“Con la palabra hay que ser cruel”, por Adriana Mancini


Poesía casi completa, de Juan Octavio Prenz. Buenos Aires, Ediciones En danza, 2022, 282 páginas.

 

Una de las gracias que ofrece esta publicación de Juan Octavio Prenz es la composición de su tapa. Imposible no detener la mirada en ella a costa de dilatar la lectura de los poemas. No hay mención alguna sobre el artífice de la compilación. Discreta es una faja en el extremo superior derecho con el logo de la editorial y su nombre -“En danza”- que suena y multiplica sentidos. Centrado en el extremo inferior, el título del libro: Poesía casi completa. Simple en apariencia, pero el “casi” se expande para enlazarse con la idea del movimiento de la danza inacabada; de la expectativa de lo que falta y promete; en la decisión (¿de quién?) de estar y aún no. A su vez, debajo del título manteniendo el centro en el extremo inferior, el nombre del autor en un tamaño de fuente menor. Juan Octavio Prenz: eximio hombre de letras, escritor, traductor, distinguido profesor universitario. La foto de la tapa lo presenta en su esplendor vital. Rostro plácido, cabeza coronada por cabellos blancos, cejas profusas y plácida sonrisa esbozada. Y el “casi” del título alcanza su cara. Una mano, con dedos apenas flexionados y uñas prolijas, sostiene una pipa que le cubre su ojo izquierdo (si miro el libro en espejo) y “casi” la mitad de su rostro. Sabemos las connotaciones de una pipa, el ritual de fumar en pipa, observar una pipa que no es una pipa. Entonces, por analogía, pensamos: “éste no es un hombre, éste es un poeta que nos entrega su poesía casi completa”.

El poema “Herencia” reafirma ese “casi” con la sutileza y el desafío implacable de la palabra poética: “Ni lo que queda del gesto/ después del gesto. // Ni lo que queda de la danza/después de la danza. // Ni lo que queda del vuelo/ después del vuelo. // Dejaron como herencia / lo que aún no fue”(157, resaltados míos).

En su último verso el poema, el “casi” del título recupera su fuerza, da una voltereta en sus “matices” y se proyecta, sin contingencia, hacia quien completará la obra en sus infinitas posibilidades de sentidos: “La palabra no tiene significado preciso. Es un camaleón que nos muestra matices y aun colores distintos” (Tinianov: primera regla). O si se quiere, tal como señala Javier Cófreces, en una suerte de presentación de esta edición: “La cooperación de ese Ilustre Desconocido es imprescindible para que la obra del artista exista en realidad” (7).

La tan mentada labilidad de la palabra es uno de los ejes que estructura algunos de los poemas del primer bloque del libro “Cuentas claras” (1977-198). En “Prólogo necesario”, el poeta deja claras las cuentas con su  instrumento de trabajo: “Con la palabra hay que ser cruel, cínico, maltratarla. /no concederle jamás la caricia que te convertirá /en su esclavo.// Si la has creado impíamente para que te sirva /a qué viene ahora estas debilidades de eunuco? // En la mano derecha la pluma, /en la izquierda el látigo. // No la dejes levantar la cabeza /porque estarás perdido”. Tres palabras claves en el poema ‒“esclavo”, “eunuco”, “látigo”‒ dan idea del proceso de  creación. Rigurosidad y creatividad. Y marcan la inestable distancia entre las palabras cotidianas y las palabras, las mismas,  como instrumentos del creador. El poema “Carne de cañón”, agudiza la estrategia del artista con la palabra. Sin eufemismos, sin anestesia, considera los asesinatos de la rima y del ritmo: “degüellas toda palabra poética, /para dejar espacio solo a la poesía” (29). Sin embargo, extendiendo la puesta en abismo, como estrategia, el poema “La palabra justa” presenta, más allá del rastro que lo podría catalogar de biográfico, cómo es posible y simple comunicarse a pesar de la diversidad de las lenguas. Asimismo, en “Transgreciones” pone en duda el valor de la palabra para la denuncia o el fracaso de la literatura como arma de lucha en paz: “Qué vuelta de tuerca no has ensayado. // Desde el corazón mismo de la palabra/ querías desenmascarar sus claves de represión./ (… ) Es curioso: al hacerlo pensabas en las masas /sin saber que, en el fondo, todo quedaría // como un pasatiempo entre amigos” (31).

Sucede en la obra de Prenz la desvinculación, la superación de la subjetividad en aras de focalizar la enunciación poética. Muchos de sus poemas encuentran su eje en la historia argentina; la época de la dictadura militar, la represión, el exilio sugieren rasgos biográficos. Es un ejemplo “Libro de caja”, poema en el que el debe y el haber confrontan con lo que podría haber sido y no fue. Es profusa también la dedicación a la historia de la colonización europea, la llegada a América, el trato a los esclavos, alguna traición de algún jesuita, las ciudades. Los motivos son inesperados y abarcan un amplio espectro según los períodos de escritura de los poemas. Del gato a la rosa, de la rosa al hombre lobo, al devenir de la vida, a las modificaciones del cuerpo…  La vejez es el motivo con el que se cierra el libro, en “Futuro cierto” leemos: “Otra vez asoman las auroras / con sus plétoras de promesas / y también los ocasos que prometen la calma.// El paso cada vez más lento ¿es, quizás,/ tu modo elegante y único de dilatar el futuro?(…)// El tiempo nivela los tiempos y muerde/ ¿aterrorizado?/ su propia cola/ allí donde el círculo no cierra” (282).

Los poemas, dosificados con precisas figuras retóricas, bien domesticadas las palabras en el espacio blanco de la hoja, giran uno a uno sobre el eje elegido hasta “casi” agotar sus aristas. En alguno resuena Borges; en algún otro, Quevedo; algún verso final remite a un haiku. Aunque tampoco se descartan lugares comunes de la lengua, insertados distraídamente. En todos los casos los versos logran independizarse del referente, concitando en la memoria de quien los lea un objeto poético biselado y fascinante.

La Poesía casi completa de Prenz es un Aleph: un poemario entrañable cuya lectura nos arrastra a espacios y tiempos inesperados y a hechos inefables.

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