“Una novela de tres siglos”, por Miryam Pirsch

La jaula de los onas, de Carlos Gamerro. Buenos Aires, Alfaguara, 2021, 477 páginas.

 

“No, Kalapakte esperando. Yo no moviendo por, por… ¿Acussation?” (pag. 434)

 

Civilización y barbarie… civilización/barbarie… civilización o barbarie. Ordenémoslo como mejor nos plazca pero siempre seguiremos encontrando, en la lógica del siglo XIX, a la barbarie subsumida a un segundo término respecto de la civilización. De Sarmiento en adelante esa fórmula ha sido reescrita por la generación del 80, los hombres (sí, varones) del Centenario y unos cuantos más donde lo único que mutó fue la máscara de la barbarie: fue el indio, el gaucho, el inmigrante, el anarquista, el “subversivo”, la mujer.

Pero la línea que encabeza esta reseña es un pequeño ejemplo de que en La jaula de los onas nada es lo que parece a los ojos de quienes se consideran civilizados, de que se trata de deconstruir el tópico mayor de la literatura argentina decimonónica o a lo mejor, ese monumento que es la literatura del siglo XIX. Quien enuncia esta línea del diálogo ―podría pensar unx lectorx apresuradx― parece un “salvaje”, un nativo que intenta champurrear la lengua del blanco así como Tarzán parloteaba en el doblaje de las viejas series de televisión… Pero no, se trata de un europeo que ha adoptado la lengua shelk´man y la habla con las dudas del neófito que entabla diálogo con Kalapakte, el nativo que ha recorrido medio mundo para retornar a su patria, o sea, a su tierra y a su lengua.

Con cartas que van y vienen, la travesía del grupo de indios onas cazados, enjaulados y trasladados desde Tierra del Fuego a París para ser exhibidos como “antropófagos patagónicos” en la feria de 1889 es solo el inicio de una diáspora que atraviesa dos siglos y dos continentes para continuarse, a través de la escritura novelada, también en el siglo XXI. El episodio de la feria de París no es más que el punto de partida desde donde comienza esta larga travesía, que no deja rincón por explorar ni voz sin articular para desmontar la novela realista XIX. Desde el primer capítulo, los géneros son tan reconocibles como las voces de los gentleman de la generación del 80 en sus memorias y crónicas de viaje, en sus novelas epistolares, los testimonios y diarios de aquellos aventureros que se arriesgaron a “descubrir” el Polo Norte, las crónicas de quienes hablan por sí o acerca de otros, como Rosa, la niña/anciana ona sin voz propia pero siempre narrada por otros. Gamerro introduce una variedad de géneros discursivos que capítulo a capítulo conforman un mundo de voces e identidades dinámicas que evolucionan y despliegan nuevas facetas mucho más allá de su evolución cronológica, atravesadas en cambio por el momento histórico, social, político que les toque transitar. También las identidades literarias traspasan el cambio de siglo y si el sainete (¡sí, también hay un sainete!) abre la puerta de la literatura argentina del XX, en el capítulo titulado “Hain” se escribe una nouvelle vanguardista donde el caos que Karl y Kalapakte han vivenciado cobrará sentido a través de la cosmovisión selk´man: “El hain era el resumen de su viaje, el compendio de todo lo que había recogido por el camino: abarcaba los cuatro puntos cardinales, los cuatro vientos y los cuatro cielos; sus siete pilares sostenían una morada de tres puertas abierta al cielo, la tierra y el inframundo, y en el círculo perfecto de su planta giraban el sol y la luna, hombres y guanacos, varones y mujeres, la muerte del klóketen y el nacimiento de K´terrnen, el terror de shoort y la burla de háyilan, Xalpen la que devora y la que engendra; allí dentro del viento podía acoplarse la ballena y engendrar el colibrí, y el sur podía viajar al norte y vencerlo en un torneo de lucha; en él mujeres y hombres morían y renacían cuantas veces fuera necesario, hasta estar listos para convertirse en lluvia…” (450).

La constante es el afán por cazar y dominar, por reprimir a “otrxs” indomables (el pueblo ona, las mujeres, anarquistas, la misma Naturaleza), por parte de quienes se sientes dominantes: la iglesia intentando “salvar” a los niños onas, aventureros en diferentes formatos, policías y militares tan represores en el siglo XIX como en el XX, patrones de estancia o dueños de conventillos, burgueses y propietarios de todo tipo. Todas prácticas que arrancan en los hechos de 1889 pero trazan una línea que llega hasta la actualidad en la demonización del pueblo mapuche o la búsqueda de justicia en el juicio por lamasacre de Napalpí que hoy, casi cien años después, se está celebrando. Por esto, nada más y nada menos que por esto, La jaula de los onas es una novela de tres siglos.


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