“ANATOMOPOLÍTICA DEL CORONAVIRUS (10)”, por Jimena Néspolo


¿Quién se encargará de cambiarlo todo?


A pocos meses de desatada la pandemia de COVID-19, en el marco de un encuentro pergeñado por el Instituto Francés de Italia, Jacques Rancière reflexionaba sobre la proliferación de discursos sobre el virus que ya empezaban a multiplicarse por aquí y por allá, junto al imperativo de aplaudir la épica sanitanitarista todas las noches. Advertía que el discurso sobre este tiempo “excepcional” se veía monopolizado por dos clases de personas: por un lado, los funcionarios y los gobernantes, “que administran la urgencia con los conceptos y los métodos habituales: afrontar la crisis, garantizar la seguridad, dispersar las aglomeraciones, etc.” y por otro lado, los intelectuales, “entrenados en pensar el fin de la historia y del antropoceno”: “Ellos –señalaba Rancière– nos dicen hoy que la epidemia es la ocasión de repensarlo todo, de derribar la lógica capitalista, de poner al ser humano por delante del Capital o de devolver a la Tierra o al Planeta los derechos que le hemos usurpado. Nos dicen que, al final de la epidemia, habrá que extraer lecciones y cambiarlo todo. Lo que olvidan decirnos es quién se encargará de cambiarlo todo y de acuerdo con qué temporalidad se producirá este cambio”[1].

El punto no es menor, una vez que advertimos que el tiempo político se urde a través de prácticas comunes que construyen agendas y maneras de concebir y emplear, precisamente, el tiempo. En condiciones de aislamiento preventivo, las posibilidades de construir esas temporalidades que preparen el “después” se resquebrajan. Los análisis que prevalecen, por tanto, con mayor impacto son análisis que, en realidad, ya “estaban completamente preparados de antemano, desde la teoría del Estado de excepción y la crítica de la sociedad de control y del totalitarismo del Big Data hasta la necesidad de repensar de arriba hacia abajo la relación entre lo humano y lo no-humano”.

Lo que Rancière pretende poner en relieve es que el curso de las cosas solo cambiará a partir de la acción de quienes trabajen ese tiempo: las personas que hacen funcionar cotidianamente nuestras sociedades dando las respuestas en tiempo presente y, también, aquellos y aquellas que, cada tanto, invaden las plazas y las calles para suspender la normalidad e inventar otros usos del tiempo. “Todo lo demás es impostura” –dice el autor de El desacuerdo. Política y filosofía–, a sabiendas de que la democracia es la irrupción de los “sin-parte” en el espacio público y la permanente disputa por la modificación de las condiciones que determinan, en cada sociedad, el uso legítimo de la palabra y la distribución de las funciones sociales que lleva aparejada. “La democracia es el tipo de comunidad que se define por la existencia de una esfera de apariencia específica de pueblo. La apariencia no es la ilusión que se opone a lo real. Es la introducción en el campo de la experiencia de un visible que modifica el régimen de lo visible. No se opone e la realidad, la divide y la vuelve a representar como doble”. Por otra parte, el “pueblo” –esa palabra que es permanente objeto de disputa por la legitimidad que guarda– no es definible por sus características étnicas ni societarias: “El pueblo por el cual hay democracia es una unidad que no consiste en ningún grupo social pero que descarga en el balance de las partes de la sociedad la efectividad de una parte de los sin parte”. Rancière define, por tanto, a la democracia como la institución de sujetos que no coinciden con las partes del Estado o la sociedad, sujetos flotantes que desajustan toda representación de los lugares y las partes. El lugar de la apariencia del pueblo “es el lugar de la conducción de un litigio”[2]. La democracia instituye, por tanto, comunidades polémicas que ponen en juego la oposición misma de las dos lógicas: la lógica policial de la distribución de los lugares y la lógica política del trato igualitario. Hay democracia, entonces, si se manifiesta este dispositivo ternario donde juegan e interactúen: una esfera específica de apariencia de pueblo, actores o colectivos que desplacen las identificaciones en términos de partes del Estado o de la sociedad, y un litigio que tensione las disputas frente a las formas de subjetivación de la institución política misma. 

