“Fuera de lugar”, Rosana Koch
El único refugio,
de María Laura Pérez Gras. Colección Narrativas al Sur del Río Bravo. Buenos
Aires, Corregidor, 2019, 243 págs.
Fuera de lugar
es el título que Edward Said eligió para relatar sus memorias. En dicha elección
se condensa el eje que recorre todo su pensamiento crítico: un lugar de
enunciación desplazado, la historia de vida de un palestino en la metrópoli
mundial, Estados Unidos. Del mismo modo, el título de la novela El único refugio también apela al
espacio como configurador de sentido. ¿Qué significa estar “fuera de lugar”?,
¿cuál es la forma política que asume el mundo en este nuevo marco de
significación? Bajo estos interrogantes, María Laura Pérez Gras pone en escena
a un sujeto que repentinamente pierde su lugar en el mundo y adopta las
múltiples figuras de la alteridad: el extraño, el extranjero, que se vuelve
víctima y enemigo y es recluido por su condición de ilegal. Es el caso de
Esteban Eloy Rodríguez, el protagonista, un joven con un futuro prometedor, que
vive en los Estados Unidos desde hace siete años, y vuelve a su país de
residencia para retomar su vida cotidiana después de haber viajado a Buenos
Aires para concluir los trámites de su visa de trabajo. Su historia representa
la de muchos jóvenes de su generación que han abandonado un país periférico,
embebido de fracasos económicos y políticos, especialmente después de lo que ha
significado la crisis del 2001. Esteban va a torcer esa mirada desencantada,
heredada de su propio archivo familiar, y va a emigrar al país del norte para
“cumplir el sueño americano” (110), un deseo cuya fuerza es apenas
indiscernible con el mandato paterno. “Mi pasado y mi esencia vienen de
Argentina, pero mis proyectos y ambiciones me esperan en los Estados Unidos”
(45). De esta manera, los días de Esteban intentan recomponer una identidad
dividida entre dos mundos paralelos que se debaten entre lealtades múltiples y,
al mismo tiempo, “avanzan sin detenerse nunca” (45).
Siguiendo
el ritmo del mundo contemporáneo, el Aeropuerto Internacional de Miami
configura el primer paisaje. Un no-lugar,
según la denominación de Marc Augé, espacio del anonimato y lo transitorio. Esteban
está en esa frontera límbica entre el llegar y el ir.
Ahora bien, la novela comienza cuando este espacio abierto e interconectado se cierra abruptamente. “Usted está detenido e incomunicado en esta habitación hasta el próximo vuelo a Buenos Aires” (15), le dice un oficial del Departamento de Asuntos Migratorios de La Florida a Esteban. Él le dice que es un error, que tiene los papeles en regla, sólo que está esperando terminar los trámites. A partir de aquí, el relato rechaza esa lectura mecánica de la globalización que derriba barreras y se abre a la heterogeneidad, porque a Esteban, injustamente apresado por una confusión con sus documentos por su doble nacionalidad, le impiden entrar “in the United States of América”, y lo alojan en una habitación “detrás de la oficina de Asuntos Migratorios” (16) durante dos días, luego “dormirá solo en una celda gris de una prisión estatal, en las afueras de Miami” (33). Un sistema político cuyos mecanismos de control y vigilancia lo reducen al más absoluto estado de vulnerabilidad. Se convierte, así, en un ilegal, hasta que se compruebe lo contrario, un “fuera de lugar” que significa, también, estar fuera de la ley. “¿Cómo alguien puede decidir mi destino?, ¿cómo pueden interferir en mis planes, truncar mi futuro?” (65). En ese contexto cerrado, alienante, kafkiano, la subjetividad se torna precaria en su propia materialidad, le falta el aire, se desmaya, y los signos de un deterioro que apenas Esteban puede percibir por sí mismo comienzan a hacerse visibles. El protagonista no sólo es víctima de la violencia institucionalizada por los sistemas legales de ciudadanía, la precariedad como condición existencial también se le es revelada por las amenazas de las fuerzas naturales que imponen su poder: “La temporada ciclónica de 2004 es la más devastadora en muchos años (…), la península de La Florida fue embestida por la tormenta tropical Bonnie y los huracanes Charley, Frances e Iván” (23).
