones extrañas, este trabajo ofrece reflexiones con elementos variados y yuxtapuestos, provenientes de diversos campos. Filosofía, literatura, historia y cine se entretejen sin intercambio de cumplidos, para hacer frente a diversos objetos litigiosos que exceden siempre las ceñidas trincheras disciplinarias.
En el famoso tríptico del Jardín de las delicias –obra sin duda precursora de lo que luego sería el surrealismo– nos encontramos con el paraíso, la lujuria, y con el mismísimo infierno sin que ninguno de ellos tenga pretensiones de representación. Asimismo, la inquietud que despuntan estas páginas no es estrictamente diagnosticar la situación actual, la crisis viral –aun cuando en muchas partes aparezca algo vinculado a lo descriptivo–. Tampoco subyace una vocación explicativa, la explicación –lo sabemos bien desde Rancière– pertenece a lxs maestrxs con afán de embrutecimiento. Imágenes fuertes sobrevienen y trascienden al objeto “crisis viral” puesto que la crisis requiere ser deformada en su ser inmediato, mediante trazos de escritura, para alojar allí algo más que el miedo a lo que acontece. Algunas de esas imágenes son las que intentaremos condensar haciendo uso –y desde luego abuso– de frases robadas. Dado que aquello que este libro configura es plausible de ser encontrado tanto en sueños como en pesadillas –como en el tríptico de El Bosco–, evitaremos aquí también la ilusión de postular una lectura sin fondo oscuro y sin deformaciones.
Primera frase-imagen: “Falta un presente”, cuenta Badiou que escribió Mallarmé. ¿Cómo es posible afirmar la falta de un presente? ¿Acaso no es el presente –frente a la ausencia ontológica del pasado y la incapacidad de predecir el futuro– lo más evidente de todo?, ¿no es el aquí y ahora un dato irrefutable? Este texto, esta lectura, pero también la pandemia, las medidas de restricción, los protocolos, etc., ¿no es todo esto aquello que es y que en consecuencia no falta?
En principio diremos que el presente y su densidad, en este libro, son un objeto filosófico, nunca un mero dato empírico. Mientras el presente no se piense será pura presencia, pura fatalidad. Mientras no se descubran los pliegues de los relatos que reducen el presente a “lo que sucede” y las hendijas por las cuales propulsar aquello que todavía no es –pero que este libro plantea una y otra vez que es posible–; lo que es, solo puede ser relatado mediante el chato y pornográfico periodismo de los medios de comunicación dominantes, forma en la que la criminal desigualdad encuentra hoy solapados procedimientos de absolución.
En este sentido, el presente no puede ser otra cosa que una convocatoria inmanente capaz de abrir una temporalidad para pensarlo. El presente suspendido revela así su falta y dispone su ser pensable. Por eso, las preguntas que coronan el prólogo se presentan a través de un desesperado “cómo” y no por un científico “por qué”. Nos permitimos reponerlas:
“¿Cómo vivir este presente cuando la corporalidad se nos niega y el temor se impone? ¿Cómo comprender el excluyente escenario político, económico y comunicacional con un lenguaje que no sea instrumentalizado por posiciones hegemónicas? ¿Cómo reanimar las vibraciones poéticas y curativas de las palabras, de manera que estas no se vean sometidas a las fórmulas del marketing o a la métrica tartamuda de las redes? ¿Cómo construir elucubraciones capaces de irradiar una luz nueva que opaque el influjo de las grandes corporaciones, que sortee su vigilancia, que destrone sus antenas? ¿Cómo ampliar el límite de nuestras percepciones y de nuestros sueños?”
Y la última y tal vez la más significativa: “¿Cómo saber qué mundo queremos, que mundo podemos construir?”
