“Oscuro de plenitud”, por Enzo Cárcano

 

El pozo y la cima de Enrique Solinas. Valencia, Pre-Textos, 2022, 76 páginas.

 

El pozo y la cima, el último libro de Enrique Solinas, es, a la vez, un quiebre y una continuidad en la poética de su autor: quiebre porque es una despedida, lo que le da un tono muy distinto del inmediatamente anterior El libro de las plegarias; continuidad porque la despedida subyace o vertebra otros poemarios: sobrevuela Noche de San Juan, le da forma a Barcas sobre la zarza ardiente, y se lee ahora en textos como “Fe” (“solo vine/ hasta aquí/para despedirme”), “Tres muertes” —donde el sujeto se reconoce, se unifica, en el adiós— o “Ser y estar”: “...tu permanencia en mí/ cada vez que regresas/ en forma de poema o de viento”.

El título de este libro convoca lo elevado y lo subterráneo, casi dos estados del sujeto poético que comenzó a forjar Solinas hace más de treinta años, cuando lo que privaba era el miedo y el dolor ante la impotencia de la palabra. Desde entonces y hasta llegar a El libro de las plegarias, el miedo (que a veces, en algunos textos, todo lo abarca: “Respiro oscuridad/ bebo oscuridad/ y tengo miedo”, se lee en “Invierno”) es conjurado con una palabra que se viste de plegaria, se sostiene en la invocación (“Mis manos han nacido/ para rezar”, hallamos en “Le mie mani”), se “sacraliza” para ahuyentar los fantasmas del decir, presentes desde el poema inicial de El pozo y la cima, “Abrir”: “Que se abra el mundo/ como esta voz/ dispuesta a decir/ lo que no es posible”. Este libro se puede leer, así, como una puesta en abismo del camino recorrido, en la que coexisten miedo y rezo.

Desde el inicio de su trayectoria como poeta, Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969) publicó, con El pozo y la cima, diez libros: Signos Oscuros (Buenos Aires, 1995), El Gruñido (Buenos Aires, 1997), El Lugar del Principio (Buenos Aires, 1998), Jardín en Movimiento (Buenos Aires, 2003, y Perú, Lima, 2015), Noche de San Juan (2008), la antología El gruñido y otros poemas (Buenos Aires, 2011), Corazón Sagrado (Buenos Aires 2014 y México 2015), Barcas sobre la zarza ardiente (2016) y El Libro de las Plegarias (2019). A estos se suman las antologías The way time goes and others poems/La manera en que el tiempo se va (inglés-español, 2017) y Escrito a fuego (2017), ambas aparecidas en los Estados Unidos, así como Le grognement et autres poèmes (versión francesa de El gruñido y otros poemas, París, 2017) y 时光就这样流逝  (versión china de The way time goes/La manera en que el tiempo se va, Shanghai, 2017). Por esta obra, antologada en el país y el exterior, y traducida a diversas lenguas (además del inglés, el francés y el chino, el italiano, el portugués, el griego y el rumano), Solinas recibió, entre otras distinciones, el Premio Nacional Iniciación (Secretaría de Cultura de la Nación, bienio 1992-1993), el primer Premio Dirección General de Bibliotecas Municipales de Buenos Aires (1993), el primer Premio Estímulo a la Creación (Secretaría de Cultura de la Nación, 2000) y la Beca de Residencia Shanghai Writing Program (otorgada por el Gobierno de China a través de Shanghai Writing Association, 2014).

El pozo y la cima está dividido en cinco secciones, cada una encabezada por un poema (centrado y entrecomillado) del que queda, en el índice, solo el verso inicial, que sirve entonces de nombre a cada apartado: “«Bonjour, Monsieu...»”, “«No es que me estoy yendo, dije...»”, “«Señor de los pájaros...»”, “«La poesía es esa voz...»”, “«Poesía es...»”; títulos, como se ve, que hablan del movimiento y de la palabra. Pero quizá la bisagra del poemario, allí donde el pozo comienza a entenderse cima, sea “Moebius”:

 

Un hombre muere,

súbitamente,

en su cuarto de baño.

 

Sin percibirlo

queda allí,

en silencio,

oscuro de plenitud.

