“No hay lugar más sombrío que debajo de la lámpara”, por Adriana Mancini
Otro dios ha muerto, de María
Casiraghi. Alción, Córdoba, 2016, 223 págs.
Otro dios ha muerto, nuevo
eslabón en la obra de María Casiraghi, es un brote que se expande a partir de los
relatos de Nomadía, (Monte Ávila,
2010). En ellos, Casiraghi logra articular, con suma precisión, cada relato con
su fuente respectiva pero manteniendo la autonomía de las partes. El encastre
es tarea del lector; sucede más allá de los límites de los textos.
Petrona,
es la protagonista de “La lluvia que no alivia” de Nomadía y es la protagonista de Otro
dios ha muerto; y su personaje se va constituyendo al desplegarse, lentamente
pero con firmeza, las líneas esbozadas en su anterior presentación.
El
título, Otro dios ha muerto, inquieta
al lector desde el comienzo, en particular a aquellos cuya fe está dirigida a
un Dios único y todopoderoso. Habría otro Dios y está “muerto”.
Desde
una perspectiva diversa, también podría surgir la pregunta acerca del género al
que pertenece esta nueva entrega de la escritora. La obra se presenta como una
novela, pero su tono de denuncia permea el texto y está avalado por la
inserción de actas, documentos legitimados y cartas a destinos oficiales y
personales tal que ponen de manifiesto la aniquilación y persecución de los pueblos originarios, en este caso los
mapuches.
Esta
composición estética que ensambla diversas maneras de expresión y que, tal como
indicamos, Casiraghi ya ensaya de cierto modo en Nomadía, aporta densidad al texto como totalidad; y
fundamentalmente, da a la obra posibilidad de superar dicotomías.
Concretamente, esta ficción –poniendo en escena la magia de la ficción–
trasciende de lo particular a lo general. ¿Qué quiero decir con esto? Aclaro
por partes.
En
primer lugar, Petrona es en realidad una mujer mapuche por elección. Su padre
era mapuche y su madre una mestiza respetuosa de las tradiciones de su marido.
Pero en la novela hay otro personaje, Gabriela; una joven investigadora que
está escribiendo su tesis sobre los mapuches y por tal motivo vive con Petrona
durante un tiempo para empaparse del arte de los tejidos y de la cultura mapuche
y después de un tiempo vuelve a su lugar de pertenencia. Tan es la
compenetración de la joven Gabriela con el espacio y la vida mapuche que a su
vuelta siente que no es la misma, se siente otra, o mejor, encuentra ese punto
exacto desde donde poder hablar “lo otro”; narrar:
Esta es la primera vez que retorno de un
viaje sin gloria, sin testigos, sin necesitarlos.
Es
como estar en otra piel, haber dormido y despertar con el cuerpo cambiado, las manos más grandes, la cara más ancha. Tal
vez esté pasando al bando de los que al viajar miran el mapa, y el riesgo sea
ese, justamente: no poder volver a reconocerme en un espejo nunca más. (35)
Es
oportuno recordar en este punto un refrán chino: No hay lugar más sombrío que debajo de la lámpara.
Casiraghi
logra que en su novela los escenarios y sus personajes se desplacen de dos
lugares sombríos para escribirlos.
Gabriela de su propia identidad construida en su espacio de origen. Petrona, en cambio, se afirma en su identidad mapuche. Ambas desestabilizan
esos espacios. Gabriela con reflexiones explícitas y Petrona a partir de su
condición y sus afectos.
Su
madre, “mitad india, mitad blanca”, está integrada íntimamente a su vida; en
algún momento de su vida se casa con un muchacho de origen mapuche que la hace muy
infeliz, la castiga y la humilla. Con él tiene un hijo que muere en la primera
niñez. No deja descendencia, con este marido mapuche abusador, que transmita
sus tradiciones. Sin embargo, es muy feliz cuando recompone su vida en pareja
con un hombre blanco que la cuida y respeta y colabora en la difusión de su cultura
hasta la muerte.
La
mujer mapuche se expande a través de la escritura de Casiraghi que recupera su
historia. Pero ¿por qué digo que los
textos trascienden de lo individual a lo general?
Petrona,
durante su juventud, antes de casarse, trabaja en una casa de familia en la
ciudad. Allí, no se adapta a las exigencias de su patrona quien pretende
transformar sus maneras y costumbres a un modo de vida ajeno; hasta ser
despedida por practicar sus rituales. En cierto momento de su estadía en la
casa de la ciudad la novela recupera la siguiente escena:
–¿Voy
a poder jugar a los indios con usted?– me preguntó el niño más pequeño de la
patrona la primera vez que nos vimos.
–Yo
soy india, no sabría cómo– le contesté. Pero mi respuesta puso triste al niño,
entonces agregué –Podemos divertirnos con otras cosas. A mí me gusta mucho
jugar. (144)
Petrona
no puede jugar a los indios porque es india. No alcanza la distancia entre su
ser y la representación de su ser india en un juego. Acuerda con el proverbio
chino. Estaría en el lugar más sombrío.
Hay
otros elementos de la cultura mapuche que se cruzan con la cultura occidental en su esencia. Tanto Elías
Canetti como Fernando Pessoa, también Borges y Bioy entre otros han pensado la
literatura como un espacio donde anclarse; a la vida, a la patria. También confiesa
Petrona: “Yo seguía los consejos de la
machi y del lonco, intentando conservar la lengua como mi única casa” (168). Asimismo,
la seguridad con la que San Agustín afirma que si cambian las madres cambiará
el mundo la comparte una voz de clara procedencia mapuche pero de procedencia
dudosa en el relato, que afirma: “Cuando una madre cuida a su hijo siente que
al acunarlo, al dormirlo cantando, al alimentarlo, uno lo salva, y al salvar al
niño uno salva el mundo.”(179) O sobre el misterio de la muerte y su dominio:
“¿Sabemos, acaso, cuándo, cada uno de nosotros, empezamos a morir?” (217).
La
novela revela el origen de los materiales que la configuran: textos específicos
sobre la cultura mapuche, conversaciones
con un antropólogo amigo de la investigadora;
la información documental y los aristas de una cultura ignota que es
extingue si no se escucha y se leen los telares –tejidos/texto– sobre los que
escribirá su tesis, en desazón, Gabriela. Mientras tanto, Petrona ha escrito una
carta que encontrará Gabriela después de su muerte y Otro dios ha muerto se abisma:
“No ha vuelto a casa, Amui Leufú, pero no la culpo; sabía que así iba a
pasar. No fuimos amigas, solo dos personas que se unieron en un tiempo y lugar
para crear esas palabras que no existen en ninguna lengua” (223).
Sin
embargo, ahí está la escritura de María Casiraghi –cuyo origen de tradición
occidental no ofrece dudas– que en una lengua decididamente leal nos entrega la
historia de Petrona y Gabriela, y denuncia.
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