“Hambre, sed y saciedades” por Rosana Koch


Filosofía gourmet. Apuntes para una gastrosofía rioplatense, de Mariano Carou. Buenos Aires, Editorial Heterónimos, 2017, 136 págs.                                                   


Con el epígrafe de Sor Juana Inés de la Cruz, “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito” se abre Filosofía gourmet. Apuntes para una gastrosofía rioplatense, de Mariano Carou, libro ganador del Premio Heterónimos de Ensayo 2016. La elección no resulta arbitraria. Pensemos en el tono irónico e irreverente de este fragmento de Sor Juana al unir dos esferas hasta el momento antitéticas en aquella época del siglo XVII: el pensamiento racional de la filosofía –cuya voz enunciativa, provocativamente, es femenina– con el ámbito de la experiencia privada de la cocina.
Ahora bien, del mismo modo que el epígrafe que abre el libro se puede leer como un espacio de cuestionamiento, que representa tensiones identitarias e inaugura otras posibilidades de articulación de saberes, Filosofía Gourmet –sorteando un intervalo de más de trescientos años– va a unir, con el mismo talante humorístico e irónico, territorialidades poco usuales. En este caso, la experiencia gastronómica –o la alimentación y sus prácticas, como guste al comensal– se constituye en un prisma privilegiado para la reflexión filosófica y sociológica, unida de exquisitas imágenes literarias y mitológicas, donde “la carne y los griegos, Parménides, las pastas del domingo y la Modernidad líquida” (7) encuentran el punto de hervor justo. Una combinación disciplinar ecléctica que indaga, especialmente, la identidad de los argentinos, fluctuante, mixturada, más asequible de ser capturada por un videoclip por su recorrido heteróclito e inacabado, que por una fotografía.
¿Qué comen los argentinos? ¿Nos define aquello que comemos? A lo que Mariano Carou responde: “Feuerbach dijo que ´somos lo que comemos´; yo agregaría que además comemos lo que somos. En la elección de lo que comemos –y en las circunstancias en que lo hacemos– está nuestro retrato en forma más que evidente” (15-16). Estas preguntas permean todo el texto que, como ensayo, adopta la docilidad propia de un género que no se somete a ningún corsé. Su forma, por lo tanto, adquiere la elasticidad y el juego que el tema convoca: “Entrada”, “Plato principal”, “Postre” y “Bebida” son los títulos que invitan a adentrarse en las costumbres de la alimentación de los argentinos y la manera en que nos constituye lo que comemos. Los argumentos se apoyan en la experiencia personal, el recuerdo de su madre, su abuela, el exilio familiar, y el modo de exposición propone, a modo de diálogo con el lector, un tono coloquial constante.
Pasajes como “Lo que no forma parte del mito, sino de la historia, es la evolución que hizo el asado en el Río de la Plata desde el momento en que su carne era gratuita (…) hasta que la Junta Grande le puso precio” (40), “Desde la época de la Colonia se nos dijo que las empanadas son de carne; a partir del siglo XX, casi como una versión de cabotaje de la caída de los Grandes Relatos, nosotros decidimos, contra toda autoridad, de qué queremos que sean” (51), atraviesan con igual tono todas las páginas del ensayo, del mismo modo que el mate, la pasta, el vino, las empanadas, el locro y el dulce de leche se constituyen en símbolos patrios de la identidad rioplatense.   
Como todo buen ensayo que se amolda indisolublemente a lo abierto, Filosofía gourmet no pretende declarar la última palabra, como dice su autor, “lejos de mí intentar dogmatizar o pontificar” (15), su propósito, menos que una explicación, invita a una exploración. Para su lectura o comentario están todos invitados, el único requisito es “que lo hagamos sentados a una buena mesa, regada con buen vino y algún que otro mate para bajar la comida” (136).

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