 

Todo se vuelve noche,

todo se pone triste

y sin embargo

 

de repente

un viento violento

y su cuerpo,

 

su cuerpo es luz

 

que se levanta

hacia la luz.

 

La oscuridad engendra plenitud, y la tristeza de la noche, atravesada por un viento súbito, es un cuerpo de luz: continuidad, apropiación recíproca. Hasta este poema, hay en el libro penumbra, pero desde aquí, esas sombras ya no son necesariamente reptiles: hay altitud, o “Ascensión”, según el texto que sigue a “Moebius” y en el que, de nuevo, el viento anuncia la llegada de la luz después del fin de la alegría:

 

Sopla el viento sopla

sobre el agua natal.

 

Descubre el silencio

tus palabras,

en el jardín

del bosque de la noche

ya no hay alegría.

 

(decime

cómo se hace

para poder vivir)

 

De repente los muertos

somos elevados

por la gracia.

 

animula, vagula

blandula

 

hasta el bosque

 

del jardín

del día.

 

Las voces cursivas parecen dialogar con la redonda y entre sí, casi como si abrigarse con la palabra anterior, con la tradición literaria (“animula, vagula/blandula”: Adriano, Yourcenar, Pound), fuera una respuesta a la pregunta que late entre paréntesis. Y al final, el bosque, el jardín, la luz. El desasosiego reaparece en poemas como “Broken night” o “El pozo”, pero en este último también se lee el poder engendrador de la oscuridad (“amaste y sufriste//con devoción,//el pozo/que te vio nacer”), que permanece, así, como las palabras que no acaban de decir suficiente, en tensión. “Señor de los pájaros/Señor del silencio,/algo no termina de llegar/ hacia la otra orilla;/ algo ha quedado en medio/del dolor y del recuerdo”, dice, a propósito, el texto que sirve de pórtico a la tercera sección, donde el miedo y la desconfianza (“Noche oscura del corazón/ tengo miedo de las palabras”, se lee, por ejemplo, en “Temer”) van cediendo paulatinamente a la comprensión de que oscuridad y luz, pozo y cima, son las dos caras del poema, testigo de lo que no está pero puede conjurarse en la invocación, en la interpelación:

 

Estas palabras nunca serán

lo suficientemente ciertas

para decir todo lo posible.

 

Celebremos la vida esta noche,

he visto tu rostro

bajo el cielo estrellado

(“Poema para tu cumpleaños”)

 

Si supieras

que ya no tengo,

miedo de morir,

 

si entendieras

que ya no tengo miedo.

(“Kénosis”)

 

Sé que vendrás,

lo sé.

 

Pleno de luz,

como una barca silenciosa.

(“El cuerpo de la desaparición”)

 

El miedo que escapa ante la luz, ante la palabra que, como la barca, anuncia una posibilidad que no es, sin embargo, decirlo todo.

En el penúltimo apartado (“«Poesía es esa voz/ que nace del cielo// Yo escribo/ con esa voz»”), la mirada del sujeto se vuelve a un mundo nuevo (la aparición de China en este imaginario poético) para ser plegaria, invocación repetida, renovada:

 

Rezo por nuestras palabras

que hacen el amor

aunque no se entiendan

(“El monje de Shanghai”)

 

Repetir:

somos parte de todo

(“Dos muchachos practican Kung-Fu en Zhonghan Park”)

 

Las palabras

recuperarán

 

el primer silencio

del mundo

(“Bajo el brillo del cielo”)

 

Nadie borrará de mi memoria

la poesía de su voz

(“Shanghai”)

 

Así, al llegar a la última sección, el ciclo del pozo a la estrella, de luz del sueño a la oscuridad, se ha completado en la palabra poética: “«Poesía es/ pregunta sin respuesta,/ un golpe de sombra,/ un golpe de luz»”. Y allí destellan los nombres de Esther Cross, Diana Bellessi y Griselda García, a quienes están dedicados cada uno de los tres últimos textos, en los que el miedo ha dejado de ser una violencia extraña para ser, ahora, humanidad, sostén:

 

Tiene miedo y sabe que está bien,

que el temor nos recuerda

nuestra parte humana,

que no podemos todo,

que a veces debemos

permitir una ayuda,

que es bueno dejarse sostener.

 

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