“La serpiente, el huevo y la bandera (Espiral II)” por Florencia Eva González





En el 2021, Nicolás Emma, presidente del Partido Libertario de Milei y tercero en la lista cuando fue electo diputado, agitó la bandera Gadsden, utilizada como símbolo por grupos e individuos de extrema derecha, con la serpiente cascabel enroscada y lista para atacar sobre un fondo amarillo. “Don’t tread on me”, decía (“no me pises”), flameante en el escenario mientras un guardaespaldas mostraba “al descuido” un arma en su cintura. Debajo, los seguidores cantaban: “¡Basta de negros!”. Fue noticia de segundo orden sólo por un día. Mientras, se multiplican marchas de neofascistas en muchas ciudades europeas, himnos o consignas como “Alemania por encima de todo” -frase de Hitler escuchada en un court de tenis en el US Open 23. 

Muchos políticos traducen y reformulan en términos democráticos la xenofobia, el diseño de un enemigo interno y justificaciones para desempolvar la violencia política. Por ejemplo, Donald Trump en Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia, Santiago Abascal en España y siguen las firmas. Más cerca, Jair Messias Bolsonaro en Brasil, cuyo Secretario de Cultura flanqueado por una bandera brasileña y una cruz dijo: “El arte brasileño de la próxima década será heroico y nacional. Estará dotado de una gran capacidad de implicación emocional y será igualmente imperativo… o de lo contrario no será nada”. Arreciaron las críticas por el evidente parafraseo a las palabras de Goebbels: “El arte alemán de la próxima década será heroico, será ferozmente romántico, será objetivo y libre de sentimentalismo, será nacional con gran patetismo e igualmente imperativo... o de lo contrario no será nada”. Ante la deliberada literalidad, Bolsonaro no tuvo opción y lo sacó del cargo. Pero el huevito ya estaba gestado. Con mayor poder de síntesis, Patricia Bullrich dice “Si no es todo, es nada” y Javier Milei con la imagen de una motosierra, suma insultos que vocifera, como los dirigidos al Papa Francisco, “representante del maligno en la Tierra” por ser quien “impulsa el comunismo”. El odio a la diferencia, la exacerbación de la violencia y la tendencia a la generalización, los une como estrategia discursiva. Muchas personas están dispuestas a seguirlos, mediante votos o simplemente a través de gestos o ideas que recuerdan a los nazis pero sin reconocerse en ellos. 

La bandera de Gadsden con la serpiente es un ícono del liberalismo estadounidense pero es utilizada con distintos significados y por distintos grupos en general, asociado a la rebeldía y al llamamiento de no acatar la ley, llegando incluso a desafiar tabúes constitutivos de la llamada “cultura”, como el incesto. Entre sus múltiples usos, la bandera tuvo un lugar destacado en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 y también pudo verse entre grupos supremacistas blancos que portaban esvásticas y otros símbolos nazis en la masacre de Charlottesville, Virginia, en 2017. En nuestro país, se generaliza como pins, banderas y otros merchandising en las cercanías de los actos relacionados con “La libertad avanza”.

La serpiente tiene una imagen polisémica y muy antigua, vinculada con la sabiduría porque busca las profundidades; la riqueza porque apunta al espíritu; la fortaleza porque ataca; la salud porque cura o mata, y a la circularidad vinculada con el rejuvenecimiento y la inmortalidad ejerciendo un poder sobre la vida y la muerte como una continuidad. Todo vuelve, en el principio está el fin y viceversa. Así, la serpiente se retuerce como una espiral, o se estira para medir la presa. Envenena o ahorca, pero también guarda misterios del mundo desde tiempos inmemoriales. Venerada por las primeras civilizaciones, se le atribuyen poderes espirituales y sanadores. En sus contorsiones, significa bien y mal al mismo tiempo, es contradictoria, sinuosa, peligrosa, se mimetiza con el ambiente y se desliza subrepticiamente. Si ataca, puede ser tarde cuando te enteres.

Las imágenes son estudiadas por Carl Jung y Aby Warburg [1], uno trabajando con el alma humana, y el otro desde la historia del arte. Para ambos la serpiente es un símbolo que alberga opuestos que conducen inevitablemente a la inestabilidad y a lo complejo. Ese tipo de imágenes-símbolo les interesa particularmente por su polivalencia pues no puede reducirse a un solo significado y se encuentran en permanente tensión. Esas contradicciones se trasladan fácilmente a la bandera de Gadsden, “no me pises” -dice-, sin poder discernir si es por miedo o si hay que tomarlo como una amenaza. Más bien parece que hay que comprenderla en su paradoja y ambigüedad, en la potente fortaleza que contiene su símbolo, en movimiento y anidando un principio violento en su interior.   

