“El relato que sostiene la lámpara”, por Felipe Benegas Lynch



Como si existiese el perdón, de Mariana Travacio. Buenos Aires, Metalúcida, 2016, 2da. Edición 2018, 144 págs.


“La vida depende de una falla en la cadencia”, sostiene un verso del peruano José Watanabe (El otro Asterión). En Como si existiese el perdón, Mariana Travacio parece ceñirse a esa máxima: a lo largo de 62 fragmentos sostiene la cadencia de una voz (la de Manoel) en la que confluyen muchas otras voces. Travacio no pierde el ritmo y el texto vive. No así los personajes, que tropiezan con la violencia casual, azaroza a la que nos tienen acostumbrados la literatura y la vida en general.
El texto retoma una tradición riquísima dentro de la Literatura Latinoamericana: aquella en la que confluyen el mundo rural y la muerte. Si de Pedro Páramo podemos decir que toma el modelo del clan terrateniente que subyuga a sus súbditos, del Martín Fierro incropora lo que denomino las “muertes al pasar”: aquellas que se dan por una “falla en la cadencia”, por un malentendido o una provocación banal. Esas muertes que en el Martín Fierro son casi anecdóticas (los muertos quedan ahí tirados y la venganza final –Borges mediante­– no está a la altura de la ofensa) en Como si existiese el perdón son amplificadas con lupa. Ya el primer fragmento pone el foco en una de esas muertes evitables:

Y no sé si fueron las ginebras o algo que dijo el tano, pero Loprete desenvainó el cuchillo antes de que pudiéramos ponernos de pie. Lo quiso gargantear al Tano y se armó una fea. Es que el calor trae malos humores, y el viento norte, allá, nos traía estas cosas. Loprete acabó malherido, y nosotros, sin remedio a la mano. Agonizó toda la noche. Lo enterramos poco antes del amanecer. Juancho hizo el pozo. Yo sostenía la lámpara. Y el tano vigilaba que el cadáver no tuviera otro ataque de ira. (12)

En efecto, Manoel es el que “sostiene la lámpara”: sus voz es la encargada de echar luz en el entramado de la muerte. Esa primera víctima va a ser enterrada y desenterrada. Luego sabremos que la violencia de Loprette es una tradición familiar firmemente arraigada en inmensos campos de agua. Por esos campos van a vadear Manoel y sus compañeros buscando cuerpos muertos y venganza.
El “Como si...” del título arrastra el perdón al mundo de la ficción, pero la pregunta queda latente: ¿es posible el perdón en la interminable tradición de violencia que nos arrastra? ¿Qué hacemos con nuestros muertos?
La novela de Travacio sostiene su cadencia como una respuesta posible: se hunde en las entrañas de la muerte pero no cede a ella, avanza tercamente hasta el abrazo final de los que sobreviven para contar.

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