“Escribir desde los cimientos”, por Javier Geist

Diario de un albañil, de Mario Castells. Córdoba, Caballo negro editora, 2020, 124 págs. 




Cuando empecé a leer el texto me asaltó un recuerdo. Un amigo me comentó con cierto tono de asombro que en uno de sus múltiples viajes del día en colectivo se había topado con un albañil leyendo Crimen y castigo. Me refirió, además, que le hubiese encantado que algunas personas de nuestro entorno lo vieran, para romper cierto estigma social que de vez en cuando escuchamos… No traigo esto a cuenta como una moralina berreta sino porque justamente Diario de un albañil se mueve entre estos dos universos: el de las letras y el del trabajo. Como si socialmente algo intentara separarlos, pero que Castells une con una técnica admirable, de la que espero dejar algunas muestras a continuación.

El libro surgió como una selección publicaciones del autor en Facebook. Una técnica compilatoria que varios autores han utilizado por aquí (Bermani, Bruzzone, Giordano, etc. etc.), y que nos muestra una vez más que las redes sociales ya son materia prima de la literatura, y que siguen engrosando el fenómeno de lo posautónomo1.

En el texto hay una reflexión sobre esta forma de escribir que me gustaría reponer: “Acá, entre nosotros, nos mentimos con la verdad. Y, al contrario, lo que buscamos en la escritura es la verdad a partir de la mentira. La verdad no vive en la escritura, es algo así como (...) un alguacil ensartado en un alfiler” (p. 62). Porque a lo largo de las páginas se van a ir intercalando estos razonamientos con anécdotas del trabajo que explicitan un manejo del humor destacable, cuanto menos. Me permito el énfasis en esto porque el humor no se agota en la evocación de un momento cómico, que dicho sea de paso hay muchos, sino que explora nuevas técnicas como la de transformar videos virales de internet en parte del relato. Si bien empieza un poco antes, se hace evidente en: ¡Todos saben que esa rampa es medio trambólika! ¡Hay que saber subir y saber bajar!” (p. 21) que a su vez se mezcla intertextualmente con clásicos de la comedia: “Nosotros le hicimos los primeros auxilios y el otro cara de verga le quería acomodar el naso copiando una escena de Los Tres Chiflados” (p. 22). Así, el humor es la vía de acceso a problemas cotidianos y urgentes, pues abre paso a la reflexión sobre la falta de medidas de seguridad en las obras y, sobre todo, a la explotación laboral como el origen de todos estos males.

A propósito de la cuestión intertextual, es poderosamente llamativa la cantidad de obras literarias referenciadas en este diario, que ilustran esa forma de vivir en la literatura. Desde la cita inicial de Vicente Leñero y la novela Los albañiles, a la que mas adelante va a definir como el “mejor novelista mexicano del siglo XX” (p. 73) a otras mas cercanas al humor: “Tom Sawyer le puse y él pensó que el susodicho personaje de Mark Twain era, acaso, un héroe de película de acción” (p. 60). Y otras al existencialismo: “Fuí el hombre al que le pasan las cosas. Mersault” (p. 119). Pero estas no son las importantes, lo importante acá es el lugar que ocupan las narrativas y poesías de autores paraguayos, de las que Castells viene haciendo hace años un trabajo de compilación y difusión. De Roa Bastos a Tracy Lewis, desfilan por las páginas autores y fragmentos citados que demuestran la verdadera variedad y versatilidad de la obra.

En Diario de un albañil la escritura surge a partir de los cimientos, de tomar lo cotidiano y darle forma a través del lenguaje, porque como reza cierta parte del final con la que uno no puede más que concordar: “desde hace un tiempo vengo pensando que, aunque este mundo áspero y catingudo, el de la construcción, sea negado a la poesía, es esta su zona. Todo eso, la vida que fluye secretamente, es materia prima del albañil” (p. 119).



1 En referencia a la idea de posautonomía desarrollada por Josefina Ludmer en Literaturas Posautónomas (2007) y Aquí, América Latina (2010).

 

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