“La droga que habla”, por Jerónimo Ledesma
Droga, cultura y farmacolonialidad: la alteración
narcográfica.
Introducción y selección de Lizardo Herrera y Julio Ramos. Colección Trazos. Santiago de Chile,
Universidad Central, 2018, 348 págs.
Toda antología es la afirmación de un archivo, que
viene a poner en circulación. Declara la existencia de un acervo documental, al
que interviene o directamente inventa mediante agrupamientos de textos y
dispositivos paratextuales. Esta antología de Julio Ramos y Lizardo Herrera,
publicada por la Universidad Central de Chile en 2018, es una antología en
torno de la categoría de droga. Pero más que recuperar un archivo, postula uno
nuevo. Invita a reconocer la existencia de un “archivo narcográfico”, que los
editores vienen explorando desde hace tiempo como parte de su labor académica
en Estados Unidos y Latinoamérica. No se debe confundir este archivo con la
literatura drogada en la línea De Quincey-Burroughs, aunque esté incluida en él.
El archivo narcográfico es un archivo heterogéneo de “discursos
testimoniales, literarios, filosóficos, antropológicos, científicos, médicos,
religiosos, jurídicos y policíacos”. Es un archivo multimedial, que abarca el
cine, las series televisivas, las canciones. Y es un archivo políglota, que
incluye todas las lenguas. Su cohesión obedece a que no hay ítem
del archivo que no busque “descifrar el sentido de la experiencia singular
potenciada por una sustancia que desata la ‘conciencia’ de sus amarres
habituales…” (10). Postular este archivo obliga a reconocer la escritura de la
droga como una amplia zona de productividad de la cultura moderna y
contemporánea. Cabe advertir que los editores se cuidan de atribuir al término
“droga” un significado unitario: la unidad viene dada en la diversidad, por las
múltiples escrituras que se autoperciben como farmacográficas.
Ahora bien, La alteración narcográfica se
ubica en una zona específica del archivo. Elige narcografías que ponen en
escena “retos que la droga y los discursos y testimonios sobre la alteración
presentan a la teoría cultural contemporánea” (11). Son retos, según dicen los
editores, a las reflexiones sobre el cuerpo, la subjetividad, la soberanía y el
colonialismo en los estudios académicos de las ciencias humanas y sociales.
Quizás la palabra “retos” sea excesiva, porque la antología revela, más bien,
la enorme funcionalidad del tema de la droga para las aspiraciones interdisciplinarias
del discurso crítico contemporáneo. En cierto sentido, la droga funciona como
un punto de vista perfecto para las tendencias materiales y deconstruccionistas
del presente. Es un factor articulador que permite releer la historia desde
otro ángulo, conectando literalmente los problemas de la subjetividad con los
de las grandes tramas de la explotación y el poder político económico.
Por las fechas de los artículos incluidos, la
antología vale como un esfuerzo de actualización bibliográfica. A tal punto que
las figuras alguna vez revulsivas de Foucault, Derrida o Deleuze funcionan aquí
como referentes lejanos, como una panoplia archiconocida que ya no es necesario
defender o interpretar. Todos los ítems que componen la antología, salvo uno, fueron
publicados (o escritos) entre 1990 y 2013. La vieja guardia de la selección,
sus “clásicos”, proceden de los cercanos noventas: Néstor Perlongher (c. 1990),
Avital Ronell (1992), Susan Buck-Morss (1992) y Eve Kosofsky Sedgwick (1993).
Luego, hay cinco trabajos que ya son de la primera década del siglo veintiuno:
los aportes de Juan Duchesne Winter (2001), Henrique Carneiro (2002), Michael Taussig
(2004), Curtis Marez (2004) y Paul Beatriz Preciado (2008). Y, finalmente, los
más recientes, un conjunto de textos que revisan fuertemente las tramas de
economía, poder y muerte que implica la droga en la actualidad: Sayak Valencia (2010),
Rodrigo Uprimmy, Diana Guzmán y Jorge Parra (2012), Miriam Muñiz Valera (2013),
Phillipe Burgois, Fernando Montero Castrillo, Laurie Hart y George Karandinos (2013)
y Rossana Reguillo (2013).
Los textos, sin embargo, no se disponen en esta
secuencia temporal, sino a partir de cuatro subáreas temáticas: 1) lo
farmacolonial, 2) los vínculos entre alteración por droga y estética en el
contexto capitalista, 3) el biopoder y la construcción de subjetividad, 4) las
economías de la violencia y la muerte en las tramas sociales narco. Este
agrupamiento se corresponde con la voluntad explícita de los editores de realzar
las problemáticas del poder contemporáneo en relación con la droga, empezando
por el tema de la dominación colonial, tal como lo indica el hecho de que el
único ensayo que rompe la cronología es un capítulo de un maravilloso libro de
Fernando Ortiz de 1940.