Otro giro de la espiral nos devuelve al 9 de julio de 2022 en Argentina, cuando grupos opositores al gobierno se reunieron para manifestarse en Plaza de Mayo para contra-celebrar el Día de la Independencia. No fue una concentración espontánea, entre las vallas cerca del monumento a Belgrano y a metros de la Pirámide donde Madres y Abuelas hacen la ronda todos los jueves, se pudo observar una guillotina con el logo del Frente de Todos y la frase “Presos, muertos o exiliados”. Ningún fiscal actuó de oficio para promover acciones penales, por apología de la violencia[2], ni los medios de comunicación cubrieron la noticia, a fin de evitar la contundencia de una guillotina en la principal plaza pública del país: algo que debería haber causado un repudio generalizado. El argumento habría sido sencillo: una puesta en escena violenta para enunciar diferencias políticas que atenta contra la democracia. Sólo pocos artículos en medios gráficos hablaron del tema pero sin mucha repercusión. Luego vinieron las bolsas mortuorias con nombres de políticos, colgadas en las rejas de la Casa Rosada, una muñeca de CFK ahorcada y la marcha de las antorchas. Símbolos para familiarizarse con la muerte violenta hasta volverla un paisaje natural, con el objetivo de deshumanizar al adversario, para aniquilarlo, extirparlo, desaparecerlo. El huevo creciendo ahí, insignificante, pero al mirar bien, algo se mueve en su interior, difuminado por el velo. 


| hay que comprenderla en su paradoja y ambigüedad, en la potente fortaleza que contiene su símbolo, en movimiento y anidando un principio violento en su interior |


La espiral presenta su contorsión de tiempos, hechos y ficciones. En otra curva, la famosa película de Ingmar Bergman, El huevo de la serpiente (1977), trata de una historia y contexto que vislumbran la toma del poder de los nazis. De ahí el nombre, una metáfora que alude a la cáscara traslúcida de un huevo que distingue la etapa de gestación de la serpiente mientras se va formando en su interior. Bergman muestra un Berlín decadente, víctima de la hiperinflación cinco días antes del intento de golpe de Hitler, en Múnich, en 1923. En sus calles, los transeúntes no se mosquean frente a un caballo muerto en medio de la calle, los niños recogen ratas muertas en un páramo y los judíos humillados por los partidarios del nacionalsocialismo se ven obligados a limpiar las veredas bajo la mirada impasible de la policía. Abel Rosemberg, un judío inglés que encuentra a su hermano Max suicidado luego de una noche de alcohol, se deja llevar por la decadencia en que se sume la ciudad y tira una piedra en la ventana de una tienda cuyos dueños son judíos. La ciudad ha logrado corromper el corazón de Abel. Por la noche, visita a su ex cuñada Manuela al cabaret para comunicarle la muerte de Max. Allí suceden las fiestas despreocupadas de los Años Locos cuyo objetivo es olvidar lo que dejó el desastre bélico: un tendal de muerte y devastación, como en una pandemia pero más explícito. Abel, aunque es judío, no se siente involucrado, ni siquiera cuando es testigo de la brutal paliza que le pega una cuadrilla nazi al dueño de un cabaret. Al encontrarse con el doctor Hans Vergerus, un antiguo amigo por el que siente un profundo rechazo, intenta ignorarlo. Hans lo reconoce y Abel nervioso, duda, simula que no lo conoce pero sí, lo conoce muy bien cuando ambos eran niños y torturaba animales para ver cómo reaccionaban. Hans sigue realizando atroces experimentos perfeccionando antiguas prácticas, en este caso con personas, cuyo resultado es la muerte o la locura. Hans le muestra unas fotos a Abel de un grupo de gente caminando por la calle, son padres que no tienen fuerzas ni energía, se sienten humillados y le dice: “no se rebelarán, pero sus hijos sí, esos chicos vengarán a sus padres, tomarán el poder y arrasarán con todo”. Es entonces cuando usa la metáfora del huevo de la serpiente mientras los personajes “se equivocan”, no ven lo que se está engendrando. Hitler es visto como un hombrecito vulgar, insignificante, incapaz de ser quien asolará a Alemania, primero, y a Europa, después. En la última conversación de Abel con el policía que investiga la serie de crímenes provocados por Hans, le informa de que el intento de golpe de estado de Hitler ha fracasado y evalúa: “la República es demasiado sólida”. En El huevo de la serpiente se sobrevalora la fortaleza de la República y se subestima al líder nazi. 

La nostalgia de un estado violento o la legitimación de métodos para consumar el exterminio del otro no se limita a lo simbólico, ni a meros gestos o palabras. En el 2018, Jair Bolsonaro ganó en Brasil por las urnas haciendo campaña con un ademán de manos que simulaba un arma, prometiendo liberar su compra y poniendo un revólver entre los dedos de una niña, en señal de triunfo. El gobierno resultó un desastre, la violencia entró en su espiral ascendente y el retroceso fue tangible en términos de derechos e igualdad que llevará años recuperar. El 1º de septiembre de 2022, un intento de magnicidio a CFK [3]  logró acallar el clamor popular que la pedía como candidata a presidenta por tercera vez. “Propongo terminar con el kirchnerismo, de verdad y para siempre”, promete a un año del hecho Patricia Bullrich, candidata de Juntos por el Cambio, basando su campaña en “terminar” con un movimiento político. 

La serpiente no parece que pica, pica. 






*Ilustración de Víctor Hugo Asselbon.

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[1] El libro rojo de Jung y El ritual de la serpiente de Warburg son dos obras que nacen de una profunda crisis personal, de una grieta en la psiquis y en la antesala de la Primera Guerra Mundial.
[2] Podrían haberse utilizados los artículo 212 y 213 del Código Penal, indican algunos letrados. El 212  dice: “Será reprimido con prisión de tres a seis años, el que públicamente incitare a la violencia colectiva contra grupos de personas o instituciones, por la sola incitación”.
[3] “Casualmente”, el atentado fue repudiado por todos los sectores de la sociedad y el arco político, menos por dos candidatos a la primera magistratura: Patricia Bullrich y Javier Milei.




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