“Música para acabar con el mundo”, por Felipe Benegas Lynch

Una ofrenda musical, de Luis Sagasti. Buenos Aires, Eterna cadencia, 2017, 128 pág.



Sagasti inicia su ofrenda musical con un epígrafe de “Hallelujah”, de Leonard Cohen. La cada vez más versionada canción del recientemente fallecido cantautor y escritor canadiense habla de “un acorde secreto que David solía tocar, y que agradaba al Señor”, y pregunta: “pero tú no le das mucha importancia a la música, verdad?”. A través de un estilo rapsódico Sagasti va entretejiendo en breves capítulos organizados en fragmentos lo que quiere decir a partir de y en torno a la música. A él sí le interesa la música, pero le interesa principalmente como umbral de disolución, como forma de acceso a ese acorde universal que acalla todo lo que podamos decir con palabras o con acordes mundanos. De Bach a Pete Townsed, de los Beatles a Glen Gould, de Miguel Ángel Estrella a la sonda Voyager, de Messiaen a John Cage, el texto se despliega como un anecdotario musical que entreteje compositores, intérpretes y público entrando y saliendo de las variaciones que Bach escribió para que el conde Keyserling pudiera conciliar el sueño.
Las “Variaciones Goldberg” hacen de hilo conductor. Lo interesante es que Sagasti escribe en estado de escucha. Como siguiendo las pausas entre una variación y otra va escandiendo sus fragmentos y apropiándose de todo lo que rodea a la música. En esos intersticios narra. Él es el punto de encuentro de ese amplio repertorio que cruza estilos, registros y épocas en busca de ese acorde secreto: “música para acabar con el mundo o con el tiempo, que viene a ser más o menos lo mismo” (111), dice al referirse a Messiaen y su obsesión con el canto de los pájaros. En busca de esa “armonía confusa y gozosa” (111) Sagasti sigue los senderos de la música para acabar con el mundo como lo conocemos y asomarse al orden de lo cósmico y ancestral: “galaxias, cerebros errando en el cosmos mientras cantan canciones que no podemos escuchar” (99). Rapsoda de nuestro tiempo, Sagasti arma su patchwork aleatorio y lo entrega como ofrenda. Es consciente de que el universo sabe todo lo que no entendemos en nuestros derroteros de “hormiguita perdida” (100).

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