Contrapunteo del tabaco y el azúcar, el texto que acuña el término “transculturación”, abre
la zona del archivo narcográfico que recortan Ramos y Herrera. Al frente de la
serie antológica, el Contrapunteo se resignifica como una narcografía
fundante, una especie de modelo interpretativo de lo que sigue a varios niveles.
El tabaco de Ortiz, objeto colonial que se convierte en estímulo físico de los
europeos modernos, se une, por la magia de la antología, a la coca del
colombiano Taussig, que atrajo a Freud, y la ayahuasca barroca del argentino
Perlongher…
Pero inaugurar la antología con Ortiz no es un mero
gesto de reivindicación tradicional de lo latinoamericano por sobre lo europeo
o lo estadounidense, como si se dijera nuestra droga (Nuestra América) habló
primero. Así como el habla de la droga es una proyección fantasmagórica
heteróclita, algo parecido cabe decir de la voz latinoamericana sobre la droga:
no es una voz esencial o telúrica, ni un grito ancestral que resurge, sino una
mirada crítico-política y una atención situada sobre lo que se pone en juego en
el mapa global contemporáneo. No es un “desde” del tipo aquí estamos nosotros y
allí están ellos; Latinoamérica es, más bien, un denso espacio de intersecciones,
migraciones y relaciones de poder, en el que se cruzan tiempos y sujetos
diferenciados.
Se puede leer el arco que va del tabaco transcultural de
Ortiz a la narcomáquina mexicana de Reguillo como la forma general que asume el
habla de la droga en esta antología. Las conocidas narcografías de Ronell y
Preciado, de Buck-Morss y Kosofsky Sedgwick, que forman parte de toda
bibliografía sobre el tema, acaban resignificándose no menos que la de Ortiz al
integrarse una serie que concluye con la violencia del capitalismo “gore”
(Valencia) en espacios culturales y transculturales latinoamericanos. Se puede
dimensionar esto preguntando ¿qué lugar ocupa Puerto Rico en la antología? No
es un mero lugar en el mapa sino el nombre de un tejido de operaciones del
narcopoder, que cobra su precio en cuerpos globales y rompe las fronteras de
representación ideológica de los estados-nación. Es la “bioisla” yanqui y el
guetto en Filadelfia. Es un índice de cómo se producen las actuales “guerras
del opio”, cuando el capitalismo se ha transformado en nueva naturaleza global.
En efecto, la sección final de trabajos, dedicadas a la violencia contemporánea
en el mundo narco, es lo que imprime a la historia de las drogas su identidad presente.
La introducción de los editores es el ensayo que demarca
el territorio que ocupa la antología en el archivo. Tanto la presentación de
cada uno de los textos, atentos resúmenes críticos eslabonados, como las
primeras lúcidas páginas, en la que se despliegan las líneas del campo de
trabajo, se leen como una apuesta coherente por la estructuración de un
lenguaje teórico-crítico para comprender la droga en presente. Hay momentos de
inevitable opacidad, pero el ensayo de Herrera-Ramos diseña, pese a ello, una
potente narcografía, declinando bajo el paradigma de la droga teorías contemporáneas
del sujeto, el cuerpo, la colonialidad y el poder.
Hace treinta años, en 1989, cuando Derrida sostenía
que no hay teorema de la droga y Escohotado publicaba su Historia general de
las drogas, Ramos dio a conocer un texto que modificó el modo de entender
el período de autonomización de la literatura latinoamericana. La introducción
que firma ahora con Lizardo Herrera parece más próxima en su lenguaje a Testo
yonqui de Preciado que al de Desencuentros de la modernidad en América
Latina, aunque puedan encontrarse continuidades con aquel proyecto. Ahora
es Ortiz con Derrida, podríamos decir. Si en 1989 Ramos exhibía los mecanismos
por los que la literatura se había autorizado y quería inventarse la condición
de su autonomía, en La alteración narcográfica la autonomía no es más
que una quimera. No sólo la autonomía de la literatura está desautorizada,
convertida en un fantasma más: también la del sujeto, la de las disciplinas, la
de los estados nacionales. La droga habla, en 2019, de la epidemia de la
voluntad, de la bio y la necropolítica, de las subjetividades farmacotizadas y
los cuerpos rotos o transformados, de las “complejas (des)territorializaciones
letales del narco-estado en los mapas del necro-capital”. Y los textos que la
antología extrae del vasto archivo narcográfico permiten dotar a ese lenguaje
de una serie genealógica propia.
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