“Una lección de amor libre”, por Cintia Córdoba



La Voz de la Mujer: periódico comunista-anárquico. 1896-1897. Prólogo de Dora Barrancos. Nota de María del Carmen Feijoó. Presentación de Maxine Molyneux. 2a ed. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2018, 168 páginas.


El feminismo en tanto que movimiento político heterogéneo configuró diversas agendas. A lo largo del siglo XIX y principios del XX sus principales objetivos fueron la igualdad jurídica, y el sufragio y el feminismo socialista reformista, su expresión política de mayor alcance. Este libro nos ofrece la posibilidad de aproximarnos a otras voces. Unas voces fugaces y disonantes de las que como afirma Maxine Molyneux se sabe muy poco.
El antiestatalismo y el desprecio por el ordenamiento jurídico expropiador, conocidas consignas de la lucha libertaria, fueron desbordados por el feminismo anarco-comunista. La Voz de la Mujer es un ejemplo de configuración de un nuevo tono político dentro de las filas del feminismo –enfático y panfletario– que buscó salir al cruce de la naturaleza múltiple de la opresión de las mujeres: “doblemente esclavas de la sociedad y del hombre”.
La reedición de los nueve números del periódico, que anunciaba algunas de sus dificultades en la portada bajo el lema “sale cuando puede”, constituye una puesta en valor de una tradición política que supo dejar huellas en el feminismo, y viceversa. El comunismo anarquista era un movimiento político orientado hacia la eliminación violenta de la sociedad existente, sin dilaciones. La creación de un orden social nuevo, basado en la emancipación del hombre –consigna que también desplegó el comunismo– fue resignificado y atravesado por la lógica de la urgencia. Entre sus principios políticos, resuena en la memoria colectiva el lema con pretensiones programáticas para el nuevo mundo: “De cada uno, según sus fuerzas; a cada uno, según su necesidad”.
El anarquismo en general –salvo conocidas y tristes excepciones como la de Proudhon– expresó su fuerte adhesión a la emancipación de la mujer. Como señala en su análisis Maxine Molyneu, cuyo artículo se encuentra incluido en este libro, La Voz de la Mujer era un típico diario pequeño y semiclandestino, dirigido por mujeres de la tendencia comunista-anarquista, que supo circular en nuestro país entre 1896 y 1897 junto a una veintena de publicaciones anarquistas. Tal como lo hacían sus camaradas, las anarquistas reivindicaban la “propaganda por los hechos”, razón por la cual encontramos en no pocos pasajes del periódico una defensa a “contestar con la explosión” la opresión de las leyes y el poder, sin medias tintas, solo “destruyendo es como se puede derrumbar el  mundo de la explotación”. Las diversas hipótesis de lxs historiadorxs especialistas en el tema, incluida la de Molyneu, señalan que la acción directa y el antirreformismo fueron fórmulas que supieron convocar adeptxs en tiempos de marginalidad jurídica y social. Pero ante el surgimiento de nuevas expresiones gradualistas, como fueron el Partido Socialista y el populismo liberal del partido Radical, comenzaron a debilitar su capacidad para establecer lazos orgánicos con las clases trabajadoras.
La Voz de la Mujer utilizaba un tono de prédica revolucionaria para contribuir “al avance del anarquismo comunista”. Esto significó en la práctica sostener en sus artículos una constante denuncia de la miseria y la pobreza sufrida por la clase trabajadora. Una escritura exacerbada, plagada de un ardiente optimismo sobre la proximidad y felicidad que traería la tan ansiada Revolución Social, supo vehiculizar lo que consideramos el nudo y especificidad de estas voces: “exigir nuestra parte de placeres en el banquete de la vida”. En efecto, lo distintivo de La Voz de la Mujer no solo consistió en denunciar la opresión de las mujeres, sino en exigir y soñar con nuevos destinos que desde otros discursos feministas no se alteraban. La expresión “dos camaradas libremente unidos” constituye la aparición de una singular lucha ideológica que requería igual o más radicalidad que el resto de las luchas. Las anarquistas sabían que para que el amor pudiera sustituir la hipocresía de los vínculos forzados, el boicot no alcanzaba. Como en cualquier otra forma de opresión, era necesario “romper la maquinaria”. Para estas militantes, el amor libre significaba liberarse del control de su sexualidad señalando, tenazmente, el privilegio viril que suponía la disparidad de criterios a la hora de pensar las relaciones como, por ejemplo, la exclusiva exigencia a las mujeres de virginidad y fidelidad.
La posición de La Voz sobre el amor libre condujo a las redactoras del periódico a levantarse incluso contra muchos de sus propios camaradas en términos muy claros. “Anarquistas de macana”, “cangrejos”, “escarabajos de la idea” serán aquellos que sosteniendo la bandera de la libertad y la igualdad de la humanidad, posterguen la felicidad de las mujeres. Esta disputa al interior de las filas del propio anarquismo se cristalizó en la reformulación del apotegma: “Ni Dios, ni Patria, ni Patrón” que dio lugar a su versión feminista: “Ni Dios, ni Patrón, ni Marido”.  Esta consigna constituyó el signo de su especificidad, probablemente, la mejor lección para los feminismos actuales. Así como la lucha habilitaba a dinamitar todas y cada una de las instituciones del estado burgués para alcanzar la emancipación, esa misma radicalidad debía sostenerse toda vez que alguien pretendiera “dirigir la voluntad de ‘un otro’, se llame autoridad, religión o con cualquier otro nombre”, por caso marido. Pero es justo señalar que La Voz combinaba la dinamita con los libros. En casi todos los ejemplares, se insta a las mujeres a transformar esa “educación burguesa” recibida, en otra capaz de ampliar el margen de libertad. Sin duda aquí resuenan resabios de la ilustración, como puede ser la idea de un conocimiento con capacidad de liberar la conciencia, pero es posible advertir también, en el reverso de esa idea, que en el fondo todo proceso revolucionario comienza por un acto educativo que consiste en desaprender.
Cualesquiera sean sus carencias y defectos, como lo fue su condena explícita a ciertas prácticas sexuales tildándolas de “degeneradas”, el pensamiento feminista libertario sigue siendo contemporáneo y, en consecuencia, como afirma Dora Barrancos en el prólogo a esta edición, valioso. El cambio político colectivo, el cambio de la vida misma, suponía para esas mujeres no solo buscar la disolución de la opresión del Estado, la Ley y el Capital, sino también  postular una forma novedosa y recreadora del amor basada en la libertad. “¿Cuál es la cosa mejor de la existencia?” –se pregunta una de sus colaboradoras, Pepita Gherra–: “Amar, ¿verdad? Y ¿qué es mejor, amar por deber, por obligación o por simpatía y atracción?”
Nos llaman hoy la atención las páginas de este periódico anarquista de fines del siglo XIX sobre los límites de la Revolución Social cuando esta se desentiende de una reflexión profunda sobre los vínculos afectivos. La voz constituye una clara lección sobre la relación entre la política y el amor, en la medida en que en toda concepción sobre el amor subyace una concepción política, y tal vez a la inversa. “Hay que reinventar el amor, ya se sabe” escribió Arthur Rimbaud. Probablemente, en el mundo actual donde prima una economía de las pasiones y acuerdos de goce sin riesgo, también sea necesario un llamamiento a su reinvención.


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