Segunda frase-imagen: “No hay otros mundos que los mundos perdidos”, tachamos paraísos y escribimos mundos. Aunque dudamos seriamente de la sustitución sacrílega que implica, nada más ni nada menos, que escribir una frase de “Posesión del ayer” de Borges. Dudamos en sustituir pero no por acto sacrílego, sino porque paraíso puede ser también el nombre poético para una idea de mundo. “El mundo fue y será una porquería” reza el tango, pero esta frase desborda de obviedad. Si hay algo que nos enseña la filosofía –la buena filosofía– es que el único mundo que se presenta clausurado y singular –infernal– es el mundo que propone el automatismo de la ganancia, sin duda, exacerbado hoy por la pandemia con sus nuevos modos de daños múltiples y a distancia. Fuera de él, o como exceso poético, están los mundos posibles, circundantes, orbitantes, que dieron relieve a la existencia humana sobre la tierra. Precisamente es la claridad de esa distinción, entre la fatalidad del mundo de la mercancía y los mundos postulados por cada proyecto de emancipación humana, lo que subyace en los desesperados “cómo” del prólogo. De allí también la insistencia en muchas de sus páginas en contraponer un pensamiento crítico capaz de –como dicen las autoras que dijo Walter Benjamin– “organizar el pesimismo”.
“La historia es una bestia enorme y poderosa, nos supera y, sin embargo, es preciso sostener su mirada de plomo y obligarla a servirnos”, afirma Badiou. Sostener su mirada de plomo, repetimos, y se vuelve inevitable la evocación de la tristemente célebre frase del oligarca Patrón Costas: “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos”. Esa escena marca el comienzo de un nuevo mundo para quienes habitaban el mundo de la explotación rural, y se revela con igual peso para explotadores y explotados. El mundo clausurado del capitalismo parlamentario mundial nos exige una mirada insolente, un atrevimiento insensato. Insensatas son estas autoras cuando sostienen, en medio de la urgencia sanitaria cuando se supone que la resolución de lo urgente impugna cualquier forma de especulación filosófica por inservible, cosas tales como: “aquello que se alza como promesa y como fantasma del pasado puede desestabilizar al sistema”, o como cuando plantean haciéndose eco de viejas hazañas guerrilleras “que la insurrección es un arte”, o como cuando se recupera la escritura en el encierro de Gramsci, Luxemburgo, Blanqui y Sade para subrayar que esa pulsión verbal, esa necesidad de la narración, aún en la situación de un encierro preventivo, es condición de aparición de un sujeto político.
Decimos sujeto político y nos preguntamos con Rancière, ¿quién es el sujeto de la emancipación? Y es aquí donde se presenta una tercera frase, que por lejana al espíritu de la pregunta, más cercana se vuelve como respuesta.
Tercera frase-imagen: “Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres”, sentencia Borges en "El inmortal". Cada época tiene su propia figura nihilista, la felicidad farmacológica es la nuestra, y como tal será distribuida por el mercado. Ciertos discursos neurocientíficos, como las autoras advierten, legitiman la felicidad química como promesa, y en tanto tal la configuran como una cuestión estrictamente individual. Aún cuando la promesa no consista en otra cosa que en la neutralización de la angustia. Vivir dopados para evitar vivir. La felicidad como concepto se reduce a un estado de ánimo perdurable y dosificable. La incapacidad de Macri no le permitió ver que sí es posible ser felices por decreto, sólo basta decretar la circulación masiva de la píldora de la felicidad. Tal vez Pfizer ya trabaja en ella, ¿quién sabe? Desde este modo de entender la existencia es que Tilingx tiene lugar en la escena política actual, es alguien.
