“Invenciones de una infancia”, por Miryam Pirsch


Adiós, Chester Binder, de Ángeles Durini. Buenos Aires, Santillana, 2022, 79 páginas.


Escribir sobre la infancia es, tal vez, la forma más explícita de presentar lo que la literatura tiene de artificio y de representación. Si los recuerdos se construyen de impresiones, recordar la infancia se construye con impresiones que se nutren de un campo sensorial absolutamente diferente del que tiene el o la adulta que recuerda. El sabor de la madalena, la suavidad de la mascota, las dimensiones de los espacios pasan por un doble tamiz hasta que se convierten en literatura.

Adiós, Chester Binder pone en verso un recuerdo en doble grado: Ángeles adulta recuerda a la niña Ángeles que vuelve a la que fuera su casa pero que se ha convertido en colegio. La niña que ahí vivió y compartió el caserón con toda su familia ahora regresa como alumna a un espacio que le expresa su ajenidad a través de la ruidosa presencia de una multitud infantil que ni el pasto ha dejado (“Mi jardín/era el silencio./Un ruido de mar escandaloso/miles de nños/chocándose”, p. 7), de la férrea disciplina que promueve la delación entre pares o la imposición del inglés, una lengua desconocida que reduce a la niña a la repetición de sonidos que son mero significante. Y así la niña Ángeles se convertirá en una nostálgica visitante de esos espacios donde antes vivieron tíos, abuelas, padres y hermanos, el primo Pancho y su auto rojo…

El manzano que ocupa el centro del patio es el disparador y también eje de la evocación. Como la casa y como la infancia ese manzano está, es el mismo pero es otro; ahora, rodeado por un círculo de ladrillos que lo protege y lo mantiene a salvo del ruidoso alumnado se extiende a través de floridas ramas y canastas de manzanas verdes que las ilustraciones de Anabel Fernández Rey hacen aparecer desde los lugares más impensados. Casi casi como nos asaltan los recuerdos donde y cuando menos los esperamos.

Con destreza poética Ángeles Durini recorta este episodio de una autobiografía en verso que resulta inevitable emparentar con Invenciones del recuerdo de Silvina Ocampo, un texto que no necesita la cronología para organizar una narración con la coherencia propia de los recuerdos. Como las ramas del manzano, el antes y el después de una narración asoman por los rincones de la casa/colegio, y es entonces cuando irrumpe entre la fila de estudiantes el imaginario Chester Binder, un consuelo, un aliado para atravesar lo desconocido y cuya despedida (anunciada desde el título, es verdad) habilite la palabra para que Ángeles se aleje de la niña que fue y empiece a contar.

Adiós, Chester Binder se publica como novela para mayores de 12 años en un sello de literatura infantil y juvenil. Se trata de un texto que sabe muy bien su propia complejidad y donde la autora, una vez más, ofrece desafíos a quien leyere, tenga la edad que tenga. Niña, adolescente o adulto podrá encontrar en esta poética novela el mejor ejemplo de lo que María Teresa Andruetto aspira a que sea una literatura sin adjetivos: “Lo que puede haber de «para niños» o «para jóvenes» en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo”.





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