“A favor de la literatura”, por Felipe Benegas Lynch



Vivir existiendo: una nueva ética, de François Jullien. Traducido por Silvio Mattoni. Buenos Aires, El cuenco de Plata, 2018, 256 páginas.

Hablar acerca de la “vida” y el “vivir” es difícil. Jullien constata esta dificultad que se hace evidente en los lugares comunes del discurso que atascan el pensamiento en generalidades que no dicen nada o en meras banalidades. Estar, por situar la discusión en nuestro contexto, “a favor de la vida”, ¿qué es? Jullien propone que la filosofía “ha cubierto al vivir con sus prejuicios” (12) al alinearlo bajo el Ser: “ha ocultado lo eminentemente singular que posee el vivir bajo la abstracción del concepto que eleva a la generalidad” (13), y en ese desplazamiento a un más allá de las esencias y los conceptos dejó de lado los dos rasgos básicos del vivir: lo ambiguo y lo singular. Es a partir de esa falla del pensamiento que Jullien apela a “una alianza con la literatura” (14), pues

lo propio de la literatura es volver a situar el juego en el lenguaje, o volver a poner en juego el lenguaje, deshaciéndolo de su facilidad-facticidad, volviendo sobre la clausura de las palabras sin atenerse a las distinciones establecidas, reabriéndolas y desbordándolas, y lo propio de la descripción literaria consiste en captar esa inasequible ambigüedad. (202)

La literatura, en ese sentido, se opone a las construcciones de la metafísica: se mantiene “a ras de la experiencia” y asume la tensión que implica dar cuenta de lo singular a partir de un lenguaje común. El desafío que se plantea Jullien en este ensayo es también un desafío del lenguaje: situarse en un “entre” el “Ser” con sus generalidades abstractas y el devenir orgánico-metabólico del “Vivir”, de donde la conciencia no logra emerger. Su apuesta es por el “Existir”:

Existir sería entonces ese recurso nuevo, que hay que explorar ­–y explotar–, que viene a interponerse felizmente entre el ser y el vivir, y que evita el defecto de uno por medio del otro. (220)

Para ello apela a la literatura, con Proust a la cabeza, pero también construye un fructífero diálogo con la historia de la filosofía, pasando por Platón, Aristóteles, Rousseau, Heidegger, Sartre y todo un abanico de nombres a partir de los cuales va tensando su línea argumental. El pensamiento chino, por otro lado, es una piedra de toque que acompaña el trabajo de Jullien hace tiempo y que aquí también se hace presente, aportando una perspectiva distinta a partir de una forma de lenguaje radicalmente otra y de una tradición de pensamiento ajena a la metafísica occidental. Si en occidente se privilegia la vista por sobre los otros sentidos y la conciencia se constituye al margen de la existencia de las cosas en el mundo –el mundo de los objetos que vemos–, el pensamiento chino privilegia la escucha y su sistema de enunciación elude la separación del sujeto del resto de lo viviente: “al leer una frase en chino clásico, percibo mi existencia en continuidad con la del mundo, llevada a fundirse, a reabsorberse en la procesualidad del ʻasíʼ” (162). Y para acceder a ese “así” se necesita de la descripción más que de la conceptualización abstracta. “Describir es ético” (170), remarca Jullien, en cuanto que “Desbordar la existencia por medio de cualquier clase de construcción (pues toda construcción produce un más allá) es perderla” (170).
La nueva ética que propone Jullien es la de “vivir existiendo”. Su esfuerzo apunta a captar el funcionamiento de la conciencia humana sin caer en las trampas de la metafísica tradicional. Hay una separación inherente al existir (ex) que resulta fundamental: “un sí mismo que sale de sí sintiéndose lo más íntimamente en el mundo, pero de un mundo que no sufre ya la clausura del mundo, y que por lo tanto propiamente ʻex-isteʼ y al fin se descubre en sí” (224). Este posicionamiento tiene implicancias éticas:

el sujeto se despliega hasta el punto de intersección de transiciones múltiples que hacen olvidar las divisiones identitarias a las cuales se confía atávicamente la razón, aprovechando el entre de la no-separación que de pronto se abre y que libera. (225)

Es ese “mentenerse afuera” de la existencia lo que lo que la “califica”: “puede emerger, abrirse una “posibilidad” activa, intensa, e inventarse” (240). Apelo ahora a nuestro contexto literario en la figura de Juan L. Ortiz para expandir este alegato a favor de la literatura que hace Jullien:


No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...

El amor es algo que se inventa, que puede existir solamente en cuanto se atiende a lo ambigüo y singular de la vida con la conciencia atenta de la separación: solo así se da la posibilidad del encuentro con lo otro.

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