“El camino más difícil”, por María Casiraghi
Lucía sin luz, de Gustavo Caso Rosendi. Buenos
Aires, El Mono Armado, 2016, 70 págs.
Comenzar un libro de poemas con un epígrafe de
Palito Ortega, quien compara la sonrisa de “mamá” con el nacimiento de una flor
y del sol “que brilla más”, es sin duda
una afrenta intencional de su autor, Gustavo Caso Rosendi. Con esta alusión
irónica, el poeta siembra escepticismo en el lector y de esta forma anticipa la
gran paradoja del libro y de su vida; Lucía, una madre que no brilla, no
sonríe, no protege ni cuida, no da calor, ni parece responder en ningún modo a
los denominadores comunes de esa “mamá” que hubiese necesitado y querido. En
este nuevo libro, Caso Rosendi apuesta y
arriesga a la poesía, para liberar este doloroso secreto.
“Sería muy fácil odiarla, pero tomo el camino
más difícil”(13), declara el poeta.
Ya desde el parto, el niño recién llegado es
ayudado por “algo que no soy”(11) a salir al mundo. Así, nos hace a todos partícipes y testigos de este primer
encuentro –“su pecho es agrio”, confiesa–, nacimiento que conserva en el
recuerdo como si hubiese nacido adulto. En el segundo poema quien habla ya no
es hijo sino madre de una vieja a quien debe dar los cuidados que él no
recuerda haber recibido nunca: acunarla, cambiarle los pañales, limpiarla y
quererla. De la misma manera, a lo largo
del libro, con belleza pero con verdad, lacónico y crudo, sin ocultar ni mentir,
elige instantes de su vida para contar su relación con esta madre que se ha
vuelto casi pre-lingüística, incomprensible.
Este hijo-madre necesitará borrar toda huella
de su filiación con esa anciana que sólo ve hojas secas donde él, poeta, ve
belleza, mientras miran juntos el otoño por las ventanas del geriátrico. Este
hijo-poeta, el mismo que viviera la guerra y extrajera de ella versos que dio a
conocer en el libro Soldados, se
anima aquí a indagar en esa otra guerra que es la cotidiana, la de las
relaciones familiares, la guerra que lo ha trazado desde el momento en que
saliendo al mundo, debió acunarse a sí mismo.
“Me da su ropa para que lave/, pero nunca me
dará lo que quiero que verdaderamente limpie”(13), dice. Si, como sugiere, nadie
lo crió, los roles se dan vuelta y lo que debe ser, no es; por eso no es el
recién nacido quien llora sino la madre, una madre que en la percepción del
hijo, solo ha sabido amarse a sí misma, y es este vacío amoroso el que lo lleva
a confesar que sus cuidados no nacen del amor si no del deber: “me voy. No te
abandono. Las indicaciones están cumplidas al pie de la letra”. Sin embargo,
ante la certeza del inminente final, puede sentir el cuerpo materno como una
presencia real, el contacto, la caricia, le dictan desde la ausencia versos
como: “beso tu mejilla/como si besara tu lápida”(29) o “no hay amor ni recuerdo./En sus ojos no
hay hijo (35).
Todo el libro está atravesado por una tristeza
sin melancolía, es simplemente lo que es. Como en el poema, “Ellos Miran” donde les habla a los abuelos maternos que
viven intactos en un cuarto de la casa, donde nadie entra, “le saco una foto a
la foto. Soy el espectro de aquel fotógrafo que les acomodó la ropa y el pelo,
y que, luego, les pidió que sonrieran (…) “Sonrían, abuelos. Necesito sus
sonrisas para esta triste posteridad”(15).
La crudeza de los versos y las imágenes
despoja al texto de dramatismo, como sucede, por ejemplo, cuando compara a la
madre agonizante con un “modelo 1939”. Dice: “uno espera que mejore. Pero es como/
un auto al que no se le consiguen repuestos” (33).
Por el título intuimos que la madre es Lucía,
pero recién lo confirmamos en la página 21, donde la nombra por primera vez; no
es casual que no lo haga en el presente del relato, sino en un recuerdo, “Lucías,
Lucía, un vestido floreado. Tus uñas estaban/ pintadas con el tono de esas flores.
Y el templo caía”. Aquí, se pone en cuestión quizás uno de los nudos de este
libro, la imposibilidad de sentir a la madre como “presente”, tanto en su
sentido “temporal” como el presente de “estar”. No hay madre, ni hubo madre; la
madre es ausencia. Así, el mismo título es un oxímoron. Si el significado
latino de Lucía es luz, lo mismo sería decir Luz sin luz.
Un anillo, un jilguero, y unas rosas
moribundas serán los últimos objetos-recuerdos de este hijo triste que se
despide de su madre-niña, Lucía, que sin brillar y sin querer, le ha dejado
como herencia un jacarandá muy alto, y estrellas en los ojos.
Pariendo este libro, arrojado y genuino, Caso
Rosendi alumbra aquellas oscuras palabras guardadas, de abandono, de
escepticismo, y de aceptación.
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