“Al maestro con cariño”, por Jimena Néspolo
Convivir con el genio, de
Juan Bautista Durán. Barcelona, Editorial Comba, 2014, 150 págs.
El
primer libro de cuentos del español Juan Bautista Durán está organizado
en torno a dos ejes temáticos, no necesariamente antagónicos, que articulan las
doce piezas que conforman el volumen. El primer eje –de neta “educación
sentimental”– aglutina a personajes que encuentran a través de amores florecientes
o truncos y amistades abortadas ya un crecimiento personal (“Planchar divisas”,
“Sueños con tesoro”, “Volver a enamorarse”) ya una excusa para el embotamiento
o la desidia que abrazan (“Blasi a tres bandas”, “Quai Saint-Michel”, “Turista
de sombrero ladeado”). El segundo eje –el más original, a mi entender, y de esforzada
trama autoral dada la nacionalidad del escritor– hace de los tópicos culturales
e identitarios de la “argentinidad” una metáfora de validación de excelencia de
lo literario. No por casualidad el cuento que da nombre al libro está montado
sobre la vida del ídolo futbolístico argentino Ariel “Burrito” Ortega y el deseo de dos
personajes de hacerse un nombre (uno de cambiarse el apellido para no recibir
ya el mote de “Burrito”, otro por entrar en el verdadero mundo de la “Literatura”);
en esa búsqueda, aparece la figura de un escritor reputado (Eduardo Goitia) que
propicia la siguiente reflexión por parte del narrador:
Cuando
lo conocí estábamos un grupo de escritores a la puerta de la Casa de América,
en Madrid, donde dimos una serie de conferencias en torno a la recepción en
ambos lados del Atlántico de nuestras respectivas literaturas.
“Es
inevitable –dijo Goitia en su conferencia– que a la admiración inicial vaya
unido el recelo, porque nuestra hermandad, al fin y al cabo, se funda en las
idas y venidas, y en lo que, primitivamente, llamaríamos nuestra trágica
condición de bárbaros, unos respecto de los otros.”
Esta
reflexión resonó fuerte en mi mente por lo que me cuesta poco recordarla.
Tampoco es complicada extrapolarla al mundo del fútbol, a propósito de Ariel
Ortega, ya que esta misma sensación debe imperar ante el continuo movimiento de
futbolistas de un país a otro (137)
Especie
de alter ego del autor pero también
de significante vacío, de máscara plana, el nombre de “Eduardo Goitia” surge en
el cuento “Convivir con el genio” como una opción posible a la hora de buscar
un cambio, mientras que en último relato (“Sueños con tesoro”) reaparece para
darle vida a un personaje con el que se entrena el narrador en sesiones de
boxeo, un personaje que en su juventud conoció a un tal “Nocilla” que recorrió
kilómetros y kilómetros en bicicleta con las cenizas de su padre en el manillar
a fin de devolver los restos a su lugar de origen.
En
efecto, la “argentinidad” en este libro de cuentos es abordada de múltiples
maneras. En lo literario se hace presente en referencias y epígrafes (Julio
Cortázar, Silvina Ocampo, etc.); en lo formal reactiva un tipo de habla
rioplatense para darle espesor y verosimilitud a sus personajes (es ejemplar el
cuento “Au-pair” que ataca los clichés de la masculinidad a través de la
historia de un joven contratado por una familia inglesa como niñero); en lo estético aborda los tópicos de la vida deportiva de la cultura de
masas transnacional para replantear la noción romántica de “genio”.
El
mismo Duran explica el protagonismo de este cuento en el breve “Prólogo” que
abre la serie: “El Burrito aúna tres aspectos que me inquietan: el talento, el
carácter, el apodo. Tener un apodo es casi tan importante como ser (…) pero tener
un apodo es mucho más que ser, es un doble bautizo que no niega al original”
(8), el apodo entonces vendría a enfatizar –dice el escritor– lo más particular
de uno mismo: “el genio, esto es, aquello que nunca logramos quitarnos de
encima. El genio no sólo es el don que un artista pueda tener, sino la parte
más excéntrica que hay en todo quisqui, la parte que, en mayor o menor medida,
nos hace insoportables para unos y admirables para otros” (8).
Hay,
por último, en varios relatos un denodado esfuerzo por acercarse a “lo femenino”,
desarticulando los tópicos del amor cortés e incluso el perfil donjuanesco de
los personajes en tanto cifra de su poder o autoridad. El cuento “Aviario” –que
se abre reproduciendo como epígrafe unos versos de la poeta argentina Nora
Almada (“Si me descalzo, ¿seré capaz de
andar sobre mis huellas?”) hasta convertirla incluso en personaje de la
misma ficción– condensa ejemplarmente esta búsqueda.
De
lectura fluida y amena, la presencia de algunas erratas en la edición de Convivir con el genio no desmerece –en el
balance final– la ambición y el arrojo de esta apuesta.
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