“Realismo siglo XXI”, por Felipe Benegas Lynch

El ahogado, de Bernardo Beccar Varela. Buenos Aires, Emecé, 2018, 216 págs.


Resulta difícil no poner en relación el título de esta novela, El ahogado,
con la profesión de su autor, el aBogado Bernardo Beccar Varela. No es el primer abogado que se ha volcado a la ficción. Pienso, por nombrar a otro ejemplo reciente, en Ferdinand von Schirach, el reconocido escritor alemán de Crimen y Culpa, dos compilaciones de relatos de non-fiction en los que este jurista narra algunos de sus casos más fascinantes. Si lo que sorprende en von Schirach es su mirada desprejuiciada sobre los crímenes, el punto de vista que le permite observar desde un lugar más elevado que el de la justicia, en Beccar Varela encontramos justamente lo contrario: una mirada que atiende a lo muy menor, que ve los detalles y que quizás por eso se abstiene también de juzgar. En ambos escritores resulta insoslayable la relación con su profesión: ese lugar privilegiado que tienen los abogados para comunicarse con sus clientes parecería ser lo que les permite esa resonancia de lo íntimo que se reflejará en sus textos y les da cuerpo a sus personajes y sucesos.
El ahogado es una novela corta, si bien tiene 214 páginas se trata de un texto que se lee rápido, de lectura fácil –pero no en el sentido de literatura trivial, sino en cuanto que el estilo está visiblemente trabajado para alcanzar una fluidez y un ritmo que lleva al lector derrapando por sus páginas.
Algo similar le sucede al protagonista, Rodolfo, un taxista devenido remisero devenido chofer, devenido vago y ocupa. A su historia se van acoplando ­–con distintos niveles de presencia– las narraciones de la vida de varios personajes más: Rosa, la empleada doméstica, la señora Ponce, Susy Mestre, Gladys, Mónica, Delia, Ricardo, el gato. Y con ellos los suyos: porque con una sola frase, Beccar Varela consigue darles el relieve necesario para que sean personas con una vida, con un detrás que se percibe más allá de esa acción en la que se los presentó. Así las dos señoras mayores de clase acomodada se configuran como tales por el modo en que hablan con sus familiares y con los otros (el remisero, la empleada) y nunca por la descripción espacial u omnisciente de ellas. El lector también reconstruye los sentimientos de Rosita de modo acabado, aunque casi no se diga lo que ella piensa o siente de modo literal. Este personaje termina siendo, de alguna manera, el defendido del autor/abogado. A diferencia de lo que ocurre en la recientemente célebre Roma, de Alfonso Cuarón, aquí la empleada doméstica tiene su pequeña revancha contra un sistema injusto e ingrato.
La presencia de la sexualidad, que va ganando peso en la trama, sin ser nunca central a la misma, tiene que ver con la debacle que va sufriendo el protagonista: se suma a los cigarrillos, la cerveza, el porro, la televisión, la violencia, el malestar físico y los recuerdos que, como bola de nieve, van empujando a Rodolfo en su descenso. Porque de que Rodolfo va a terminar mal no hay dudas. Sin embargo, el final resulta sorprendente.
El título tiene también cierto paralelismo con “El hombre muerto”, aquel cuento de Horacio Quiroga que narraba otro tipo de caída de un trabajador. El texto de Beccar Varela es como si fuera la versión novelesca de aquel cuento de Quiroga, ambientado en un sórdido siglo XXI. Hay también, en esos espacios cerrados de la casa tomada, resonancias de otro relato clásico: “Una rosa para Emily”, de William Faulkner.
Beccar Varela hace honor a la narración de estos hitos de la literatura del siglo XX y no defrauda. Su mirada, desde nuestro siglo, le da un giro interesante a esa tradición.

Comentarios

  1. Hola cómo estás? Estoy trabajando está novela para un ensayo, quería saber teniendo en cuenta el final con Rodolfo, para vos el lector se pone feliz con lo que le ocurre al remisero/ocupa?

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