“NO”, por Felipe Benegas Lynch
Amores
mutantes, de Leticia Frenkel. San Isidro, Notanpüan, 2016, 252 págs.
La novela de Frenkel se
focaliza en las transformaciones del amor –que llegan a veces al límite de lo
monstruoso– en la voz de una testigo privilegiada de los cruces entre Mara,
Lucila, Manuel y Dante. Como bien señala Mercedes Halfon en la contratapa del libro,
es esa narradora testigo el hallazgo de esta novela. Su nombre es Julieta, y
ella también tiene su propia historia de amor, aludida tangencialmente, con su
Eloísa.
Julieta es el vértice entre
Mara y Lucía, que se disputan su amistad y su confidencialidad al punto de
exasperarla:
Creo
que si alguien me cuenta una historia así, la descarto por inverosímil. Ni en
un libro para adolescentes, ni en una película mala, compro un nivel de delirio
semejante. ¿Qué más puede pasar en esta novela? (que pasó de ser la tragedia de
Andrea del Boca a la parodia de Verano del 98) ¿Qué otra vuelta de tuerca sin
que la próxima vez me ría a carcajadas en la cara de las dos? (O las mate)
(175)
En efecto, la historia es
digna de esas telenovelas y Julieta relata pacientemente sus idas y venidas,
hasta que al final no las cuenta más para apuntar brevemente su promisoria
relación amorosa y profesional con Eloísa. Gran parte del trabajo de esa voz
testigo pasa por reconstruir el contexto cultural, entendido en un sentido amplio.
Los guiños generacionales saturan el texto: Andrea del Boca, Grecia Colmenares,
Verano del 98, Ital Park, Roxette, Guns and Roses, Twin Peaks, Giacommo
Capelettini, Cachorros quentes, Dirty Dancing, Soda Stereo, Coldplay, Tango
Feroz, Los bicivoladores, Notting Hill, etc. La generación aludida sabe qué
quiere decir Ital Park y conoció el Facebook y a Coldaplay a los veintitantos. La
narradora entiende que “como seres humanos lo único que nos une es la soledad y
el consumo” (208). Ese consumo (de libros, canciones, televisión, películas,
bebidas o alimentos) hace de telón de fondo para las transformaciones del amor.
Vale mencionar también, para
una nueva entrega de la editorial notanpüan, que gran parte de la trama
transcurre en Puán, es decir, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Buenos Aires. Si el nombre de la editorial y de la librería homónina de San
Isidro ya despertó cierta polémica, Amores
mutantes parece hacer un guiño editorial que marca la distancia y la
atracción con respecto a esa casa de estudios. Así se interrogaba Martín Kohan
con respecto a la negación incluida en el nombre:
Me
pregunto, en resumen, qué tan Puán será después de todo
“Notanpüan”; hasta dónde llegará su vocación de antítesis, hasta dónde llegará
su mascullado no tanto. Me pregunto también si habrá alguna otra
librería en el mundo (además de la editorial homónima) que adopte su nombre
tomando como referencia a una facultad en la que se enseña literatura, así sea
para interponer sus cláusulas negativas, concesivas o adversativas. Me pregunto
si habrá en alguna otra parte un estar así pendiente, una orbitación satelital
tan resignada y tan rabiosa.
En el texto de Frenkel el
personaje de Mara marca la distancia displicente de quien pasó por Puán pero no
tiene intención de volver. Se trata, en gran medida, de estereotipos:
¿Qué
hago acá? ¿Yo quiero terminar siendo una letrada pedante como él? ¿Quiero estar
ahí al frente analizando los géneros discursivos de Bajtín? ¿Los que lo rodean
saben qué quieren hacer cuando terminen esta carrera que está muy lejos de
tener una salida laboral copada y rentable? Justo al lado tengo un especímen
del nicho Puán: rastas, barba tupida, un mate: seguro que tiene alergia al
trabajo y vive del aire de la militancia; su aspiración es no trabajar nunca y
perpetuarse repartiendo volantes en los pasillos de la facultad. En la primera
fila, la típica vieja que no tiene qué hacer de su vida y viene para interrumpir
con preguntas descolgadas: ama de casa y jubilada. Adelante mío, una cabeza
femenina teñida de violeta que asiente con cada afirmación categórica del
profesor: creo que trabaja en la fotocopiadora; en unos años, la lima o se
convierte en becaria del Coincet. Yo me visto con camisas grunge, pantalones
ajustados, borceguíes y sacos de gamuza sesentosos: también soy un cliché de
Puán. Si todo va bien, en dos años cursaría las últimas materias. Me da miedo
recibirme. ¿Quiero seguir siendo docente? Estoy agotada de dar clases en
primaria, pero no encuentro el trabajo nuevo ni tampoco sé bien qué me gustaría
hacer. (226)
El personaje está en sus
años de formación y atraviesa una crisis vocacional que la hace tirarse esos “misiles
existenciales a sí misma”. Los misiles resultan políticamente incorrectos en
estos tiempos de ajustes y cuestionamientos al Conicet. Pero es Mara también la
que marca los prejuicios con respecto a San Isidro –entre otras cosas, el pago
de notanpüan y del colegio al que asistieron el actual presidente y varios de
sus colaboradores y allegados. En medio de un temporal, Mara apunta esta escena
en una estación de subte:
Un
chico lindo se sacó la camisa y la escurrió en las vías. Ni idea por qué, pero pensé
que seguro había estudiado actuación. Cuando me vio con la bicicleta, se acercó
y festejó mi situación. Me contó que venía de ver a su representante y tenía
que llegar a San isidro.”Sos actor”, le pregunté. “Sí, recién llego de estudiar
en Nueva York. No me adapto mucho acá, me parece todo re grasa”. Estaba a punto
de vomitarle encima, pero por suerte para él, llegó el subte y me escabullí
rápido por los vagones. (162)
Julieta, sin embargo, es la
voz que prevalece. Ella también estudia Letras, pero no expone los prejuicios
de Mara y parece sentirse bastante más cómoda con las herramientas que le da la
carrera. Aquí se vale del punctum barthesiano para analizar la tapa de Peperina, de Serú Girán:
...lo
que más capturaba mi atención era la foto de la tapa; una niña de pelo negro
muy largo, raya al medio, mirando inocente a cámara mientras toma una sopa de
tomate y porotos en un cuarto deprimente. El punctum estaba en la mirada oscura
del que todavía no sabe –o no debería saber– nada sobre la oscuridad. (124)
De hecho, Julieta trabaja en
una editorial y al final de la novela abre una librería con su novia. No parece
casual que uno de los nombres que barajan para el local de la calle Fraga sea
“NO” (246).
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