No obstante, es preciso subrayar que es el concepto de “emancipación” la directriz que organiza toda la filosofía de Rancière, que desde hace décadas pivotea de un modo audaz entre el pensamiento político, la teoría de las artes y la historia de la educación. Marcado por la experiencia del Mayo del ´68 francés y por el célebre seminario de Louis Althusser “Leer El Capital”, en los años setenta centró su investigación en los primeros tiempos del movimiento obrero del siglo XIX, redescubriendo textos y figuras olvidadas como el poeta sansimoniano Gabriel Gauny. En la década de 1980, específicamente, es que Rancière desencadena la polémica en el mundillo intelectual con su libro El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual (1987), dedicado a homenajear la excéntrica y singular teoría de Joseph Jacotot, defensor de la “igualdad de las inteligencias”. Como se recordará, el pedagogo revolucionario afirmaba a comienzos del siglo XIX que un ignorante podía enseñarle a otro ignorante aquello que él mismo no sabía, proclamando la igualdad de las inteligencias y oponiendo a la instrucción del pueblo la emancipación intelectual.

Frente a políticas de la carencia, que piensan al sujeto en su instancia de minusvalidad, de ignorancia o de falta, Jacotot –en la pluma de Rancière– es el paladín de la “educación por la soberanía” al poner en el centro de la escena el problema de la emancipación: “Quien enseña sin emancipar atonta. Y quien emancipa no ha de preocuparse de lo que el emancipado debe aprender. Aprenderá lo que quiera, quizá nada”. Sabrá que puede aprender porque la misma inteligencia actúa en todas las producciones del arte humano, que una persona siempre puede comprender la palabra de otra, tomar conciencia de su capacidad intelectual y decidir su uso con dignidad y soberanía[3]. 

La revelación que se apoderó de Joseph Jacotot fue sencilla y, a su vez, abismal: es necesario invertir la lógica del “sistema explicador” para asomarse a las potencialidades del sujeto. La explicación no es necesaria para remediar una incapacidad de comprensión, más bien todo lo contrario: esta incapacidad es la ficción que estructura la concepción explicadora del mundo. El explicador es el que necesita del incapaz y no al revés, es él el  que constituye al  incapaz como tal. Explicar alguna cosa a alguien es primero demostrarle que no puede comprenderla por sí mismo; antes de ser el acto del pedagogo, la explicación es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, espíritus maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes y estúpidos La trampa del explicador consiste, entonces, en este doble gesto inaugural de decretar a partir de su existencia el comienzo del “acto de aprender” junto a la imposibilidad o ineptitud del otro por acceder por sí mismo a ese conocimiento –que Jacotot llama “atontamiento”–.  


Cuando Rancière se pregunta “¿quién se encargará de cambiarlo todo?” nos interpela  a quemarropa, porque toda su obra es una radical defensa de la capacidad de cualquier individuo para ejercer el pensamiento y participar en la construcción del mundo común. Sólo hace falta la voluntad y la decisión de congregar voluntades atendiendo a esas potencialidades humanas que hacen, de cada sabio un ignorante y de cada ignorante un sabio. Frente a las políticas del atontamiento que ya desde la década del 90 ponían en marcha una retórica de la crisis como fantasmática rectora que acorralaba cada vez más a los Estados –políticas que desencadenaron este capitalismo de la catástrofe que hoy sufrimos–, Rancière reivindica la capacidad de asombro, extrañeza, distancia y acción.  

 


 * Ilustraciones de Paula Adamo



[1] Diálogo entre Jacques Rancière y Andrea Inzerillo, publicado en el portal del Instituto Francés de Italia el 21 de abril de 2020, en el marco del proyecto “Viralità/Immunità: dialoghi italo-francesi per interrogare la crisi” [https://www.institutfrancais.it/italie/2-jacques-ranciere-andrea-inzerillo].  

[2] Citas extraídas del libro de Jacques Rancière, El desacuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007, pp. 125-130.

[3] Cfr. Rancière, Jacques. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Barcelona, Laertes, 2003 [1987], cap. 1 y 2.

Comentarios