El principio activo del sujeto Tilingx, ese personaje genérico que las autoras construyen echando mano a la caterva de monstruosidades que destila su odio, es lo que permite pensarlo como categoría política, aún cuando se lo presente como bufonesco. Tilingx es precisamente lo que Badiou llamaría “sujeto oscuro”, por su carácter adversarial con respecto a toda política emancipatoria. Aquí en Latinoamérica, más precisamente en Argentina, Tilingx es el nombre de esa configuración subjetiva que se propone el ejercicio del terror a través de las formas más sofisticadas y reglamentadas de la indiferencia. Tilingx se pone la camiseta argentina y grita apasionadamente los goles de la selección, pero no encarna otra cosa que la moral capitalista del interés propio, sólo le interesa lo que da intereses. América tilinga es su ethos. Si la posibilidad de ser y de aparecer en el mundo, esto es ser “alguien”, solo se sostiene en la medida en que se manifiesta ese ethos, claramente, de lo que se trata es de contraponer un ethos capaz de dar lugar a “los nadies” de Galeano. Y tal vez esta pretensión se encuentre secretamente capturada en la segunda parte de la expresión borgeana que aquí despojamos arbitrariamente de la fantástica paradoja metafísica que la sostiene para convertirla, a pesar de Borges, en axioma político:
Un solo hombre inmortal es todos los hombres. Contrarrestar el individualismo que tiende a la compartimentación, y que nada tiene que ver con las diferencias como valor, sino precisamente con su opuesto, hacer de las diferencias un privilegio, es la voluntad política que nos hace rozar la inmortalidad. Porque en definitiva, no hay nada que pensar en lo referido a la muerte en sí misma como proceso biológico, todos los esfuerzos de pensamiento deberían concentrarse en cómo vencerla (y nos permitimos sumar así, un desesperado “cómo” al prólogo). Es decir: ¿cómo convertir la muerte en otra cosa que no sea un fracaso humano? La inmortalidad como metáfora es la contracara del destino asegurado de la especie bajo la continuidad del ethos Tilingo de la extinción. Nuevamente Badiou: “El mundo contemporáneo propone a los individuos todo salvo devenir sujetos, nos prefiere animales humanos competitivos que se reparten –en condiciones de desigualdad absoluta– los recursos disponibles. Esta vida es el deseo de Occidente desde hace tiempo, pero podemos resucitar en nosotros la capacidad de ser Sujetos. Y cuando ella resucita en prácticas reales, en creaciones afectivas, experimentamos que estamos más allá de esa animalidad elemental que es la humanidad competitiva capitalista. Experimentamos en el tiempo, en la vida concreta, que somos eternos, es decir, estamos más allá del orden de la precariedad.”
Sin duda, Badiou aceptaría encantadísimo esta fórmula: Vivir a la altura de la alteridad requiere dejar de pensar como Tilingxs.
Última frase-imagen: “La vida humana empieza del otro lado de la desesperación”, afirma Orestes en la célebre obra teatral de Sartre Las Moscas. Repongamos un poco su argumento. Esta obra, que fue escrita por Sartre durante la ocupación nazi, narra la vicisitudes de un héroe –Orestes– que, acompañado de su pedagogo, regresa a Argos, su ciudad natal. Argos se encuentra triste, ensombrecida y plagada de moscas. La pareja real, responsable del asesitano del padre de Orestes, obliga a su pueblo a guardar un cínico luto que es a la vez una forma de expiación y de control. Orestes tiene un sólo objetivo: no convertirse en víctima.
Las autoras dedican varios párrafos a la muerte, a las ausencias y a los rituales de sepultura, a las mutilaciones postmortem provocadas por el odio hacia los cuerpos de quienes supieron trascenderlos, a la necesidad de los adioses, a la necesidad de saber dónde yacen los cuerpos de nuestrxs desaparecidos. Las tres ausencias que se mencionan al final desesperan. Pero la desesperación es un sentimiento necesario, es un sentimiento político. En el caso de estas pérdidas nuestra desesperación se ancla en el conocimiento pleno de lo perdido, y en la sensación insoportable que genera saber que no podrán ser reemplazados. La pregunta que se impone es ¿qué hacer con esta desesperación? No permanecer enlutadxs, para elaborar la muerte hay que andar.
Hacer, en última instancia, lo que hicieron estas autoras, que uniendo su voz –como aquel coro de ranas del también citado texto de Aristófanes–, decidieron croar lindo. Y lo hicieron, probablemente, con la misma testarudez afirmativa de aquellas ranas, quienes frente al llamado al silencio por parte del dios Baco, responden: “seguiremos cantando porque el silencio nos es insoportable”.
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