“Relato de la casa sin mí” por Adriana Mancini
El señor Kreck, de Juan Octavio Prenz. Buenos Aires, FCE, págs. 263.
¿Habría universo imaginario o ficcional sin un sustrato que lo sostenga? ¿Necesitará la ficción narrativa un espacio que actúe en forma análoga al “motor inmóvil” que dispare la imaginación y la memoria? El concepto de “motor inmóvil” es de Aristóteles y justifica la creación del universo. En este sentido, y un paso más allá, recordemos que este filósofo establecía una relación entre el espacio y la memoria.[1]
En el espacio literario secular podemos mencionar, aunque remitan a diversas intenciones, Un cuarto propio de Virginia Woolf o, incluso, la postura de dos escritores argentinos consagrados en el tiempo. Con cierta dosis de dramatismo o nostalgia senil, Adolfo Bioy Casares escribió en una de las entradas de su diario Descanso de caminantes: “La literatura es una casa donde vivir”. Por su parte, Jorge Luis Borges inserta con efusión el espacio creativo y por crear en dos versos de su primer poema “Las calles”: “Las calles de Buenos Aires/ ya son las entrañas de mi alma”.[2]
La reciente reedición de la novela de Juan Octavio Prenz, El señor Kreck [1994, (2025)] recurre al espacio desde el intento de gestación de la obra. En la presentación del libro en Buenos Aires, Betina Prenz, hija y traductora al italiano de la novela de su padre, contó que Octavio (sic) le habría comentado que iba a escribir una novela cuyo motivo inicial sería el alquiler de un apartamento. Sin más detalles, a pesar de la insistencia de su hija, Prenz inicia la escritura de su novela con un narrador en tercera persona que acompaña al personaje principal, el señor Kreck, a alquilar un apartamento en el centro de la ciudad de La Plata. La operación se realiza con premura; tan es así que, abrumado, Kreck se encuentra con las llaves en mano. El contrato de alquiler establecía mantener los muebles viejos y otros objetos inútiles, así como también abundantes muestras de la pasión ornitológica del antiguo propietario. Kreck visita en pocas oportunidades su secreta adquisición, algunas de ellas sólo para establecer con esos muebles vetustos y grandilocuentes un orden otro, para esconder y redistribuir aquellos más pequeños especulando: “Quién sabe si algunos no revelarían allí afinidades secretas” (54). Y, aún más, comparando esta tarea con la creación cristiana del universo afirma el narrador que el personaje “antes de pasar a otra tarea –como debió sucederle a Dios cuando creó el mundo– se sentó a descansar y a disfrutar la nueva disposición de muebles y objetos. (…) vivir esta disposición, se dijo, cambia el acto mismo de observarla” (54-55.) En la siguiente visita, en la que se propone corregir el lugar de los objetos para darle la disposición definitiva, Kreck incorpora el tiempo y la memoria a ese espacio al llevar consigo una serie de fotos que actualizarán la trama en torno a los recuerdos.
El silencio que Prenz sostiene, ante la curiosidad de su hija, se mantiene en la novela y determina la súbita actitud final del personaje ante la insistencia de su mujer por saber el motivo de la decisión de mantener ese espacio secreto y ese tiempo recobrado en las fotos. Si Kreck acomodó objetos para verlos de “otro modo”, donde podrían generarse “afinidades secretas” entre las cosas o entre las palabras, por qué no pensar en ese espacio como el punto de partida de los acontecimientos. Dado el título de la novela y las andanzas de su personaje, no es imposible pensar en la afinidad con el personaje de Bertolt Brecht, el señor Keuner y sus historias (Gechichten von Herrn Keuner). Los vaivenes de las historias del señor Kreck se explayan en cincuenta capítulos y un epílogo de diferentes extensiones, puntos de vista y personas narrativas. La prosa es fluida pero compacta, no deja espacios de indeterminación; al contrario, las numerosas digresiones parentéticas que se le imprimen a la prosa dan idea de la necesidad de expandir el espacio de escritura para insertar un discurso complementario.
El señor Kreck es un respetable agente de seguros. Es serio, cordial y educado pero austero de gestos y medido con sus palabras, de las que desconfía. Prefiere el silencio al cuchicheo insípido. Diariamente, se desplaza entre su oficina y su casa familiar y va viviendo situaciones cotidianas con algunos rastros alarmantes para un lector avezado en la historia argentina de los años setenta –que resultan pertinentes, si se contempla que la primera edición de la novela es de 1994 y que hacia el fin de siglo proliferaron las novelas con temáticas ligadas a la época de la dictadura (tales como Respiración artificial de R. Piglia, La vida entera de Juan C. Martini, La casa y el viento de H. Tizón, El vuelo del tigre de D. Moyano entre otras y las que fueron pergeñadas posteriormente, como Villa de L. Guzmán o Dos veces junio de M. Kohan, por ejemplo).
Un personaje constitutivo para la coherencia de la anécdota y su desarrollo es María del Rosario, la mujer de Kreck. Su participación en una primera persona aporta la mayoría de las características personales de su esposo. Sus entradas en diversos capítulos sugieren un interlocutor y sus declaraciones son temporalmente posteriores a las vicisitudes del señor Kreck, quien involucra, a su vez, a otros personajes de variable incidencia en la novela.
| La prosa es fluida pero compacta, no deja espacios de indeterminación |
En el transcurrir de su desempeño como agente de seguros, Kreck tuvo oportunidad de tener contacto con algunos animales salvajes que se trasladaban desde distintos países del mundo a La Plata. Esta experiencia, sumada al contacto con los libros e imágenes y otros restos de los estudios ornitológicos del antiguo propietario del apartamento alquilado, despierta en el personaje el deseo frustrado de haber sido director de un zoológico. El fin que propone la novela, por un lado, es coherente con un personaje ficcional, pero por otro, resulta sugestivo si se piensa en las líneas que exceden a la novela y se direccionan a un exterior representado por el personaje de Kreck, justificando el vuelco hacia su afinidad para con los animales. Desde la filosofía, Agamben presenta, en sus artículos de Lo abierto, diferentes posturas en la relación entre lo humano y lo animal. En general, subraya la recurrencia de inclinarse a lo animal para sortear la desaparición de la humanidad: “Si el hombre deviene nuevamente animal, también sus artes, sus amores y sus juegos tendrán que convertirse de nuevo en puramente ‘naturales’. Sería necesario admitir, así, que después del fin de la Historia los hombres construirán sus edificios y sus obras de arte como los pájaros construyen sus nidos y las arañas tejen sus telas” ( Koyève, cit. en Agamben).[3]
A modo de coda, una imagen final. Se trata de la imagen de tapa, atractiva y sugerente, compuesta de un rostro que solo muestra una mejilla, parte del cuello y parte de un torso engalanado con camisa, corbata y solapa de impecable traje. Se puede sospechar la representación de un señor Kreck/Prenz tensionado entre ser autor y narrador, allí en el límite espacial entre lo real y la ficción. Un “yo sin mí” que entrega un singular poema cuyos dos versos primeros rezan así: “Qué hace la casa cuando se queda Sinmí/ (amarga promiscuidad de la ausencia”)”.[4]
[3] Agamben, Giorgio. “Snob” en: Lo abierto. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006, pp. 23-24.
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