Ahora bien, la novela comienza cuando este espacio abierto e interconectado se cierra abruptamente. “Usted está detenido e incomunicado en esta habitación hasta el próximo vuelo a Buenos Aires” (15), le dice un oficial del Departamento de Asuntos Migratorios de La Florida a Esteban. Él le dice que es un error, que tiene los papeles en regla, sólo que está esperando terminar los trámites. A partir de aquí, el relato rechaza esa lectura mecánica de la globalización que derriba barreras y se abre a la heterogeneidad, porque a Esteban, injustamente apresado por una confusión con sus documentos por su doble nacionalidad, le impiden entrar “in the United States of América”, y lo alojan en una habitación “detrás de la oficina de Asuntos Migratorios” (16) durante dos días, luego “dormirá solo en una celda gris de una prisión estatal, en las afueras de Miami” (33). Un sistema político cuyos mecanismos de control y vigilancia lo reducen al más absoluto estado de vulnerabilidad. Se convierte, así, en un ilegal, hasta que se compruebe lo contrario, un “fuera de lugar” que significa, también, estar fuera de la ley. “¿Cómo alguien puede decidir mi destino?, ¿cómo pueden interferir en mis planes, truncar mi futuro?” (65). En ese contexto cerrado, alienante, kafkiano, la subjetividad se torna precaria en su propia materialidad, le falta el aire, se desmaya, y los signos de un deterioro que apenas Esteban puede percibir por sí mismo comienzan a hacerse visibles. El protagonista no sólo es víctima de la violencia institucionalizada por los sistemas legales de ciudadanía, la precariedad como condición existencial también se le es revelada por las amenazas de las fuerzas naturales que imponen su poder: “La temporada ciclónica de 2004 es la más devastadora en muchos años (…), la península de La Florida fue embestida por la tormenta tropical Bonnie y los huracanes Charley, Frances e Iván” (23).
La
cárcel también es el escenario de múltiples cruces de historias y cada
personaje propone significados codificados: el terrorismo es iraquí, la pobreza
es africana, el futbolista es brasileño. En todo caso, el rostro de esos Otros se
torna demanda ética y principio de humanidad porque son esos compañeros los que
se van a preocupar por la salud de Esteban.
En
ese ambiente opresivo, la literatura y la escritura serán su casa, ambas se
constituyen como el modo eficaz de establecer un lugar propio, el único refugio para Esteban. La
biografía novelada de Antonio Gramsci, elaborada cuidadosamente en clave
ficcional por María Laura Pérez Gras a partir de las cartas que el pensador escribió
durante sus años de reclusión, funciona como imagen especular en la que se va a
ir articulando el diálogo entre dos presos. Y las cartas, en su doble gesto de
comunicación y escritura, representan para ambos personajes –en diferentes
planos enunciativos– la narración de la experiencia carcelaria, pero
especialmente, el poder liberador de la palabra escrita.
Diferentes
voces narrativas, géneros, sostenidos por el trazo claro y firme de la
escritora, configuran una historia que cobra mucha potencia en el contexto
actual. La república mundial como promesa utópica kantiana parece ir
desapareciendo del imaginario interpretativo de la globalización, y la pérdida
de un mundo como horizonte de significación estalla en las palabras del
personaje: “Es el dolor del destierro voluntario e involuntario a la vez. Ese
que pone el destino, como una trampa, y que hace sentir al hombre
ineludiblemente ciego de impotencia y vacío” (33).
Parece una sintesis de una realidad abrumadora!, cotidiana para muchos de nosotros!, que educados en una utopia alguna vez alcanzada (mi hijo el doctor), corremos atraz de una necesidad de concrecion de nuestos sueños, sueños instalados x una cultura que hoy parece inexistente, que nos sumerje en una desesperacion cercana a la locura!!
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