“Una vejez prepandémica”, por Miryam Pirsch

 

Oeste, de Silvina Gruppo. Buenos Aires, Conejos, 2019, 148 página.


Desde que la pandemia de COVID se apoderó del mundo, rápidamente cambió nuestra mirada sobre nuestros viejos y viejas. La cadena social se invirtió y les niñes cedieron su primer puesto a sus abuelos y bisabuelas, nuestras madres y padrinos, tíos y tías postizas… Las residencias geriátricas fueron la trampa perfecta para el virus hasta hoy, cuando nos emocionamos con los posteos de amigues que nos muestran a sus amados abuelos engalanados para recibir la vacuna o madres impecables que después de un año salen de casa con el mismo fin o nos indignamos ante las multitudinarias colas bajo la lluvia y el sol en las puertas de la Sociedad Rural y el Luna Park, alto precio para recuperar los abrazos, la esperada vida “normal”.

¿Y antes? ¿Cómo era antes de marzo del 2020? ¿Nos emocionábamos con nuestros mayores? ¿Qué implicaba “cuidar a mamá que se quedó sola”? ¿Abrazábamos tan seguido a la abuela? En estos días tenemos la oportunidad de espiar la vida en comunidad propia de los hogares geriátricos en el largometraje chileno El Agente Topo pero, más cercana a nuestra geografía e idiosincrasia resulta la vejez prepandémica a la que nos lleva Oeste, la novela de Silvina Gruppo.

Conocemos a Elsa, la protagonista, durante el velatorio de su marido y la acompañaremos a lo largo de su duelo. Por primera vez en décadas está sola en casa, será dueña de cocinar y comer lo que quiera, de vestirse sin que nadie le reclame que no tiene ni una pollera (sólo usa pantalones desde hace años), nadie la hará callar para escuchar el informativo ni le pedirá nada cada dos por tres: “Alcanzame, traeme, poneme, vení, llevá, cállate” (p. 9). Libre de decidir sus horarios, sus comidas, hasta de cambiar sus canas por el rubio claro que la deslumbró en el supermercado, pero dueña también de sus olvidos, de sus dolores, de sus humillaciones, de sus sospechosos recuerdos y de las desorientaciones que la llevan a perderse en su propio barrio hasta llegar a una casa donde no vive desde hace muchos años.

En la vejez de Elsa el oeste del título funciona como indicio geográfico (la zona del conurbano donde pasó su vida) pero también como metáfora temporal de la oscuridad que implica la proximidad del fin, el ocaso que conlleva la vejez. A partir de la viudez, los hijos de Elsa comienzan a “cuidarla” de la manera que ellos suponen que debe ser cuidada aun cuando su madre no vea la hora de que dejen de decidir sobre su casa, llevar gente para trabajos que no necesita, agotarla con conversaciones que no la incluyen.

La invasión sobre la subjetividad de Elsa toma forma, también, a partir de dos voces narrativas diferentes: una en tercera persona que narra el presente, los miedos, los descubrimientos, aquellos pequeños gestos solo perceptibles desde la óptica de esta viuda que busca cómo reacomodarse a su nueva vida; la otra voz narrativa es un yo desconocido pero que increpa a Elsa permanentemente bajo la forma de una segunda persona que le recuerda detalles del pasado que la frágil memoria ha ido perdiendo o reproches cuando no le parece pertinente alguna de sus decisiones. Esta segunda persona que increpada permanentemente resulta uno de los logros más inquietantes de la novela: en esa voz (¿la nuestra?) podemos escuchar (¿podemos escucharnos?) los comentarios inquisitorios hacia aquella Elsa que ya no es la que era antes, la que se olvida o repite las cosas, la que camina lento porque le duele la rodilla, la que prefiere callar lo que piensa y arreglarse como pueda antes que ser tratada como una niña o una incapaz, la que aun cuando evoca escenas de ninguneos extraña a ese hombre que cumplió entero el catálogo del varón de su tiempo: “¿Cuántas veces en la vida te secaste las lágrimas o sofocaste la risa en ese pecho peludo que se fue poniendo blanco? Te acordás, sí, del olor tan suyo que se le juntaba ahí, un olor que hace poco fuiste a buscar entre sus cosas y ya no estaba, se lo había llevado con él” (126).

Oeste es una novela que, publicada en 2019, hoy tiene mucho para decirnos y para que nos repreguntemos acerca de la vejez, la libertad y los vínculos entre generaciones.

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